de la gente u oculto en algún rincón, paralizado por algún miedo incomprensible».67
Durante sus años de juventud, Rasputín padeció un insomnio persistente. Padeció de enuresis hasta la edad adulta: «Por las noches me pasaba lo que a los niños, me orinaba en la cama». Sólo después de comenzar a viajar por los «lugares santos» consiguió Rasputín superar esa disfunción.68 También se conoce que Rasputín tenía una memoria sorprendentemente mala —según algunos testigos «obtusa»—,69 una escasa capacidad de concentración, que se comportaba de forma harto alterada, saltando de un tema a otro en las conversaciones, y que era extraordinariamente inquieto, nervioso y poco apto para el trabajo sistemático.
El monje Iliodor, quien le conoció muy de cerca nos ha dejado la siguiente descripción: «no entró, sino que irrumpió [en la habitación] un hombre que se contorsionaba estrambóticamente y pegaba como unos saltos; daba la impresión de que no se trataba de un ser vivo, sino de un hombre, más bien de un hombrecillo de juguete, una marioneta a la que alguien daba vida tirando a la vez y con fuerza de todos los hilos, moviéndole a golpe de sacudidas las piernas, los brazos y la cabeza».70
Iliodor, quien se había propuesto preparar a Rasputín para la carrera sacerdotal, termina pronto constatando desesperado: «Pero si es que es un lerdo, no aprende nada, es más bruto que un tocón».71 En otra ocasión, cuando el obispo Hermógenes sacó el tema de la posible preparación de Rasputín para la imposición de manos, éste estimó mucho mejor echarse atrás: «Le dije rápidamente [a Hermógenes] que yo no podía ni soñar con algo así... Para llegar a ser sacerdote hay que estudiar mucho... Hay que meditar con mucha concentración... Y eso no es para mí... Mis pensamientos son como pájaros del cielo, van de un lado para otro sin que yo pueda impedírselo».72
Rasputín leía muy mal y despacio, escribía torcido y sin el menor respeto por las reglas de la ortografía y la sintaxis. En cuanto a los números, sabía contar sólo hasta cien y de ahí en adelante decía «dos veces cien, tres veces cien», a lo que seguían sus «millares», de los que disponía ya sin orden ni concierto.73 Jamás memorizaba los apellidos de sus numerosos conocidos, y les llamaba con motes —algunas veces bastante ingeniosos— como: Belleza, Estrellita, Mashka, Ronco, Hija, Gobernadora, Lechuguino, Abejita,74 Bella, Magnífico, Joven, Melenudo,75 Ricitos, Viejete, Sorderas, Pañuelito, Viveika, Simochka,76 y otros.
No obstante, sus contemporáneos no dejaban de manifestar su asombro ante el «importante conocimiento que Rasputín tiene de las Sagradas Escrituras y las cuestiones teológicas»,77 y su capacidad a la hora de aplicarse a comentar la Biblia y «penetrar en los entresijos de la casuística escolástica de la Iglesia».78 Nadie dejó de subrayar la inteligencia de Rasputín, ni sus amigos ni sus enemigos.79 P. G. Kurlov, quien fuera comandante del cuerpo especial de gendarmes, reconoció que Rasputín poseía «una comprensión práctica de los asuntos de actualidad, incluso de aquellos que tenían una dimensión de Estado».80
«Su principio fundamental en la vida era la egolatría»
El conflicto interno entre las características «suficientes» y «deficientes» de la constitución psíquica provocado por el trauma de nacimiento constituyó el fondo sobre el que se formó un tipo psicopático de carácter en Grigori Rasputín. Lo más sencillo sería considerar que nos hallamos en este caso ante un «trauma orgánico», ante una psicopatía que fuera consecuencia directa de un trauma de parto, es decir, «orgánico». Sin embargo, no es este el caso, porque las psicopatías orgánicas se caracterizan por el embrutecimiento y la primitivización de los aspectos psíquicos de la personalidad y en ningún caso por la colisión entre «una mentalidad capaz de tener una visión de Estado» y «una memoria obtusa».
El hipnólogo V. Rozhnov emprendió un intento de establecer —aunque de forma más bien aproximada— el tipo de psicopatología de Rasputín y llegó a la conclusión de que se trataba de «una psicopatía paranoica o, quizás, de una psicopatología de índole histérica marcada por una sobrevaloración de las ideas religiosas».81
Antes de intentar responder con mayor o menor exactitud a por qué corresponde dar el tratamiento de psicópata a Grigori Rasputín, qué tipo preciso de psicopatía presentaba y cuál fue el papel que jugó el trauma sufrido durante el parto en su desarrollo, probablemente convenga dedicar unas palabras a las psicopatías en sentido general. A toda persona normal le son inherentes una serie de rasgos de uno u otro signo que permiten establecer cuál es el tipo de su carácter, lo que supone, a su vez, la «ley fundamental» que rige su comportamiento. El carácter de una persona puede ser «histeroide», «esquizoide», «hipertímico», «epileptoide», «conformista», hasta un total de unos quince tipos distintos. Aun cuando el tono psiquiátrico de estos términos pudiera asustarnos, es menester dejar claro que no implica que todos estemos un poco locos. De hecho, lo que esto indica es que en las personas comunes, normales, están contenidas las mismas características, los mismos rasgos de la personalidad, que encontramos en las personalidades patológicas: ser sociable o reservado, avaro o dadivoso, agresivo o apocado, etc. La diferencia sólo estriba en que esas características se manifiestan en forma hipertrofiada en las personalidades patológicas.
En los casos en que los mencionados rasgos de carácter se desarrollan sin rebasar determinado límite, no sólo no obstaculizan, sino que más bien estimulan el desempeño de la persona en la carrera que convenga a sus características psíquicas individuales. Un histeroide, por ejemplo, cuyo lema en la vida suele ser del tipo: «¡Miren cuán maravilloso soy!», podrá realizar cualquier tipo de actividad que le permita concitar la atención general. Podrá intentar convertirse en artista, maestro, guía turístico, etc. Y si cosecha éxitos en su profesión, el histeroide en cuestión puede considerar sin lugar a dudas que ha tenido suerte con su carácter y que sus rasgos de personalidad no rebasan el marco de lo normal.
Por el contrario, cuando el carácter más que favorecer obstaculiza la adaptación social —es decir, el desempeño laboral productivo o el establecimiento de relaciones sociales—, y no sólo en circunstancias determinadas, sino en cada momento y en cualquier situación, entonces corresponde diagnosticar ese carácter como psicopático, es decir, marcado por una extravagancia patológica.
Las manifestaciones psicopáticas se pueden atenuar parcialmente si el psicópata se encuentra rodeado por condiciones que le sean favorables, en el sentido de que permitan «perdonar» los rasgos más vulnerables de su carácter. Por el contrario, si por alguna razón desaparecieran esas condiciones, entonces se produce una «descompensación» y el psicópata comienza a comportarse de forma asocial y destructiva, en primer lugar contra sí mismo. Al margen de las psicopatías orgánicas, los científicos aún no han llegado a un acuerdo respecto a la cuestión cardinal de la psicopatía, a saber, las causas de su aparición, y si se tratan fundamentalmente de patologías adquiridas o condicionadas genéticamente.
Regresemos ahora a la personalidad de Grigori Rasputín, comenzando por establecer su tipo psicopático como «histeroide». Rasputín era una persona con un tipo de carácter histriónico y exhibicionista, cuyos motivos vitales son los elogios, los aplausos, la gloria, etc. En el caso de Rasputín, los rasgos histeroides se manifestaban en una conducta extravagante permanente. Todo parece indicar que el desarrollo de la psicopatía histeroide de Grigori Rasputín fue condicionado tanto por las características especiales de la educación que recibió y sus condiciones de vida (era hijo único en una familia patriarcal, «la niña de los ojos», cabría decir), como por toda una serie de padecimientos mentales derivados de un parto traumático: memoria deficiente, una prolongada enuresis, etc.
La presencia de esos trastornos psicopáticos de la personalidad privaba al starets de una adaptación normal a la sociedad y lo empujaba a emprender incesantes aventuras sociales, en particular, al vagabundeo que, en realidad, venía motivado por su incapacidad para trabajar de forma planificada y productiva, así como para establecerse en un lugar específico. El único «lugar de trabajo» en el que Grigori Yefímovich consiguió mantenerse durante un período prolongado de tiempo, aunque sazonado de interrupciones, resultó ser el traspatio de la corte. Sin embargo, esa circunstancia es menos un testimonio de la normalidad del «padre Grigori» que una prueba de la dimensión