Kari, mientras se trasladaban al porche.
—Dos niñas. Le dije a Bob que se iba a enterar de lo que es bueno cuando llegaran a la adolescencia.
—Por suerte, aún les queda mucho.
Kari dejó su copa de vino sobre la mesa y se recostó en el balancín para mirar al cielo. Ya había oscurecido, pero aún hacía mucho calor y humedad. Sintió cómo se le pegaba el vestido a la piel. Estaba un poco mareada. Sin duda, era por la combinación del miedo que había experimentado aquella mañana y del vino de la cena. No solía tomar más que medio vaso de vino en ocasiones especiales, pero aquella noche, Gage y ella casi habían terminado la botella.
Gage estiró sus largas piernas. No parecía haberle afectado el vino. Era mucho más corpulento que ella, sin mencionar que no había tenido que pasar los últimos años tratando de mantener una dieta demasiado estricta.
—Háblame de tu vida en Nueva York.
—No hay mucho que contar —admitió ella, dudando si sentirse preocupada o agradecida porque al fin le hubiera hecho una pregunta un poco personal—. Cuando llegué, averigüé que las chicas de pueblos pequeños a las que habían dicho que eran lo suficientemente guapas como para ser modelos abarrotaban todas las agencias del lugar. La competitividad era muy fuerte y las posibilidades de lograr el triunfo eran muy pocas.
—A ti te fue bien.
Kari lo miró, preguntándose si Gage lo estaba suponiendo o si de veras lo sabía.
—Tras el primer año, conseguí trabajo. Gané lo suficiente como para mantenerme y pagarme la universidad. El mes pasado conseguí mi título de maestra, que era lo que de verdad quería.
—Pero estás demasiado delgada como para ser maestra —comentó él.
Kari rió:
—Lo sé. Demasiados años de dieta. Me enorgullece poder contarte que he aumentado de talla. Pretendo engordar un poco más y seguir comiendo chocolate de vez en cuando.
Gage la miró de arriba abajo. Ella esperó escuchar algún comentario sobre su cuerpo, pero no fue así.
—¿Y qué tipo de maestra eres?
—De Matemáticas para secundaria.
—Muchos chicos van a caer rendidos a tus pies.
—Lo superarán.
—No lo sé. Yo aún estoy colgado de la señora Rosens. Era profesora de Sociales en secundaria. Creo que fue la primera vez que me fijé en una chica. Se casó con un entrenador de fútbol del instituto. Tardé un año en sobreponerme.
Kari rió.
Se sentaron juntos en el balancín durante unos minutos. La vida parecía algo normal allí, mientras disfrutaban de la tranquilidad de la noche, pensó Kari. En vez de sirenas y ruidos de coches, se oían sólo los grillos. En todo Possum Landing la gente estaría sentada en sus porches, disfrutando de las estrellas y charlando con los vecinos. Nadie se preocuparía de si medio vaso de vino podía causar flacidez facial. Nadie podía perder un trabajo por ganar tres kilos.
Eso era lo normal, se recordó. Llevaba fuera demasiado tiempo y casi lo había olvidado.
—¿Por qué la enseñanza? —preguntó Gage de pronto.
—Es lo que siempre he querido.
—Después de ser modelo.
—Eso es.
Kari no quería entrar en ese tema. No todavía. Quizá más tarde podían repasar su pasado y lanzarse acusaciones el uno al otro. Pero esa noche, no.
—¿Dónde vas a buscar trabajo de maestra?
—En las escuelas de alrededor de Texas. Hay un par de vacantes en la zona de Dallas y en Abilene. Tengo cita para unas entrevistas. Por eso, me pareció que era el momento adecuado para volver aquí a arreglar la casa. Luego, podré marcharme.
Kari se detuvo, esperando que él respondiera. Pero no lo hizo.
Lo que no importaba, se dijo Kari, que de pronto se había dado cuenta de que no era tan fácil estar allí sentada a su lado, en el mismo balancín donde la había besado por primera vez. Se estremeció.
Era cosa del vino, se dijo Kari. O los viejos recuerdos, revoloteando entre ellos como fantasmas. El pasado tiene una influencia poderosa. Sin duda, iba a necesitar un poco de tiempo para acostumbrarse a la idea de estar de nuevo en Possum Landing.
—¿No pediste trabajo aquí?
—No.
Ella esperó, pero Gage no preguntó por qué.
—No hablemos más de mí —dijo ella, mirándolo—. ¿Qué hay de tu vida? Lo último que supe de ti es que eras ayudante del sheriff. ¿Cuándo ascendiste?
—El año pasado. No estaba seguro de poder hacerlo, pero lo conseguí.
Kari no se mostró sorprendida. Gage siempre había sido bueno en su trabajo y aceptado por la comunidad.
—Así que has conseguido lo que siempre quisiste.
—Sí —respondió él, mirándola—. Siempre tuve muy claros mis objetivos. Crecí aquí. Soy la quinta generación de una familia nacida en Possum Landing. Sabía que quería ver mundo y luego regresar para vivir aquí. Y eso hice.
Kari admiraba su habilidad para saber lo que quería y perseguir sus sueños. Ella nunca había estado tan centrada. Había tenido algunas distracciones muy poderosas. Una de las cuales estaba sentada a su lado.
—Me alegro de que estés donde quieres estar —comentó ella y añadió—: Pero nunca te casaste.
—He tenido algunas novias —respondió Gage, sonriente.
—Siempre fuiste el favorito de las mujeres.
—Nunca te di motivos para preocuparte por eso cuando salíamos juntos. Nunca tonteé con otras mientras estaba contigo, Kari —afirmó él, serio.
—Nunca pensé que lo hubieras hecho. Pero había muchas mujeres ansiosas por captar tu atención. No parecía importarles que nosotros estuviéramos saliendo.
—A mí sí me importaba.
La voz de Gage recorrió la piel de ella como una caricia. Kari se estremeció.
—Sí, bueno, yo… —comenzó a decir Kari, pero su voz se apagó.
—Se está haciendo tarde.
Cuando Gage se levantó, Kari no estuvo segura de si se sentía aliviada o triste porque se fuera. Una parte de ella no quería que la noche acabara nunca, pero la otra parte se alegraba de no tener más oportunidades de decir tonterías. Era un hábito del que no había conseguido deshacerse.
Kari también se levantó y se percató de nuevo en lo alto que era él. Sobre todo, con sus gastadas botas de vaquero. Tuvo que levantar la cabeza ligeramente para mirarlo.
La mirada de Gage casi la dejó sin aliento. Mostraba una combinación de confianza y fuego que hizo que sus entrañas se derritieran y se quedara sin respiración.
¿Qué diablos le pasaba? No era posible que estuviera sintiendo aquello. Era una locura. Sería…
—Sigues siendo la niña más guapa de Possum Landing —afirmó él y dio un paso hacia ella.
Kari se sintió de pronto sobrepasada por el calor texano.
—Yo… ya no soy una niña.
—Recuerda que aquí yo soy quien manda —replicó Gage, con una sonrisa nada buena para el equilibrio de ella—. Lo sé —murmuró y puso una mano sobre su cuello, acercándola—. ¿Te he dicho que me gusta cómo te queda el pelo corto?
Kari abrió la boca para responder. Gran error. O no, según el punto de vista.
Porque