a su propio papa en 1409, en abierto desafío tanto a Aviñón como a Roma. Tras haber ganado apoyos, convocó su propio consejo en Constanza en noviembre de 1414. Con esto, Segismundo superó a tres papas, que hacia 1417 habían abdicado o habían sido depuestos, lo cual permitió reunificar a la Iglesia bajo la dirección de un papa de tendencias reformistas, Martín V.140
El Gran Cisma dejó muy debilitado al papado, que ahora tenía que hacer frente a los conciliaristas más radicales, que en 1439 eligieron al que sería último antipapa de la historia, el duque Amadeo VII de Saboya. Aunque el conciliarismo se apagó con la abdicación, diez años más tarde, de Amadeo, el nuevo cisma permitió a los monarcas europeos obtener nuevas concesiones del papado romano. Esto resultó de extraordinaria importancia para el imperio, donde la autoridad monárquica estaba pasando de basarse en la aplicación de prerrogativas imperiales al control directo de extensas posesiones dinásticas… Método perfeccionado por los Habsburgo, que gobernaron el imperio desde 1438, con una única interrupción, hasta su desaparición en 1806. El Concordato de Viena conseguido por Federico III el 17 de febrero de 1448, sumado al de Worms de 1122, constituyó el documento fundamental que reguló la Iglesia imperial hasta 1803. No llegó al extremo de su homólogo francés, que prohibió toda tasa papal en el interior del reino, pero, aun así, recortó la influencia del pontífice en los nombramientos en todos los rangos de la jerarquía eclesiástica del imperio. Al contrario que la Iglesia galicana nacional de Francia, no hubo una única ecclesia Germania. En lugar de ello, entre 1450 y 1470, los grandes príncipes negociaron sus propios concordatos, con arreglo al modelo de Viena, para regular el clero menor de sus jurisdicciones.
Aun así, el conciliarismo había favorecido una mayor cohesión de los obispados, considerados ahora obispados nacionales, entre ellos los de Alemania. El sínodo de los obispos alemanes de 1455 en Maguncia redactó el primer Gravamina nationis Germanicae, o quejas de la Iglesia germana, que se presentó al papa. Las cuestiones fueron planteadas en la asamblea imperial en 1458 y las subsiguientes gravamina se convirtieron en elementos integrales de la política imperial, en especial debido a que a menudo servían a los intereses imperiales en las continuas disputas con el papado con respecto a las jurisdicciones de la Italia septentrional.141
Las relaciones Habsburgo-papado
El éxito de Segismundo en 1417, poner fin al Gran Cisma, pareció retrotraer las relaciones papado-imperio a la era de Carlos IV. Segismundo fue el primer monarca germano en ir a Italia tras el fiasco de la abortada expedición romana de Ruperto, en 1401-1402. Su coronación imperial, el 31 de mayo de 1433, fue la primera desde 1220 celebrada por un papa aceptado universalmente y representaba la culminación de dos años de presencia pacífica en Italia. El Concordato de Viena allanó el camino para la coronación imperial de Federico III, el 19 de marzo de 1452, la cual resultó la última oficiada en Roma.142 También fue la última ocasión en que un emperador rindió servicio de palafrenero a un papa. La ceremonia contradecía la nueva correlación de fuerzas políticas, pues los Habsburgo estaban amasando lo que pronto fueron las mayores posesiones personales controladas por una familia imperial, que proporcionaban unas bases completamente nuevas a la autoridad del emperador.
La implicación de los Habsburgo en las guerras italianas hizo obvia la nueva realidad. Estas guerras dieron inicio en 1494 con un intento francés de suplantar la influencia imperial sobre el norte de Italia, al tiempo que imponían control directo sobre el sur. Las ambiciones francesas fueron frustradas primero por el hijo y sucesor de Federico III, Maximiliano I, y más tarde revertidas por completo por su bisnieto, Carlos V, quien, desde 1519, era a un tiempo rey de España y emperador. El poder de Carlos excedía con mucho incluso el de Enrique VI, lo cual permitió a los Habsburgo completar el proceso, en marcha de forma intermitente desde 1130, de eliminación de la participación papal en el título imperial. Ya en 1508, el papa aceptó que Maximiliano I podía asumir el título de emperador electo, pero sus enemigos franco-venecianos le cortaron el paso en los Alpes cuando se dirigía a su coronación. Ese año se publicó en formato de libro el tratado más importante del título imperial, el de Lupold de Bebenburg, gracias al recién inventado medio de comunicación, la imprenta; esta permitió difundir los argumentos en los que se basaban los cambios constitucionales del siglo XIV. Mientras tanto, el imperio estaba experimentando una transformación fundamental por medio de un crecimiento institucional que consolidó su forma definitiva de comienzos de la Edad Moderna: una monarquía mixta en la que el emperador compartía el poder con una jerarquía cada vez más estratificada de príncipes, señores y ciudades, conocidos por el nombre colectivo de Estados imperiales (vid. págs. 397-414). La formalización, en torno a 1490, de las nuevas formas de representación en la dieta imperial (Reichstag) distinguió con mayor claridad a los miembros del imperio. Los papas continuaron enviando legados al Reichstag hasta la década de 1540, pero antes incluso de que la Reforma protestante los considerase indeseables ya era obvio que no eran más que representantes de un potentado foráneo.143
De todos modos, los Habsburgo no estaban dispuestos a cortar todos los vínculos con el papado. Carlos V, llegado al imperio en 1521 desde España, rechazó las peticiones de los reformistas evangelistas de purgar a Roma del anticristo. No hubo un retorno a la intervención imperial de antaño para reformar la Iglesia. Por el contrario, Carlos se ciñó a la división entre responsabilidad secular y responsabilidad espiritual que había emanado de forma gradual del Concordato de Worms. La reforma se trató como un asunto de orden público y se dejaron las cuestiones doctrinales en manos del papado (vid. págs. 105-114). La reticencia del pontífice a pactar cuestiones doctrinarias hizo extremadamente difícil la posición de Carlos en el imperio y en Italia el papa y el emperador entraban en conflicto a causa de sus respectivas ambiciones territoriales. El periodo más oscuro fue el famoso saco de Roma perpetrado por las tropas imperiales el 6 de mayo de 1527, hecho que todavía hoy se conmemora cada año en el memorial dedicado a los 147 guardias suizos muertos en defensa del Vaticano.144
Tras recibir su castigo, el papa Clemente VII coronó a Carlos emperador en Bolonia el 24 de febrero de 1530, en la que fue la última coronación imperial oficiada por un papa (vid. Lámina 7). Se eligió este lugar para que coincidiera con la campaña de Carlos, pero aun así se celebró con gran pompa. Se pretendía que esta ceremonia ayudase a concluir las guerras italianas con una paz duradera. Carlos entró triunfante en la ciudad y se presentó como un emperador romano victorioso.145 En 1531, consiguió que el papado aceptase que su hermano menor, Fernando, le sucediera de forma directa, sin coronación. Cuando esto ocurrió, en 1558, Fernando ya había concluido la Paz de Augsburgo (1555) que aceptaba el luteranismo como religión oficial del imperio junto con el catolicismo. El ascenso de Fernando I al trono proporcionó la primera oportunidad desde la reforma de alterar la posición del emperador dentro de la constitución imperial. Los protestantes querían borrar la cláusula que designaba al emperador advocatus ecclesiae y reemplazarla por la obligación de hacer cumplir la Paz de Augsburgo. Los Estados imperiales católicos acabaron por persuadirle de que conservase la frase original. En 1562, con la elección de Maximiliano II como rey de romanos, esta cláusula fue reformulada como una protección general de la Iglesia cristiana con la omisión de toda referencia al papado. Esta fórmula se mantuvo posteriormente, aunque los católicos Habsburgo la interpretaron de forma más tradicional.146
Los títulos de emperador y rey de Alemania habían sido fusionados, lo cual consolidó el cambio de 1508 y aseguró la asunción ininterrumpida de prerrogativas imperiales con la elección. Había ahora una única coronación, oficiada por el arzobispo de Colonia, quien había presidido las coronaciones reales germanas desde los carolingios y cuyo papel aceptaban incluso