los ojos completamente en blanco. Seguidamente tiró con fuerza de mi mano y me dijo con voz sorda: “No se va a morir. No se va a morir. No se va a morir”. Después me soltó, le volvió el color al rostro y continuó la conversación, como si nada hubiera pasado. ... Yo me disponía a viajar esa noche a Kiev, pero antes recibí un telegrama en el que leí: “Alisa está mejor, ya le ha bajado la fiebre”».178
«Carecía de motivaciones basadas en ideas»
Todo el poder psicológico de Grigori Rasputín, al igual que sus muchos y diversos talentos, no estaban dirigidos a llevar a término ningún programa que tuviera un contenido social significativo sino, por el contrario y exclusivamente, a colocarlo en el centro de atención de quienes le rodeaban y obligarles a girar inconscientes alrededor de un starets Sol y devolverle en su adoración la luz que de él recibían. La consecución de ese objetivo fundamental constituía el verdadero «programa» de Rasputín.
Si bien Rasputín era dueño de un sistema de ideas bastante original y no desprovisto de coherencia, difícilmente se le puede considerar un hombre «de principios» o alguien «entregado a sus ideas». Las ideas y los principios despertaban el interés de Rasputín sólo en la medida en que pudieran convertirse en sus «siervos», en ningún caso en sus «señores». «Carecía de motivaciones basadas en ideas», anota S. P. Beletski, quien lo conoció bien, «cuando abordaba un asunto lo hacía desde el punto de vista del beneficio que podía reportarles a él y a Vyrubova»,179 su principal protectora.
La gente no interesaba de por sí a Rasputín y la trataba «sólo en función de la utilidad que le pudiera proporcionar su trato para satisfacer sus propios intereses; ... habiendo ayudado a alguien, pasaba inmediatamente a esclavizar a “aquel a quien había sido útil”, y sólo hacía concesiones en aquellos casos en que hacerlo “obedecía a sus intereses”»,180 el principal de los cuales, recordémoslo, consistía en la magnificación de su propio «Yo» por todos los medios a su alcance.
El dinero, tanto como las ideas y las personas, no tenía para Rasputín un valor en sí mismo, sino sólo en la medida en que le sirviera para desarrollar con éxito su programa egocéntrico, constituyendo, por lo tanto, más bien un aliciente para su «osadía» y un medio para «ganar honores», y en ningún caso un instrumento para la acumulación de bienes materiales. En contra de la afirmación de Arón Simanóvich, secretario de Rasputín, de que su patrón presuntamente dejó una fortuna de trescientos mil rublos, «se ha demostrado oficialmente, que tras la muerte de Rasputín en su apartamento no se encontró ni un kópek y que tampoco tenía dinero en bancos».181 El propio Grigori «hablaba siempre de lo manirroto que era y de que no sabía conservar el dinero».182 Según el testimonio de A. A. Vyrubova, «el dinero no jugaba ningún papel en su vida: si le daban algo, lo repartía inmediatamente».183 Es cierto que Rasputín dedicaba dinero a obras benéficas, pero también lo es que gastaba mucho más todavía en francachelas. Su origen campesino también se manifestaba a veces: en Pokrovskoie, por ejemplo, se construyó «una magnífica casa amueblada con lujo».184
Aunque Rasputín era vehemente y se tenía en alta estima (características comunes a las personalidades histeroides, en general, y a los psicópatas histeroides, en particular), se consideraba un hombre sereno, modesto, tímido, inseguro, atento y piadoso. Así recuerda su infancia: «a los quince años ... un verano, con el solecito calentando a gusto, y las aves entonando paradisíacas melodías, iba por un camino y lo hacía por las guardarrayas, temeroso de caminar por el medio ... Soñaba con Dios ... Mi alma se proyectaba hacia lo lejos ... A cada rato, sumido en mis ensoñaciones, rompía a llorar ... siendo mayor hablaba largo y tendido con mis compañeros acerca de Dios, la naturaleza, las aves ... Creía en las cosas buenas, creía en la bondad y en la aldea me amaban y mimaban ... y a veces me sentaba con los ancianos y los escuchaba contar las leyendas de los santos ... Más tarde, cuando la realidad de la vida me alcanzaba, me rozaba, corría a esconderme a un rincón y me entregaba a las plegarias».185 E incluso cuando ya se había convertido en un todopoderoso favorito, lucía abrigos de piel de marta cebellina y llevaba una vida licenciosa, Rasputín continuaba rindiendo culto a un modo de vida ascético, creyendo sinceramente, con toda probabilidad, que le era propio: «Hay que ser siempre humilde en el vestir» y «no se debe hacer ostentación».186 «Ay, abejita», suspiraba en una ocasión Rasputín, entre elegíaco y humilde, tras haber informado a su interlocutora con amanerada indiferencia de que el ramo de flores que observaban se lo había enviado la zarina, «¿de qué va uno a ufanarse, si todo da igual, todo es polvo y barro. Nos vamos a morir todos igual, sea el zar, sea yo o seas tú».187
Claro está que ese tipo de frases sentenciosas no impedían en lo más mínimo a Rasputín considerarse una persona extraordinaria: el «elegido de Dios»,188 el «enviado de Dios».189 «¿Acaso puede uno esconder el talento bajo tierra? ¿Acaso se puede hacer tal cosa?», así manifestaba su sincera indignación ante Feofán cuando éste intentaba poner riendas a las demasiado terrenales prácticas curativas de Rasputín.190
«¿Quieres que te enseñe esto?»
De entre todos los temas que rondan la figura de Rasputín, probablemente el que ha alcanzado una mayor y genuinamente universal difusión ha sido el del mito acerca de la capacidad y los milagros sexuales del iletrado campesino «con su mirada desquiciada y su poderosa virilidad».191 Los «absolutamente ilimitados excesos sexuales» del starets y su «sadismo»,192 así como su «grosera sensibilidad acompañada de una lujuria animal y salvaje»,193 se convirtieron en la comidilla de los periodistas de principios del siglo xx, quienes volvieron indisociables el nombre de Rasputín y las acusaciones de «erotómano» y «psicópata sexual», ambas extremadamente deshonrosas en aquella época. «Rasputín era una persona que había decidido forjarse una carrera en la vida apoyándose exclusivamente en su anomalía sexual, que los médicos denominan priapismo», diagnostica Grigori Bostunich, de forma perentoria y carente de cualquier fundamentación clínica.194
Los términos científicos y los veredictos morales con los que se fue describiendo la hipótesis del comportamiento sexual del «padre Grigori» han experimentado no pocas correcciones con el tiempo. No obstante, hay un elemento que permanece inconmovible: el reconocimiento de Grigori Rasputín como un símbolo, poco menos que universal y eterno, de una insuperable hipersexualidad.195 En realidad, el perfil sexual del «padre Grigori» era distinto del que todavía hoy la industria de la cultura de masas de todo el mundo continúa reproduciendo; Rasputín distaba mucho de ser esa «máquina sexual» que cantaron al mundo las rítmicas mulatas de Boney M.
Si lo meditamos, vemos enseguida que ello no entraña nada sorprendente, ya que los histeroides típicos se caracterizan por una potencia sexual comparativamente modesta. Sin embargo, aquí es obligatorio dar una respuesta satisfactoria a los numerosísimos testimonios que afirman que la práctica de relaciones sexuales era poco menos que la única necesidad vital que se percibía en Grigori Rasputín. Encontrar una solución a esta incongruencia es tanto más importante cuanto que fue precisamente el erotismo el encargado de jugar un papel clave en la elevación del «padre Grigori» hasta las cimas del poder, así como en su postrer ruina.
El análisis detallado de los testimonios que han llegado hasta nosotros no deja lugar a dudas: el verdadero Grigori Rasputín era un sujeto con una potencia sexual gravemente disminuida, cuyo modelo de comportamiento estaba dedicado totalmente a la máxima ocultación de esa deficiencia, que se le hacía todavía más insoportable por cuanto la suya era una personalidad histeroide, radicalmente necesitada de un amor inmediato y total por parte de todos y todo. Además, Rasputín no se esforzaba simplemente en compensar —es decir, ocultar, velar— su carencia, sino que, por el contrario, quería «sacar un clavo con otro» o, dicho según la terminología médica, «hipercompensarse». En lugar de admitir su discapacidad sexual y, por lo tanto, administrar en la medida de lo posible sus relaciones físicas con las mujeres, Grigori pretendía dominarlas totalmente llevando esa pretensión a dimensiones verdaderamente industriales, convirtiendo así una discapacidad psicofísica que parecía fatal en una poderosísima arma de expansión erótica.
Una de las admiradoras del «padre Grigori» ha dejado testimonio de que sus técnicas de conquista sexual eran extremadamente