«discursivos», de creación historiográfica.
«Tras las decenas de volúmenes interesados que se han escrito acerca de Rasputín, parece ya totalmente imposible descubrir “la verdad” acerca de él», escribe A. M. Atkind, quien dedicó todo un capítulo de su libro al starets. Y continúa: «Toda crítica de las fuentes con las que se trabaja conduce a la nada. La mayor parte de todo lo que se dijo y escribió sobre Rasputín son meras invenciones. Esta situación requiere un enfoque distinto ... La historia de la producción de los discursos descubre una «verdad» más profunda en el estudio del mundo de Rasputín que la historia basada en los hechos ... En efecto, escribir la historia de Rasputín es casi tan difícil como escribir la del rey Eneas o la de Iván el tonto. Lo que sí podemos escribir es la historia de una invención, pero no la historia de unos hechos, que prácticamente no existen ... ».21
Los perjuicios que acarrea enarbolar un enfoque de ese tipo, en el que los personajes reales y los imaginarios se funden en un conglomerado «narrativo-discursivo» virtual, se ponen de manifiesto apenas unas líneas más abajo de su esbozo, donde A. M. Atkind incurre en un flagrante error factológico al afirmar que el acercamiento de Rasputín y la familia del zar se habría producido en 1907.22 Como es sabido, en realidad Nicolás II y Alexandra Fiodorovna conocieron «al Hombre de Dios, Grigori, de la prov[incia] de Tobolskoe» mucho antes, a saber, el 1 de noviembre de 1905,23 de lo que se conserva la anotación correspondiente en el diario del zar.24 Existe también una buena cantidad de datos que confirma que el acercamiento del starets a los zares se produjo poco después de ese primer encuentro. Probablemente no sea necesario entrar en detalles para ver que un error de ese tipo dista de ser una nimiedad: el momento y las condiciones en que se produjo el acercamiento de Rasputín a los zares arrojan mucha luz sobre el «cariz» que posteriormente tomaron esas relaciones y, por lo tanto, sobre el fenómeno de Rasputín en su totalidad.
Hay aún otro factor que multiplica las inexactitudes fácticas y que provoca todo un cúmulo de licencias valorativas. Se trata del excesivo componente emocional de las relaciones entre la mayoría de los autores que se han dedicado a Rasputín y la personalidad de su objeto de estudio. Algunos tratan a Rasputín en términos peyorativos, como si se tratara de una persona insignificante y de nula espiritualidad: «tenía una personalidad de todo punto mediocre»,25 «era un pervertido y un borracho», «un hábil charlatán»,26 «un santurrón»,27 «era grosero y voluptuoso»,28 «un campesino barbudo y bestial»,29 vacuo, más bien tonto, muy aficionado a las mujeres y un camorrista amigo del vino de Madeira,30 etc. Otros se entregan a una demonización del starets y lo describen como el verdadero gobernante de Rusia, «extraoficial Patriarca de la Iglesia y zar del Gran Imperio»,31 atribuyéndole, al mismo tiempo, la responsabilidad por todos los males que se abatieron sobre el país durante los últimos años de reinado de Nicolás II: «Su mujer [la de Nicolás II] era quien gobernaba el país y Rasputín la gobernaba a ella. Rasputín insinuaba, la zarina ordenaba y Nicolás obedecía».32 O «los fieles alababan ... a su zar ortodoxo, sin darse cuenta de que quien en realidad gobernaba no era el zar, sino Rasputín, que no era ortodoxo, sino un jlyst33».34
Por otra parte, los argumentos aducidos por los valedores de Rasputín no ceden en emotividad y artificialidad a los de sus detractores. Alguno de ellos se limita a ignorar cualquier elemento capaz de poner en tela de juicio el perfil moral del «humilde peregrino»,35 la fuente de cuya «fuerza excepcional» era la oración,36 poseedor de las señales de una «genuina grandeza espiritual» y que reflejaba en su rostro el «maravilloso espejo del “Renacimiento de Rusia”».37 Otros restan de antemano cualquier valor a todos los materiales que comprometen a Rasputín y, en particular, declaran falsos el feroz altercado que protagonizó un embriagado Rasputín el 26 de marzo de 1915 en el restaurante Yar o los informes que sobre él redactaron los agentes de los servicios secretos en 1915 y 1916, entre otros materiales.38
Por su parte, los autores que abordan el tema de Rasputín desde una perspectiva que podríamos denominar altivo-escéptica, intentan «pasar por alto» las evidentes cualidades intelectuales y volitivas del starets y explican el fenómeno Rasputín apelando a su «astucia de campesino» y a su «habilidad como cortesano», con lo que, en esencia, no hacen más que considerar al más influyente de los favoritos del zar como un hábil conformista. Con los años, este punto de vista, surgido en el seno de las memorias escritas por los emigrantes «blancos», se trasvasó a las obras de los historiadores soviéticos,39 para terminar ocupando un puesto de honor en los trabajos de los escritores actuales, quienes continúan afirmando que el secreto del éxito de Rasputín radicó primordialmente en la habilidad que tenía para «leer los deseos más ocultos de la zarina» y servirle de oráculo.40 No obstante, a pesar de toda la apariencia de veracidad histórica que ostenta ese enfoque, en términos psicológicos es difícil de sustentar; falta dilucidar cómo un ser dotado de una «habilidad acomodaticia» consiguió jugar un papel tan nefasto tanto en la historia de Rusia, como en su propio destino personal.
Es preciso mencionar que algunos autores sí han intentado abordar el fenómeno histórico que significó Rasputín a través del prisma del análisis psicológico en términos científicos.41 No obstante, esos trabajos adolecen de los mismos prejuicios emocionales y, además, antes que consistir en investigaciones concienzudas, no pasan de ser esbozos histórico-psicológicos. Esto último también puede aplicarse con justicia al artículo del célebre sexólogo de San Petersburgo D. D. Isaev,42 quien consiguió hacer una serie de interesantes y precisas observaciones de carácter más particular.
Todo ello nos lleva a concluir que ante los actuales investigadores de Rasputín permanecen abiertas dos cuestiones fundamentales, cuya solución definitiva resulta imprescindible para que sea posible emprender nuevas investigaciones verdaderamente fecundas y originales. En primer lugar, es necesario someter el actual caudal de descuidos conceptuales y opacidades factológicas al filtrado del más fino cedazo para encauzarlo así hacia una discusión científica libre de pasiones. En segundo lugar, el fenómeno que lleva el nombre de Grigori Rasputín requiere ser abordado no sólo desde un punto de vista exclusivamente histórico, sino también desde la perspectiva médico-psicológica.
Satisfacer esos dos retos en los confines de un sólo libro es una tarea difícilmente asequible. El volumen que ofrecemos aquí tiene como objetivo dar tan sólo el primer paso en esa dirección. Aun así, tenemos el convencimiento de que hoy ya es posible, habiéndonos librado de los estereotipos que marcan, desde los excesos emocionales, la percepción de la personalidad del starets, y embarcándonos en un análisis que combine los aspectos histórico y psicológico a la hora de discriminar de entre los datos de que disponemos acerca de Rasputín aquellos que tienen un mayor o menor índice de veracidad, llegar a toda una serie de conclusiones bastante inesperadas a la vez que perfectamente fundamentadas.
La presente obra sirve de colofón a una investigación desarrollada a lo largo de muchos años y que ha ido encontrando asiento en varias publicaciones.43 El libro está dividido en dos partes, que conforman un único sistema conceptual y factológico. La primera parte consta, a su vez, de dos apartados. El primero está dedicado a un pormenorizado estudio forense médico-psicológico de la personalidad de Grigori Rasputín, a la revelación de los principales rasgos de su carácter, su intelecto y sus dispositivos ideológicos y de comportamiento. En el segundo apartado se examina el destino de Rasputín a través del prisma de su personalidad.
La segunda parte consiste en una versión abreviada de las memorias del starets, según las dictó a su secretaria a lo largo, probablemente, de los años 1914-16. Una copia de estas memorias, con el título de «Diario de Rasputín» («Notas de Laptinskaya») se custodia en los fondos del Archivo estatal de la Federación rusa. La lectura del «Diario» no sólo brinda la posibilidad de acceder a una enorme cantidad de información extremadamente interesante sobre Rasputín, sino que también permite examinar las manifestaciones de la personalidad del starets de primera mano, y no a través del relato de terceras personas. Ello brinda al lector la posibilidad única de formarse una opinión propia e independiente del fenómeno Rasputín y comprobar la validez de los juicios y opiniones que contienen este y otros libros dedicados a él.
La cuestión acerca de la autenticidad del «Diario de Rasputín» todavía