Susan Mallery

Amor perdido - La pasión del jeque


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se había comprado una casa justo al lado de la de la abuela de Kari. Durante la mudanza, se había fijado en la hermosa joven vecina. No había pensado nada más sobre ella. No hasta que lo habían llamado para ir a ver una fiesta con la música demasiado alta, al otro lado del pueblo.

      Gage había ido a dar un aviso, sabiendo que los vecinos iban a llamarlo de nuevo dentro de media hora. La segunda vez que tuviera que ir, iba a ponerse más duro, pero siempre había pensado que todo el mundo merecía una segunda oportunidad. De camino a la comisaría, se había encontrado con un viejo Cadillac conducido a muy poca velocidad por cuatro universitarios muy borrachos. Gage había encendido las luces largas de su coche. Algo se había movido en un lado de la calle, llamando su atención. Entonces, había caído en la cuenta de que allí había una joven con aspecto asustado y de estar fuera de lugar.

      Había imaginado la situación en menos de un minuto. La joven habría ido a la fiesta salvaje, habría querido escapar y, al no tener quién la llevara a casa, había tenido que ir andando. Los jóvenes borrachos la habían seguido, buscando problemas. Él había dicho a la chica que entrara en el coche patrulla antes de advertir a los chicos que volvieran a la fiesta, si no querían ser arrestados por conducir borrachos. Ellos habían protestado pero al final se habían mostrado de acuerdo. Se había llevado las llaves de su coche y les había dicho que se las devolvería al día siguiente en comisaría, si iban a acompañados de uno de sus padres. Entonces, había vuelto a su coche para encontrarse con una adolescente luchando por no llorar.

      Gage había rezado porque ella no se viniera abajo antes de llegar a su casa. Ella le había dado su dirección y, sólo entonces, se había dado cuenta de que era su vecina.

      Recordó lo preocupado que se había sentido. Kari era sólo una niña. Pero había estado bebiendo.

      —Casi vomitas en mi coche —se quejó Gage, dando voz a sus pensamientos.

      —No lo hice. Salí de tu coche antes de vomitar.

      —Tenías un aspecto horrible.

      —Vaya, gracias. Me sentía fatal. Pero tú fuiste muy amable. Me prestaste tu pañuelo y todo.

      —Sí, pero recordarás que no te pedí que me lo devolvieras.

      Kari rió:

      —Sí, me di cuenta. Hacía mucho tiempo que no pensaba en esa noche. Todos en la fiesta estaban borrachos. Yo bebí un poco, pero no lo suficiente como para perder el control. Algunos chicos querían tener sexo conmigo, pero yo no quería.

      —Así que te pusiste a andar hacia tu casa.

      —Y tú me salvaste.

      —Te llevé a casa.

      —Sí y me diste una buena charla sobre lo estúpida que había sido.

      Gage recordó aquello. No la había dejado salir del coche hasta que no terminó de darle un buen sermón. Ella lo había escuchado con ojos muy abiertos hablar sobre los peligros de fiestas que se salían de control.

      Ya había hecho eso antes con otros jóvenes, pero era la primera vez que lo habían asaltado pensamiento que no tenían nada que ver con su trabajo.

      —Entonces me preguntaste cuántos años tenía —continuó Kari—. No me imaginé por qué. Pensé que igual ibas a arrestarme.

      —No exactamente.

      —Ahora lo sé.

      —Habías cumplido dieciocho años dos días antes. Yo tenía veintitrés, casi veinticuatro. Seis años parecía mucha diferencia.

      —Pero me pediste salir de todos modos.

      —No pude evitarlo.

      Gage decía la verdad. Había intentado convencerse para olvidarla durante casi un mes. Al final, había ido a ver a la abuela de Kari y le había pedido su opinión.

      —Mi abuela decía que estaba bien —afirmó Kari con voz suave—. Creo que esperaba que me casara contigo y viviera en la puerta de al lado.

      Kari se giró con brusquedad y Gage creyó ver lágrimas en sus ojos.

      —A ella le habría gustado —comentó él—. Pero más que nada, deseaba tu felicidad.

      —Lo sé. Es sólo que… Estar aquí me hace echarla de menos. Qué tontería, ¿verdad?

      —No. La amabas. Eso no es una tontería.

      Kari lo miró agradecida y Gage sintió un nudo en la garganta. Al estar de vuelta, ella echaba de menos a su abuela, pero él echaba de menos otras cosas. Era raro, pero echaba de menos cosas que nunca habían pasado. No tenía recuerdos de haber hecho el amor con ella, porque no había sido así, pero sabía con exactitud cómo sería la experiencia. Conocía su sabor y cómo se sentiría ella. Conocía los sonidos que ella haría y la magia que los envolvería. A pesar de los años y la distancia, aún la deseaba.

      —Siempre fuiste muy comprensivo —comentó Kari.

      —No creas.

      —Me entendías entonces y aún me entiendes.

      —Quizá es que eres fácil de entender.

      —Debe de ser eso —dijo ella, riendo.

      Gage no quería que fuera otra cosa. No quería tener ninguna conexión con Kari Asbury. El sexo era fácil, pero cualquier otra cosa sería una complicación… y un peligro.

      —Lo más probable es que seas bueno con las mujeres —prosiguió ella—. Yo caí rendida a tus pies en veinte segundos y ahora tienes a Daisy loca por ti.

      —No quiero hablar de ninguna de las dos.

      —Quieres hablar de mí, ¿no? —preguntó ella con tono provocativo—. ¿No te apetece recordar viejos tiempos?

      —¿No es lo que hemos estado haciendo?

      —Supongo —dijo Kari—. ¿Te has acostado con ella?

      —No.

      —Tampoco te acostaste conmigo. A veces te acuestas con las mujeres, ¿no, Gage?

      Gage mantuvo la expresión seria y siguió pintando.

      —Claro. Pero soy de los amantes que están encendidos toda la noche y eso afecta a mi descanso. No puedo tomar a ninguna mujer más hasta que recupere el sueño.

      —Oh, por favor.

      —¿Ahora? ¿Quieres hacerlo en el suelo?

      Kari rió y, pronto, su risa se extinguió.

      —Siento que tú no fueras el primero —afirmó y se encogió de hombros—. Lo siento. Es probable que no te guste saber eso.

      Gage se sintió sorprendido por la confesión, seguramente porque él lamentaba la misma cosa.

      —Yo también lo quería —admitió—. Lo pensé mucho pero preferí esperar…

      —Y yo me fui —dijo ella, terminando la frase—. Lo siento. Por muchas razones.

      —Yo también.

      No hablaron durante un rato, pero Gage no se sintió incómodo por eso. Siempre se había sentido a gusto cerca de Kari. No había creído que fuera necesario hacer las paces con el pasado, pero hablar las cosas no hacía mal a nadie.

      Al final dejó la brocha y se estiró:

      —Eh, llevo más de dos horas trabajando. Es hora de hacer un descanso. Y de que me prepares un emparedado.

      —Disculpa, pero creo que te avisé de que no iba a preparar comida.

      —Nada de eso. Quieres cuidar de mí, es algo típicamente femenino.

      —Soy alta y fuerte, Gage. Y te puedo.

      —Ni lo sueñes, pequeña.

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