emerge puro como un infante recién salido de la pila bautismal. Dios no le escatima Su gracia».139
En 1909, cuando por iniciativa del propio Feofán, que ya comenzaba a «sospechar» algo extraño en el starets, se convocó un tribunal arbitral con presencia de autoridades eclesiales; sorprendentemente Rasputín consiguió justificarse del todo,140 demostrando a los malhadados jueces que «todo cristiano debe prodigar ternura a las mujeres», toda vez que «la ternura es un sentimiento cristiano».141 La verdad es que resulta difícil imaginar los niveles de histrionismo y brillantez escolástica que tuvo que desplegar para predisponer a su favor a todo un concilio de moralistas profesionales, que habían acudido a la reunión animados por el firme propósito de confinar a Rasputín en un monasterio.
«Es un actor, pero no un bufón», reconoció Borís de Nikolskoe, uno de los cientos de detractores del starets.142 La teatralidad constituía el sentido de la vida del «padre Grigori» o, mejor, el elemento en que ésta se desarrollaba. No se trataba, por lo tanto, de una mera simulación carnavalesca e insensata o de una hipocresía banal y egoísta. Rasputín no se limitaba a «representar un papel», sino que era capaz de vivir en él de una manera tan plena que nadie, salvo él mismo, pudiera reprocharle la dimensión teatral de su comportamiento.
El obispo Hermógenes, quien fuera primero su protector y después enemigo acérrimo, recordaba a su muerte: «Creo que al principio hubo en Rasputín un fulgor divino. Tenía la agudeza necesaria para penetrar en el interior de la gente y sabía mostrar conmiseración, cosa que, a fuer de ser sincero, hube de experimentar en mi propia persona, pues en más de una ocasión fue capaz de aliviar mis padecimientos espirituales. De esa manera me conquistó a mí y, al menos, en los inicios de su carrera, también a otras personas».143
¿Se concebía a sí mismo como un «simulador»? Sí y no. Se producía una suerte de fusión entre la imaginación de Rasputín y la realidad, si bien aún en los momentos de fusión más sincera entre la persona y la imagen que él había creado de sí, permanecía una frontera, apenas perceptible, que delimitaba y separaba lo interior de lo exterior, la esencia, de la representación. El permanente estado de interpretación de papeles e intercambio de máscaras no ocurría a un nivel exclusivamente inconsciente. De ello da buena fe el consejo que Rasputín dio a Nicolás II en un momento en que el zar estaba muy preocupado por cómo «poner freno» a un demasiado insistente P. A. Stolypin: «Cuando venga a verte con un informe así muy rimbombante, tú coge y sal a recibirlo con la camisa más sencilla que tengas». Si hemos de creer el testimonio de Iliodor, «el zar así lo hizo» y le dijo paternalmente al Primer Ministro que «Dios mismo vive en la sencillez», a lo que P. A. Stolypin, que evidentemente adivinó el origen de semejante transformación en el zar, «se mordió la lengua e incluso se encorvó ligeramente».144
«En cuanto le veía, caía víctima de un total abatimiento»
Fundamentalmente, a Rasputín le resultaban imprescindibles sus dotes histriónicas para influir sobre la psique de la gente. Y si bien jamás recurrió a la hipnosis total o parcial, en el sentido pleno del término, la capacidad de sugestión del starets era claramente perceptible. «A veces, cuando le miraba a los ojos», recordaba F. Yusúpov, «me parecía que ... estaba poseído por algún “demonio” interior ... Esa apariencia “demoníaca” confería a sus palabras y acciones una contundencia especial, y por ello las personas que carecían de sólidos fundamentos espirituales o de una voluntad firme, se sometían fácilmente».145 «La fuerza que posee», escribe Iliodor, «que el propio starets denomina ... “electricidad”, emana a través de sus manos y especialmente ... a través de sus ojos. Con esa fuerza es capaz de someter a cualquier espíritu débil e impresionable».146 «Rasputín es uno de los hipnotizadores más poderosos que yo haya visto en mi vida», señala el ex ministro del Interior A. N. Jvostov, quien hace un uso no muy propio del concepto hipnotizador, como veremos a continuación. «En cuanto le veía, caía víctima de un total abatimiento ... Rasputín ejercía una impresión sobre mí».147
Existen documentos que acreditan que, a principios de 1914, Rasputín tomó varias lecciones con Guerasím Dionísievich Papnadato, un hipnotizador afincado en San Petersburgo.148 No obstante, difícilmente esas lecciones pudieron añadir algo esencialmente nuevo al rico y ya sobradamente probado registro con que contaba Rasputín para sugestionar a quienes le rodeaban. Las más tempranas manifestaciones de las extraordinarias facultades «extrasensoriales» de Rasputín datan del primer período de su infancia, cuando, si hemos de creer el relato de su padre, era una suerte de veterinario milagrero que trataba por «sugestión» a las reses que enfermaban (según el testimonio de su hija Matriona Rasputina, esos poderes milagrosos de su padre decayeron repentinamente tras la muerte de su hermano Mijaíl).149 Efimi Rasputín, entretanto, «consideraba que todo aquello era obra del diablo y, aunque no era un hombre religioso, se cuidaba de persignarse para ahuyentar las desgracias».150
Rasputín, por su parte, sí estaba convencido de que tenía un «poder» espiritual peculiar. «Y comprendí que había una fuerza enorme dentro de mí. Y que yo no tenía poder sobre ella. No podía esconderla. ... Dios mío, mi Salvador, me has elegido en Tu Gracia así como me has dado de tus frutos».151 Asimismo, V. Rozhkov consideraba que Rasputín poseía «dotes intuitivas para penetrar en la psicología de la gente, así como facultades hipnóticas innatas».152
Llegados a este punto, es menester hacer un par de comentarios. En primer lugar, conviene hablar más bien de facultades «de sugestión» y no «hipnóticas», cuando se trata de Rasputín. En segundo lugar, éstas distaban de ser efectivas con todo el mundo. «Mira, voy y te toco y ¿qué es lo que sientes?», le preguntó una vez a Iliodor. Y éste, que confesará no haber sentido absolutamente nada, respondió maliciosamente: «Ohhhhh, impresionante... ».153 Ante esa respuesta, Grigori se excitó sobremanera: «¡¿Lo ves?! ¡¿Lo ves?! Es lo mismo que con ellos [los zares], y a ellos los toco de otra manera, por todos lados, cada vez que me invitan a palacio».154
P. G. Kurlov no observó en Rasputín «el menor signo de poderes hipnóticos».155 Apenas «unos pocos ardides de hipnotismo que habría aprendido»156 fue lo que apreció V. N. Kokovtsov, quien sustituyó a P. A. Stolypin en el puesto de presidente del Consejo de ministros: «Cuando R[asputín] entró en mi despacho y tomó asiento ... estuvo largo rato sin sacármelos [los ojos] de encima ... Al cabo de un rato, echó atrás la cabeza bruscamente y comenzó a mirar detenidamente el techo, siguiendo la línea de la cornisa, después hundió la cabeza en el pecho y se entregó al estudio del suelo sin pronunciar palabra. Tuve la impresión de que aquella absurda situación podía eternizarse y, al final, me dirigí a él y le dije: “Usted quería verme y aquí me tiene. ¿Qué es lo que se proponía decirme? Es que así podríamos estar aquí hasta el amanecer”. Entonces Rasputín sonrió forzada y estúpidamente y farfulló: “Si no era nada, sólo estaba aquí mirando lo altos que son estos techos”».157
Veamos también qué es lo que consignan otros testimonios de personas con un perfil psíquico sólido y una estabilidad emocional menos dúctil que la de Kokovtsov. P. A. Stolypin, por ejemplo, escribe: «[Rasputín] me recorría con sus ojos blancuzcos... pronunciaba no sé qué fragmentos misteriosos e inconexos de las Sagradas Escrituras, agitaba los brazos de forma harto desacostumbrada, y yo sentía cómo me ganaba una repugnancia insuperable... Pero, al mismo tiempo, comprendía que de ese hombre emanaba una gran fuerza hipnótica y que ejercía sobre mí una impresión muy fuerte, que por muy grande que fuera la repugnancia que me producía, tenía un carácter moral».158 M. V. Rodzianko, por su parte, relata que «[Rasputín] se volvió hacia mí y me examinó con la mirada. Primero estudió mi rostro, después bajó los ojos al pecho, como auscultándome el corazón, y los volvió a subir y me miró fijamente a los ojos. Así se mantuvo durante unos instantes. Personalmente, soy inmune a los efectos de la hipnosis, como he tenido ocasión de comprobar en innumerables ocasiones, pero aquí me estaba topando con una fuerza desconocida de un potencial enorme».159
Al mismo tiempo, el propio Rasputín poseía una voluntad extraordinariamente poderosa, una «suerte de fuerza interior»,160 y quienes le conocían íntimamente señalaban la absoluta inutilidad de cualquier intento de ejercer