vienen a mí para que las libere de las pasiones, para que las haga tan desapasionadas como yo mismo. Te voy a contar lo que sucedió una vez: venía en viaje hacia aquí desde Piter [San Petersburgo] acompañado de L., Mary, Lienka, B., V. [por este orden: O. Lopujina, M. Vishnyakova, E. Timofeievna, J. Berlandskaya, A. Vyrubova] y otras mujeres. Por el camino, entramos a Verjoturie, al monasterio. ... Nos tendimos en el suelo. Las hermanas me rogaron que me desvistiera, para poder así tocar mi cuerpo desnudo e iluminarse, purificarse ... Y no iba yo a ponerme a discutir con las mujeres, tontas como son, ¿no crees? Como lo hagas, te desnudan ellas. Así que me quité la ropa y ellas se acostaron a mi alrededor como mejor podían: Lienka apretó mi pierna izquierda entre las suyas desnudas, L. hizo lo propio con mi pierna derecha, V. se apretó contra un costado, Mary hizo lo mismo contra el otro y así sucesivamente ... Después las traje aquí [a Pokrovskoie] y las conduje a todas a los baños. Me desnudé y les ordené que se desnudaran. Y comencé a explicarles que en mí no hay pasiones; ellas se postraron ante mí y besaron mis pies. Más tarde, ya en la noche, se desató una pelea entre Mary y L. Discutían acerca de cuál se acostaría junto a mi costado derecho y cuál junto al izquierdo ... y llegaron a tirarse de las trenzas».257
No es difícil percatarse de que la tesis acerca de la «carencia de pasiones» del starets incurre en una evidente contradicción con la circunstancia de que se le reconociera el derecho a mantener trato carnal con las mujeres. Tal «aspereza lógica» se resolvía mediante la declaración de la unión carnal como una suerte de «efecto colateral», que ocurría de vez en cuanto por causas ajenas al starets y carentes de cualquier relación con su profunda y espiritual esencia: «Y es que jamás pienso yo en eso. Llega y pierdes la cabeza ... se va, y te quedas con náuseas ... Llega, te envuelve y al final te suelta, y nada hay en eso que yo tenga por pecado o gozo. Porque no es cosa que salga de mí, así que carezco de voluntad para resistirlo».258
La manera ostentosa en que Rasputín se refería al pecado carnal como a algo externo, casual, insignificante y, en esencia, indeseado, no sólo le servía como excusa adicional para evadir la responsabilidad moral por la comisión de acciones que la Iglesia considera pecaminosas, sino que también le permitía reconocer abierta y «serenamente» su impotencia sexual, lo que entrañaba una importancia enorme a efectos de la hipercompensación: «No es en pos de ese pecado, en el que rara vez incurro, que acudo yo a los baños»259 con las mujeres, sino para curarlas: predicarles la idea de la «carencia de pasiones», liberarlas del «demonio de la lujuria», humillarlas en su soberbia y purificarlas de sus miserias.
En el desarrollo de la idea de la «curación por el desapasionamiento», Rasputín planteó una suerte de «homeopatía sexual», es decir, un tratamiento con pequeñas dosis de una «medicina» cuyos mecanismos de acción coincidían con los del mal enfrentado y que, en grandes dosis, significaba un peligro. Grigori consideraba que debía besar a las mujeres hasta que sus besos «les resultaran repugnantes»260 e impedir así que la «pequeña fornicación» segregase la «gran fornicación».
Según el punto de vista de D. D. Isaev, la práctica de actividades esencialmente «pecaminosas» pero situadas en el marco de la lucha contra el «pecado de la carne» resultaba harto conveniente, puesto que arrojaba una luz de «decencia moral» sobre Rasputín que le permitía continuar atrayendo a nuevas devotas: «Este planteamiento psicoterapéutico, como diríamos ahora, en ocasiones servía efectivamente al objetivo de superar las barreras psicológicas y neuróticas que impedían a las mujeres alcanzar una descarga orgásmica. Por lo tanto, no sorprende que desde la perspectiva de los enfoques tradicionales acerca de la imagen masculina del sexo, Rasputín fuera considerado un “gigante sexual” ... mientras que, simultáneamente, pueda considerársele poco menos que impotente, dado que era prácticamente incapaz de realizar el acto sexual ... Además, era frecuente que sus adoradoras y pacientes llegaran a “perder la razón” en el trato con su ídolo, quien ... de forma bien original ... aplacaba su deseo sexual (llevándolas, de hecho, al máximo nivel de excitación y a veces hasta el clímax), sin obligarlas, con ello, a incurrir en infidelidades. La táctica descrita podría pasar perfectamente por una variante de las terapias para tratar las disfunciones sexuales femeninas. Y muchas de las usufructuarias de la misma no sólo estaban agradecidas a Rasputín, sino que lo adoraban, ya que les había brindado por vez primera la posibilidad de disfrutar de ese aspecto de la vida».261
También es cierto, como deja entrever Iliodor, que Rasputín se entregaba con denuedo a la «cura» de las más jóvenes y hermosas, «pero dado que las mujeres de más edad también pugnaban —¡y con mucho más ahínco que las jóvenes!— por gozar de los besos del starets, él las rechazaba sin ningún tipo de ceremonia».262 A pesar de que a Iliodor le apenaba la suerte que corrían las pobres ancianas, interpretaba su rechazo con ingenuidad propiamente monacal: «claro que es cierto que las ancianas no padecen los asedios de la carne, así que Grigori actúa con justicia».263
Además de su dedicación a la «cura» de mujeres sexualmente atractivas, Rasputín se entregaba con fruición al tratamiento de los hombres, hacia los que también manifestaba un evidente interés erótico. Ya en sus años de juventud, durante una de sus peregrinaciones, Grigori fue objeto de una agresión homosexual. Ello ocurrió en el monasterio de Verjoturie, donde a lo largo de varias noches padeció el asedio de los padres Iosif y Serguei, quienes estuvieron a punto de violarlo. Rasputín cuenta que terminó gritándoles: «Me niego a participar en vuestras fornicaciones», antes de escapar a la carrera.264
No obstante, en el futuro, el comportamiento de Rasputín pondría claramente en evidencia su naturaleza bisexual: «No sólo a las mujeres curo ... a los hombres también. ¿Conoces al obispo Innokentii? ... Pues es muy amigo mío. Sufre y mucho, el pobrecito, de pensamientos lascivos. En cuanto ve a una mujer, y esto me lo ha dicho él mismo, le da por saltarle encima como un garañón sobre una yegua. Lo he estado tratando. Cada vez que voy a verlo, me mete con él en la cama, bajo la manta, y me dice: “Échate a mi lado, Grigori, échate. En cuanto estás conmigo, se me van los pensamientos lascivos”».265 Reparemos en que este relato sale de los labios de Rasputín en circunstancias muy particulares: está a solas en los baños con el joven y hermoso monje Iliodor. Es evidente que Rasputín está esperando una reacción por parte de éste. Pero Iliodor, un niño enorme «con puños de un pud266 cada uno»,267 calla castamente...
Tras haber hecho esfuerzos denodados por conocer al gran duque M. M. Andronnikov, célebre aristócrata homosexual, y encontrándose por primera vez en su casa, Rasputín inmediatamente le preguntó: «Pues, aquí me tienes ... ¿Dónde tienes el templo pagano? Me han dicho que tienes uno aquí en casa».268 Es menester aclarar de qué se trataba: el gran duque Andronnikov tenía una enorme cama cerca del altar de su residencia, en la que se entregaba a todo tipo de juegos lascivos con los jóvenes que le visitaban.269 Y ése era el «templo pagano de color azul» al que ansiaba correr el sexualmente excitado starets. Cuando en 1912 M. V. Rodzianko mostró al emperador unas fotografías que comprometían a Rasputín, le insinuó de forma inequívoca: «Aquí está Rasputín rodeado de chicas muy jóvenes, y aquí hay unos chicos; también entre ellos está».270
Hay aun otro síntoma relevante. Cada vez que Rasputín se refiere a las mujeres sus epítetos son humillantes y manifiestan su «carencia de pasión» hacia ellas, mientras que en las ocasiones en que aludió a sus contactos con hombres jamás utilizó una sola palabra grosera o despectiva, ni mencionó ninguna sensación de desagrado y, mucho menos, de repugnancia. Muy notable es también el hecho de que la única persona que de verdad «le robó el corazón» a Rasputín fuera un hombre: Félix Yusúpov.
«Rara vez sus ojos parpadeaban»
El retrato de la personalidad de Rasputín quedaría incompleto si dejáramos a un lado su apariencia física. Los registros policiales reproducen así el perfil de Grigori Yefímovich Rasputín: «Complexión: normal; color del pelo: castaño claro; rostro: alargado; nariz: mediana; barba: encrespada, de color castaño oscuro; tipo: ruso».271 Aparte de esta descripción tan escueta, se han conservado un buen número de fotografías y retratos, si bien también estos son de todo punto insuficientes, dado que el rostro de un actor se revela mejor cuando está actuando y en ningún caso se lo puede reducir a un