Alexandr Kotsiubinski

Rasputín


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que con el tiempo llegó a conocer de muy cerca al starets, tuvo serias dudas acerca de esas catorce mujeres: «no sería que se refería a aquellas caricias de las que él decía que “la mitad [era] para el espíritu”, es decir, el tipo de caricias que prodigaba a Lojtina.210 No se mostraba indiferente con todas, ¿o sí? ¿No era así como actuaba con Lojtina, llevándola hasta el paroxismo para ponerla después a rezar? ¿Haría lo propio con la zarina? Recordé la desbordante e insatisfecha pasión presente en todas las frenéticas caricias a Lojtina. Sólo podía tratarse de una pasión siempre inflamada, pero jamás plenamente satisfecha».211

      Es lógico suponer que si en este caso se tratara de una unión carnal plena, el comentario «tranquilizador» de Rasputín acerca de que con los zares, incluyendo a Nicolás II, hacía «lo mismo», le habría parecido, por lo menos, absurdo, requiriendo entonces una aclaración por parte de la autora de las memorias citadas, cosa que no ocurre. No menos significativo es que Iliodor, quien conocía hasta el último detalle de esta historia, no la haya asignado a la cuarta categoría, la «carnal-pecaminosa».

      Evidentemente, lo que Iliodor atisbó a través de los visillos no fue un acto de unión carnal o, de lo contrario, hubiera referido la historia con la mujer del comerciante a la categoría correspondiente, es decir, a la cuarta, la de los pecados de Rasputín. Sólo queda suponer que, tal y como ocurrió con la joven Xenia, en esta ocasión Rasputín también se limitó a desplegar su amplio abanico de caricias amatorias, incluyendo sus formas «más increíbles», según la terminología de Iliodor.

      «Hay sólo dos mujeres en el mundo que

      me hayan robado el corazón»

      Cuando Rasputín convencía a cualquier precio a las mujeres para que se le entregaran y las regalaba con sensaciones eróticas «que a nada podían compararse», en realidad, estaba resolviendo dos problemas que revestían una enorme importancia para él.