difícil comprensión para la mentalidad occidental.
El legado más oscuro de la guerra fría se encuentra también presente en el mundo actual. Los campos de minas en Mozambique, Angola y Camboya que continúan matando y mutilando a centenares de personas cada año, a pesar del fin de los conflictos internos que desgarraron a esos países, el peligro de los vetustos submarinos nucleares soviéticos en los puertos rusos, el antagonismo de Rusia a la expansión de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (otan), la inestabilidad en Afganistán y el difícil acuerdo sobre la reunificación de Corea, son tan sólo unos pocos recordatorios de su terrible legado.10 Existen también guerras frías localizadas que perviven en la actualidad (India-Pakistán, Israel-Siria, las dos Chinas, las dos Coreas, entre las más destacadas).11
A menudo, el enfrentamiento Este-Oeste dio lugar a una multitud de conflictivas interpretaciones concernientes a la responsabilidad de su origen, su duración y su final. Casi todas estas interpretaciones estaban, a su vez, influenciadas por la misma dinámica de la guerra fría y, la gran mayoría, eran profundamente políticas, ya que las posiciones en liza eran tributarias de los debates que surgieron durante el conflicto. El final de la guerra fría no ha cerrado los debates y la paulatina apertura de los archivos soviéticos tampoco resulta concluyente. Si bien resulta un tanto aventurado señalar con J.L. Gaddis que «We Know Now» (ahora sabemos),12 es indudable que hoy, tras la apertura de gran parte de lo que fue la urss y sus aliados, se puede realizar un balance bastante equilibrado del período. No obstante, es preciso tener en mente que todavía pueden aparecer documentos que obliguen a una nueva interpretación de la guerra, al igual que, durante los años setenta, la aparición de documentos sobre «Ultra» afectó decisivamente la visión que teníamos sobre la segunda guerra mundial.13
En la historia de la guerra fría es necesario alertar al lector sobre lo que Garton Ash, siguiendo al filósofo Henry Bergson, ha denominado «las ilusiones del determinismo retrospectivo».14 Con esta expresión se hace referencia al error de predecir los resultados finales al analizar los diversos episodios. El historiador, que ya conoce el desenlace, se ve acechado por el peligro de realizar juicios retrospectivos anacrónicos. También es preciso llamar la atención sobre la necesidad de evitar concluir que el desarrollo de los acontecimientos era el más obvio o el que conducía al mejor resultado posible. Existe el peligro de considerar que las raíces de la caída de la urss estaban presentes a lo largo de toda su historia. El análisis de los acontecimientos alemanes de 1953, los de Hungría en 1956 o de Checoslovaquia de 1968, por citar tan sólo unos cuantos ejemplos, pueden dar la falsa impresión de que eran ensayos para lo que se avecinaba en 1989.
En una obra de las características de la presente resulta imposible poder tratar con detenimiento todos los conflictos y las etapas. Inevitablemente se ha tenido que realizar una siempre difícil selección entre qué cuestiones resulta imprescindible estudiar y cuáles era necesario omitir acerca de un conflicto de una enorme magnitud que se dilató en el tiempo durante cuatro décadas y media y que abarcó la totalidad de la geografía planetaria. Para profundizar en el período se ha considerado oportuno, además del aparato crítico, incluir al final una selección bibliográfica sobre los diversos períodos y sus conflictos más destacados.
El objetivo de esta obra es servir de resumen de ese período fundamental de la historia, la llamada «guerra de los cincuenta años», que modeló y afecta todavía a nuestro mundo, tratando de forma escueta y concisa los principales aspectos de esa compleja organización de las relaciones internacionales que engloba la expresión «la guerra fría». En todo caso, se trata de una obra de síntesis, no de un intento de simplificar el período, cosa que considero que sería un grave error. Cuanto más se simplifica la guerra fría menos se logran comprender sus orígenes y su desarrollo. La guerra fría no tuvo una causa única, ni una sola fuerza motriz, como tampoco existió un único factor para su desenlace. Es importante tener presente en todo momento que no ha sido siempre posible ofrecer visiones alternativas a las interpretaciones de los diferentes períodos. Una historia global debería incluir el papel de los individuos; sin embargo, en atención a los objetivos de esta obra, ésta se limita al estudio de las estructuras, los procesos y las crisis más destacadas, realizando, en su caso, valoraciones esenciales sobre los líderes de ambas potencias.
El agudo comentario del dirigente chino Zhou Enlai en los años cincuenta sobre la importancia de la Revolución francesa, al señalar que era demasiado pronto para hablar de sus repercusiones, se aplica perfectamente al asunto que nos concierne. Desde la etapa revolucionaria de Robespierre en la década de 1790, hasta la educación en Francia de Zhou Enlai en la década de 1920, habían transcurrido 130 años. Desde el final de la guerra fría no han transcurrido todavía dos décadas. Sin embargo, resulta hoy posible realizar un análisis de sus principales características y sus momentos decisivos con las nuevas fuentes disponibles.
La guerra fría fue una larga cadena de contradicciones: la carrera armamentística conllevaba el riesgo de la aniquilación de la raza humana; el miedo al holocausto nuclear significó que la estabilidad se convirtiese en el valor más codiciado incluso cuando la misma significaba cooperar con rivales ideológicos para hacer frente a situaciones de extremo peligro. El historiador J.L. Gaddis conceptúa el período como «la larga paz».15 Para Dean Acheson no había existido tanta polarización en el mundo desde la lucha entre Roma y Cartago por la supremacía en el Mediterráneo.16
En su estudio sobre las causas de la guerra, el historiador G. Blaine afirma que éstas ocurren cuando los Estados competidores están en desacuerdo sobre su poder relativo.17 Afortunadamente, durante la guerra fría ambas potencias no llegaron a un desacuerdo suficiente sobre su poder relativo como para lanzarse a una contienda devastadora. A la postre, el largo enfrentamiento de la guerra fría, la llamada «guerra sin balas», una lucha a muerte entre dos sistemas políticos incompatibles por el control del destino mundial, fue resuelto sin tener que recurrir a la guerra nuclear que había aterrorizado a generaciones enteras y que daba sentido al funcionamiento de la confrontación Este-Oeste. Y ésa fue, sin duda, la gran victoria de la humanidad.
1. M. Shaw, «State Theory and the post-Cold War World», en M. Banks y M. Shaw (Eds.), State and Society in International Relations, Londres, 1991, p. 11.
22. D. Acheson, Present at the Creation, Nueva York, 1969, p. 490.
33. I. Wallerstein, Geopolitics and Geoculture, Cambridge, 1991, p. 7.
44. H. Kissinger, Diplomacia, Barcelona, 2000, pp. 72-73.
55. M. Wakter, The Cold War. A History, Nueva York, 1995, pp. 2-3.
66. La aparición de la Coca-Cola en Europa dio lugar a un amplio movimiento de protesta en el continente que veía en la popular bebida «una vanguardia de una ofensiva orientada a la colonización contra la que es nuestro deber luchar», tal y como señaló el diario cristiano francés Témoignage Chrétien. «¿Seremos Coca-Colonizados?» preguntaba el diario comunista L’Humanité. Véase R. Pells, Not Like Us: How Europeans Have Loved, Hated and Transformed American Culture Since World War II, Nueva York, 1997, pp. 212-220. El debate sobre la Coca-Cola en R. F. Kuisel, Seducing the French: Dilemma of Americanization, Princeton, 1997, pp. 52-69.
77. Algunos autores ponen en tela de juicio esta visión maniquea de la victoria de Occidente. Tal es el caso de la obra de Richard Ned Lebow cuyo título es ya una posición clara sobre el tema: We All Lost the Cold War, Princeton, 1995.
88. P. Kennedy, «La fragilidad de la primera potencia», artículo publicado en el diario El País, 1 de septiembre de 1990.
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