Caroline Anderson

El hombre de ninguna parte - Magia en la Toscana


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      Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

      Núñez de Balboa, 56

      28001 Madrid

      © 2013 Caroline Anderson

      © 2014 Harlequin Ibérica, S.A.

      El hombre de ninguna parte, n.º 2543 - marzo 2014

      Título original: Snowed in with the Billionaire

      Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

      Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

      Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

      ® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

      ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

      Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

      I.S.B.N.: 978-84-687-4126-0

      Editor responsable: Luis Pugni

      Conversión ebook: MT Color & Diseño

      Índice

       Créditos

       Índice

       El hombre de ninguna parte

       Capítulo 1

       Capítulo 2

       Capítulo 3

       Capítulo 4

       Capítulo 5

       Capítulo 6

       Capítulo 7

       Capítulo 8

       Capítulo 9

       Capítulo 10

       Epílogo

       Magia en la Toscana

       Capítulo 1

       Capítulo 2

       Capítulo 3

       Capítulo 4

       Capítulo 5

       Capítulo 6

       Capítulo 7

       Capítulo 8

       Capítulo 9

       Capítulo 10

       Capítulo 11

       Epílogo

       Si te ha gustado este libro…

      –Pero, ¿qué...?

      Lo único que Georgia pudo ver en aquellas atroces condiciones fueron las luces del frenado, así que pisó el pedal del freno y se alegró de haber dejado una amplia distancia de seguridad con el coche que tenía delante.

      El vehículo se detuvo y puso las luces de emergencia. Trató de ver por qué se habían detenido, pero la visibilidad era mínima. Aunque técnicamente todavía era de día, apenas se veía debido a la tormenta de nieve. Y la radio no ayudaba: no hacían más que decir que la nieve había llegado antes de lo previsto, pero no daban ninguna información sobre los atascos de tráfico en la zona.

      El tráfico se había ido ralentizando durante los últimos minutos por la escasa visibilidad, y ahora estaban completamente parados. Georgia se había puesto a cantar las canciones navideñas de la radio mientras el tiempo empeoraba para conjurar el creciente pánico y fingir que todo iba bien. Estaba claro que su optimismo iba a tener mucho trabajo. ¿Cuándo aprendería?

      Entonces la nieve disminuyó un poco y atisbó a ver las luces traseras de varios coches extendiéndose en la distancia. Lejos de ellos se divisaban las luces azules e intermitentes de los coches patrulla.

      De acuerdo, así que había ocurrido algo grave. Pero ella no podía quedarse allí sentada a esperar que llegaran las ambulancias en medio de la tormenta. Corría el peligro de verse atrapada, y estaba muy cerca de casa, a menos de diez kilómetros. Tan cerca y a la vez tan lejos.

      La nieve volvió a caer con fuerza y Georgia se mordió el labio. Había otra ruta, un camino estrecho que ella conocía muy bien. Un camino que solía utilizar en el pasado como atajo aunque ahora lo hubiera evitado, y no solo por la nieve...

      –¿Por qué nos hemos parado, mamá?

      Georgia se cruzó con la mirada de su hijo a través del retrovisor.

      –A alguien se le ha roto el coche –o se trataba de un accidente, pero no quería asustar a su hijo de dos años. Vaciló. Estaba muy reacia a utilizar el camino, pero lo cierto era que no le quedaban opciones.

      Tomó la única decisión que pudo, le sonrió a Josh y cruzó los dedos.

      –No pasa nada, vamos a ir por otro sitio. Enseguida estaremos en casa de los abuelos.

      Josh torció el gesto.

      –Quiero ir ahora. Tengo hambre.

      –Sí, yo también. No tardaremos mucho.

      Georgia giró el coche y sintió cómo patinaba un po-

      co mientras