Luis Javier Plata Rosas

El curioso caso de la especie sinnombre


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seres vivientes, forma parte de los libros de texto de biología desde el nivel de enseñanza media. He puesto a propósito el (mal) ejemplo del cerdo, cuyo nombre científico tiene tres palabras en lugar de dos para indicar la subespecie, con el fin de llamar la atención sobre el hecho de que están también en lo cierto quienes señalan que, en muchas ocasiones, explicaciones inevitables al estudiar taxonomía, como por qué domestica es una subespecie y no otra especie del género Sus, quedan fuera de obras de divulgación como la presente.

      No fue, en rigor, pensando en cerdos, sino en las cerca de seis mil especies de plantas presentes en Suecia, que a Linneo se le ocurrió la idea más feliz de su vida.1 Por un lado, quise divertir al lector y divertirme un poco al hablar sobre Linneo y la necesidad de un nombre universal para cada especie, y por otro lado, hacerle sentir desde la primera página que en las páginas restantes deseo mantener ese tono ligero y amable, sin descuidar la exactitud de los nombres científicos y la veracidad de las anécdotas, cada una de las cuales cuenta con referencias que, para facilitar su lectura, aparecen al final del libro. Siempre que ha estado disponible, he consultado directamente el artículo científico en el que se da nombre a la especie de la que se trata.2 Cuando no lo menciono de manera explícita, el entrecomillado remite al autor o autores del artículo científico en el que fue nombrada la especie.

      Uno de mis propósitos al rescatar estas anécdotas de las publicaciones especializadas ha sido compartir con el lector lo que la mayoría de las veces, al ser consignado por los autores del hallazgo y nombramiento de nuevas especies, es conocido únicamente dentro del pequeño círculo en el que se encuentran aquellos que son especialistas en organismos vivos identificados por palabras técnicas tan conocidas para ellos como desconocidas para el resto de nosotros. Teniendo presente esto, he reducido en lo posible los tecnicismos propios de esta rama de la biología e indispensables para la comunicación entre científicos.

      Con un inventario tan extenso de especies como aquel con el que contamos en la Tierra, bien podría uno dedicarse el resto de su vida a escribir anécdotas taxonómicas, sin jamás conseguir incluir a todas las especies nombradas —y eso que faltaría aún considerar a aquellas que no han sido descubiertas—, pero como es posible que el lector no tenga entre sus propósitos leer un mamotreto así, y teniendo en mente que alguna vez escuché que “los libros no se terminan, se abandonan”, decidí, si no abandonar, sí limitar bastante la extensión de esta obra.

      No obstante, espero que la breve excursión por estos parajes taxonómicos sea para el lector por lo menos tan disfrutable como lo fue para mí y que, al igual que en las sagas novelescas y cinematográficas, sienta un ansia insoportable por conocer más, mucho más, sobre las impresionantes aventuras de quienes desde hace millones de años protagonizan La vida en la Tierra, personajes tan fascinantes como irrepetibles. ¡Que se diviertan!

      1 Aunque, siendo igualmente rigurosos, su mayor contribución no fue en sí la nomenclatura binomial —muchos otros antes que él la habían propuesto—, y ni siquiera haber acuñado alrededor de diez mil nombres para especies de plantas y animales, sino haber ordenado toda la literatura previa de manera que el resto de los naturalistas pudieran, a partir de entonces, consultar su obra y asociar estos nombres con las especies nombradas.

      2 Esto ocurrió en la gran mayoría de los casos, siendo las excepciones nombres científicos con una antigüedad previa a la del siglo pasado.

       ¿Sistemática o taxonomía?

      En un libro de referencia de gran prestigio [Ernst] Mayr (1969) caracterizó a la taxonomía como “la teoría y práctica de clasificar organismos” mientras que se refirió a la sistemática como “la ciencia de la diversidad de los organismos”. La sistemática era una ciencia, la taxonomía mera “teoría y práctica” como la fontanería, el corte de pelo y otras actividades respetables pero claramente no-científicas. […] La forma más simple de evitar esta discusión más que fútil es abandonar el término “sistemática” y adoptar en su lugar una definición de taxonomía como la […] de la Iniciativa Taxonómica Global: “Entendida en términos generales, la taxonomía es la clasificación de la vida, aunque está enfocada más frecuentemente en la descripción de especies, su variabilidad genética, y sus relaciones entre una y otra.”

      Henrik Enghoff

       (taxónomo, por supuesto)

      Si bien la taxonomía es una ciencia que permite clasificar a un organismo dentro de cierto taxón,3 la asignación de un nombre a una especie por los taxonomistas no lo es, por lo que los científicos tienen que ponerse de acuerdo sobre cuáles son las reglas a seguir a la hora del bautizo.

      Las reglas taxonómicas son discutidas durante reuniones entre pares cada determinado tiempo y consignadas en alguno de los códigos correspondientes: el Código Internacional de Nomenclatura Zoológica, el Código Internacional de Nomenclatura para Algas, Hongos y Plantas, y el Código Internacional de Nomenclatura de Bacterias.

      Los nombres científicos deben estar escritos con las letras del alfabeto latino. Si está en latín, debemos aplicar las reglas de esta lengua, mas no debe preocuparnos no saber latín ni griego, pues podemos derivar el nombre a partir de cualquier idioma de nuestra preferencia, o usar incluso una combinación arbitraria de letras siempre y cuando formen una palabra (zgtmrg, por ejemplo, no está permitido).

      El nombre del género se denomina nombre genérico, y el de la especie, nombre específico cuando se trata de animales; en los casos restantes se conoce como epíteto específico.

      Si queremos nombrar una especie en honor de una persona, el nombre específico debe terminar en -i o -ii. Por ejemplo, si queremos bautizar a una nueva especie de araña del género Kukulkania con nuestro nombre y nos llamamos Anacleto, el resultado será Kukulkania anacletoi.

      En caso de querer homenajear a todo un grupo, como podría ser nuestra familia entera de apellido Gutiérrez, el nombre específico debe terminar en -orum. Asi, obtendríamos Kukulkania gutierrezorum.

      Si es una persona femenina la homenajeada —digamos, nuestra madre, de nombre Cleotilde—, el sufijo será -ae: Kukulkania cleotildeae.

      Ahora bien, si lo que deseamos es asociar a la especie para siempre con un lugar —aquel en el que la descubrimos o nuestra playa favorita para vacacionar— tendremos que añadir un -ensis al final: Kukulkania vallartensis.

      Una vez que cumplamos con los requisitos mencionados, sólo nos resta publicar la descripción de nuestra especie descubierta, y el nombre con el que la bautizamos, en una revista científica. Tanto en esa publicación como en este libro, si hablamos sobre diferentes especies de un mismo género en un párrafo o sección, podemos escribir sólo una vez el género y luego seguir refiriéndonos a este de manera abreviada, con la primera letra del mismo. Por ejemplo: “Algunas especies del género de polillas Eucosma son E. mandana, E. nandana y E. pandana” (todas estas en verdad existen).

      3 Un taxón es un grupo de organismos que tienen un parentesco evolutivo. En orden jerárquico y partiendo del reino (por ejemplo: reino animal), las subdivisiones son: filo, clase, orden, familia, género y especie.

      La pronunciación de los nombres científicos no es, ni por mucho, equivalente a aprender en rigor la pronunciación en griego, ni la pronunciación tradicional o la pronunciación clásica del latín. Por