relación adoptase. Sus besos, palabras y miradas apasionadas constituían para mí una prueba de la pureza de mi amor por él ... Y estaba segura de que él me ponía a prueba, que era puro y lo más probable es que le respondiera de esa manera porque me instó a que me convenciera de que me quería como hombre ... y quería que yo lo recibiera como mujer ... y comenzó a hacer lo que les está permitido hacer a los hombres, quiero decir, a poseer lo que se entrega en el momento de la pasión ... Hizo entonces todo lo que le apetecía hacer, lo hizo hasta el final y, entretanto, yo sufría y padecía como jamás lo había hecho ... Pero después comencé a rezar, cuando vi que Grigori comenzaba a prosternarse una y otra vez con esa velocidad espasmódica que lo solía agitar ... ».242 Durante las noches siguientes, según el relato de Berlandskaya, Rasputín volvió a frecuentarla con idéntico propósito.
Podría dar la impresión de que estamos ante una acusación bien sustanciada. No obstante, hay al menos un elemento bastante extraño que llama la atención desde la primera lectura. Se trata de la forma en que Jionia narra el momento mismo de la relación carnal: el padre Grigori «me instó a que me convenciera de que me quería como hombre ... y comenzó a hacer lo que les está permitido hacer a los hombres, quiero decir, a poseer lo que se entrega en el momento de la pasión ... ». Con su énfasis repetitivo, Berlandskaya revela involuntariamente su temor a que aquellos destinatarios de su confesión que tenían un trato íntimo con Rasputín y conocían, por lo tanto, su nulo apasionamiento o impotencia, no la creyeran.
Es menester tomar también en consideración que el propio Rasputín, al igual que sucedió con las acusaciones de Vishniakova, se negaba en redondo a admitir que había mantenido relaciones sexuales con Berlandskaya: «Jionia ... se enojó conmigo porque dije que en el infierno su padre estaría ayudando a los diablos a echar paletadas de carbón en los hornos. Y se ofendió y llenó enterito un cuaderno de basuras contra mí para dárselo a ver al zar».243 Sin embargo, aun en el caso de que el testimonio de Jionia Berlandskaya fuera la pura verdad, no haría más que constatar que sólo en determinadas circunstancias Rasputín era capaz de mantener una única relación carnal con una mujer, lo que, como es obvio, dista de encajar con la tradicional versión acerca del «gigantismo sexual» del «padre Grigori».
Se conserva aún otro recuerdo —aunque en el relato de una tercera persona— susceptible, si esa es la intención, de ser interpretado como un documento más de un contacto sexual completo con el starets. Pero también en este caso, Rasputín aparece más como un hombre capacitado para alardear de su pasión que para entregarse a ella durante un tiempo prolongado: «Apenas le hube respondido, me vi arrastrada al suelo de cabeza: me atacó como una bestia hambrienta, lo último que recuerdo es cómo me arrancaba la ropa interior y, nada más. Cuando volví en mí, estaba tirada en el suelo, desgarrada y desmadejada, mientras que él estaba de pie sobre mí, desvergonzado y desnudo. Al descubrir que yo había abierto los ojos, me dijo: “¿Qué? ¿Se te fue el alma al cielo? A mí es que no me gustan las asustadizas, no me ponen, es como estar con un pez”».244
Iliodor confirma, en palabras del propio Grigori, la incapacidad de éste para los efluvios de la pasión: «Por esa época [el año 1909], Grisha me habló bastante de sus idas a los baños con Vyrubova y otras mujeres y de que su órgano reproductor no funcionaba, que él era ajeno a esas pasiones».245 La vigilancia externa impuesta sobre Rasputín con el declarado objetivo de dar testimonio de la «depravación» del starets no consiguió «ni en una sola ocasión, ni pagando el dinero que fuese, ninguna declaración de las mujeres, que, según los datos policiales, constaban entre quienes habrían mantenido relaciones íntimas con Rasputín o habrían sido seducidas por él».246
Hay aún otra confirmación, aunque indiciaria, de las carencias sexuales de Rasputín, a saber, la circunstancia de que no consta que ninguna de las mujeres que lo rodeaban fuera su amante durante un período más o menos prolongado de tiempo. «Soy igual de cariñoso con todas», declaró en una ocasión Rasputín247 y añadió: «Hay sólo dos mujeres en el mundo que me hayan robado el corazón: ellas son Vyrubova y Sujomlinova».248 No obstante, es conocido que ni la una ni la otra fueron amantes de Rasputín.
Sí es cierto que Rasputín tenía dos esposas de hecho: la de Pokrovskoie (Praskovia249 y la de San Petersburgo (Dunia Bekeshova). Pero tampoco con ellas, a juzgar por todos los datos de que se dispone, mantenía Rasputín una armonía sexual plena. Si hemos de creerla, Dunia, su cónyuge de San Petersburgo se habría lamentado ante él en estos términos: «¿Será que no soy capaz de cumplir airosamente mis deberes maritales? ¿Será que soy menos de lo que él esperaba y que no respondo a sus caricias como debería? Soy ignorante en estas cosas y lo único que sé es aquello que él mismo me ha enseñado, ¿y si él no me ha enseñado todo lo que debería saber una buena mujer?».250 Esta glosa, imbuida de una comprensión cercana a la compasión, permite suponer que es muy probable que, al redactarla, Avdotia Bekeshova se estuviera solidarizando con Praskovia Fiodorovna Rasputina, y que, en realidad, estuviera dando voz a sus propias reflexiones acerca de sus relaciones con Rasputín, en cuanto que compañero sexual.
«No es en pos de ese pecado que acudo yo a los baños»
La doctrina sexual de Rasputín estaba consagrada a la ocultación del «oprobio» de su concupiscencia y su impotencia con el exuberante ropaje de una sofística cuasi religiosa. Rasputín disponía de un inagotable abanico de máximas, que hacían las veces de argumentos con los que justificar su lujuria, y entre los cuales elegía en función de la situación y de su estado de ánimo. La raíz común que los aglutinaba era el reconocimiento de que el principio sexual (o «pecaminoso», según la terminología oficial de la iglesia) no sólo no entraba en contradicción con la idea de la salvación, sino que facilitaba una suerte de viaje secreto hacia el paraíso.
«Sólo mediante el arrepentimiento nos podemos salvar. Por lo tanto, hemos de pecar, para tener después motivos para el arrepentimiento».251
«Te diré qué es ante todo la salvación: si alguien vive para Dios, aunque lo tiente Satanás, se salvará sólo con que no se haya dejado dominar por la codicia; aquel al que la codicia domine: ése será hermano de Judas».252
«No hay nada malo en que uno haya andado dando tumbos por la vida, con tal de que no se deje dominar por el pecado, con tal de que uno no esté pensando en el pecado y se aparte de las buenas acciones. Te diré lo que hay que hacer: si incurres en pecado, olvídalo».253
«“En mi juventud me dominaban las pasiones, pero eso está bien, hay que nadar hasta lo profundo, cuanto más hondo te sumerjas, más cerca estarás de Dios. A que no sabes para qué tienen los hombres un corazón. ¿Y sabes donde tienen el espíritu? ¿A que te crees que aquí?”, dijo señalándose el corazón, “¡pues nada de eso!”, y R[asputín] se levantó y se bajó el sayón en un abrir y cerrar de ojos: “¿A que lo comprendes ahora?”».254
La recia envoltura que dotaba de solidez y unidad complementarias a tan peculiar abanico erotosófico era el «dogma» de la santidad del «padre Grigori», es decir, su inocencia real, que le permitía convertir cualquier pecado que cometiera él mismo o fuera cometido sobre él —incluyendo el pecado de la carne— en un no pecado, «puesto que mi espíritu es puro y todo lo que hay en mí es puro».255 Tras asegurarse de esa forma el derecho a cualquier comportamiento que implicara desenfrenos sexuales —aquellos que siendo formalmente «pecaminosos», en la doctrina de Rasputín se despojaban de cualquier hálito de pecado—, Grigori afirmaba su incuestionable valor espiritual y en su prédica declaraba que nadie podría salvarse sin la ayuda del starets. Ello concernía especialmente a las mujeres, quienes, debido a su más débil naturaleza, necesitaban al starets aún más que los hombres, puesto que sólo él era capaz de liberarlas de sus lascivas pasiones.256
El principio curativo del starets, que era al mismo tiempo el más importante atributo de su santidad, radicaba en su «carencia de pasión»: «Para mí es lo mismo tocar una mujer que un tocón. ¿Quieres saber cómo lo he conseguido? Pues te lo voy a explicar», instruía Rasputín al entonces todavía joven sacerdote Iliodor. «Cuando me vienen las ganas, las desvío del bajo vientre a la cabeza, a la mente. Y entonces me hago invulnerable.