restos visuales y auditivos por el encuentro con la escena primaria, que es el encuentro con ese Otro que permite que tengamos un cuerpo y que seamos libidinizados, se articula a lo que se llama complejo de Edipo en un segundo momento. Los modos de satisfacción sexual no están causados por el complejo sino que el complejo es un argumento que anuda pulsión y deseo, y anuda objeto parcial con el objeto del narcisismo. Entonces, se trata de un operador estructural para la constitución del sujeto.
En la segunda contribución a la psicología del amor, “Sobre la más generalizada degradación de la vida amorosa”, (15) Freud sostiene que habría algo en la naturaleza misma de la pulsión desfavorable a la plena satisfacción, algo inherente a la naturaleza misma de la pulsión. Eso indica que no es que no haya satisfacción plena de la pulsión porque esté prohibida por el padre edípico, no es por la interdicción del objeto incestuoso, sino que esa prohibición marca como posible pero interdicta lo que en verdad es imposible. Lo que produce la interdicción de este argumento ordenando el campo, es hacerle creer al neurótico que si no estuviese prohibida podría reencontrarse con Das ding: transforma lo que es un imposible con el argumento de lo prohibido; el neurótico lo traduce como prohibido y hace síntoma con ello, la histérica es un ejemplo paradigmático.
En “El malestar en la cultura” Freud va a decir claramente que no hay satisfacción plena de la pulsión por obstáculo interno, y no porque esta satisfacción plena esté prohibida. La prohibición, referencia del padre, vela la imposibilidad.
Ciertamente Freud, como nos enseña Lacan, cree en el Nombre del Padre. Eso muchas veces lo deja en los impasses de la verdad mentirosa y le impide postular lo real. Este fue el paso que dio Lacan, no sin Freud.
En relación con esto último hay algo puntual que no quiero dejar de mencionar: cuando hablamos del imperativo de goce lo que surge en la actualidad es un empuje a la literalidad. La caída del Nombre-del-Padre y aquello que venga a su lugar, deflaciona la dimensión de la metáfora. En última instancia llamamos Padre, en Freud y en Lacan, sólo a una cosa que es la aptitud para la metáfora. Hay una frase maravillosa de un gran autor que es Thomas Mann en la novela Confesiones del estafador Felix Krull (16), que dice: “la libertad es poder vivir en la metáfora”. La actualidad es un atentado a la dimensión de la metáfora y un empuje al goce de la literalidad, efecto de la forclusión del Nombre del Padre en la cultura.
El capitalismo tardío en su fase neoliberal, en su gran matrimonio con la ley del mercado y los avances científico-tecnológicos, marca este empuje a la literalidad.
Ciertamente Freud, como nos enseña Lacan, cree en el Nombre del Padre. Eso muchas veces lo deja en los impasses de la verdad mentirosa, y le impide postular lo real. Este fue el paso que dio Lacan, no sin Freud.
Para articular también con las teorías de género, tomaré el superyó que es un efecto de la castración estructural que Freud llamó la no satisfacción plena de la pulsión por obstáculo interno.
Hay una mala crítica respecto al superyó freudiano. En “El malestar en la cultura”, (17) Freud expone dos teorías respecto al superyó. Una consideración es que el superyó se origina a partir de la identificación con la ley paterna respecto a la prohibición de los sentimientos parricidas e incestuosos. Esta ley hunde sus raíces en la pulsión de muerte y es la paradoja del superyó. Pero hay otro modo de pensarlo, al cual Miller se refiere como aquellos cuentos policiales en los que el asesino vuelve una y otra vez a la escena del crimen. Lo que formula Freud es algo diferente: se trata de la introyección del odio que el sujeto le tuvo al padre en tanto prohibidor. Entonces, el superyó es el odio que el sujeto le dirige al yo, como si el sujeto fuera el superyó y el yo fuera el padre.
Esta formulación es mucho más acorde con los desarrollos freudianos de la pulsión de muerte. Por lo tanto, no tiene que ver con la prohibición de las satisfacciones pulsionales sino que refiere directamente a la pulsión de muerte.
Este superyó es aquel que Lacan nombró como sin deuda y sin culpa, es el que trabajó cuando planteó el discurso capitalista: la anulación de la barrera de la imposibilidad y el desencadenamiento del imperativo de goce superyoico, efecto del discurso capitalista. Lo abordó en “El saber del psicoanalista” (18) con el discurso capitalista y el imperativo de goce superyoico.
En “Los no incautos yerran”, (19) Lacan ya no trabaja la renegación de la castración como en el discurso capitalista sino la forclusión del Nombre-del-Padre en la cultura: se trata del Deseo de la Madre sin barrar por el Nombre-del-Padre –por lo tanto con valor de goce–, que toma en la cultura la aptitud de nominar, de “nombrar para”. Esta forclusión implica un retorno de lo forcluido bajo la forma de los fundamentalismos del “protopadre” y también bajo los modos de una “degeneración catastrófica”, que producirá efectos segregativos y el trastocamiento de los modos de organización social. El problema que se genera, es que se difumina el campo de la perversión. Es un problema serio: dónde asir la perversión en la época del imperativo de los modos de goce.
Éric Laurent trabaja en “Siglo XXI: no relación globalizada e igualdad de términos”, (20) cómo esas posiciones de goce han adquirido ciudadanía con la legislación de los derechos humanos. ¿Cómo intervenir como psicoanalistas donde hay un matrimonio entre el ejercicio de los derechos humanos y la pluralización de los modos de goce?
Llegan a los consultorios sujetos que hace veinte años no hubiésemos tenido ninguna duda en clasificar como perversos. Hoy, pareciera que el campo mismo de la perversión se ha difuminado porque para la perversión se necesita el concepto de castración y de una operación respecto a ella, que clásicamente se llama renegación o desmentida. Hoy eso pasó a ser un modo de goce no sólo aceptado sino promovido culturalmente.
No nos olvidemos que la ciencia médica, y fundamentalmente la cirugía, ha venido a ocupar el lugar de ese Deseo de la Madre sin barrar, en la actitud de nominar, en el sentido de “trae el cuerpo que tienes y llévate el cuerpo que quieres”; y que además da identidad. En la actitud de nominar se entroniza el yo: “yo me autopercibo x”.
Volviendo a lo que postula Lacan, en esta actitud de nominar se realiza esta operación que es el imperativo de goce de nuestros días. Si retomamos a Han y lo traducimos, podemos decir que considera que este operativo de goce puede llegar al inconsciente, al ello freudiano, pero para nosotros no. Esta es nuestra diferencia con el filósofo coreano y con las teorías de género.
Además, como situaba anteriormente, el psicoanálisis no considera que el yo pueda autopercibir ni que haya identidad sexuada. Hay identificaciones y modos singulares de goce; el cuerpo especular está pero también tenemos el concepto del Un cuerpo, que es imposible subsumirlo en el imperativo de goce de la ley del mercado.
Recomiendo la lectura del texto de Silvia Ons, y que se lo tome como material de estudio y de investigación.
1- Freud, S., “El tabú de la virginidad”, en Obras completas, t. XI, Buenos Aires: Amorrortu. 1986.
2- Lacan, J., El Seminario, Libro 17, El reverso del psicoanálisis, Paidós, Buenos Aires, 1992.
3- Lacan, J., El Seminario, Libro 11, Los cuatros conceptos fundamentales del psicoanálisis, Paidós, Buenos Aires, 1986.
4- Miller, J.-A., “Causa y consentimiento”, Dispar N° 4, Revista de psicoanálisis, Grama, Buenos Aires, 2001.
5- Freud, S., “Análisis terminable e interminable”, en Obras completas, t. XXIII, Amorrortu, Buenos Aires, 1980, p. 252.
6- Freud, S., “Psicología de las masas y análisis