compartisteis algo especial hace tiempo, pero las segundas partes nunca fueron buenas. Las viejas llamas se apagan pronto.
Kari sonrió con los dientes apretados.
—Bueno, gracias por preocuparte —dijo Kari.
Daisy esbozó otra forzada sonrisa como respuesta.
La entrevista terminó enseguida, ya que Daisy había obtenido la respuesta que buscaba. Era obvio que había llamado a Kari y a Gage al mismo tiempo para verlos juntos y advertir a Kari de que ella estaba antes. Como si fuera a estar interesada en empezar algo de nuevo con su antiguo novio.
Así era la vida en un pueblo pequeño, pensó Kari con tristeza. ¿Cómo podía haber olvidado que allí todos se metían en la vida de todos?
Daisy siguió lanzando indirectas a Gage y él continuó ignorándola. A pesar de sentirse muy incómoda, Kari no podía dejar de preguntarse cuál sería su relación y se prometió interrogar a Gage cuando se sintiera valiente. Mientras tanto, lo mejor que podía hacer era evitar a Daisy.
La gente de la ciudad pensaba que en los pueblos pequeños no pasaba nada, se dijo mientras salía de allí. Se equivocaban.
—Me has malcriado, mamá —dijo Gage unas noches más tarde mientras recogía la mesa en casa de su madre.
Edie Reynolds, una mujer atractiva de cabello oscuro, cerca de los sesenta años, sonrió.
—No creo que cocinar para ti una vez a la semana sea malcriarte, Gage. Además, tengo que asegurarme de que comes una dieta equilibrada al menos de vez en cuando.
Gage comenzó a vaciar platos y a meterlos en el lavaplatos.
—Soy un poco mayor para estar comienzo pizza cada noche —bromeó él—. Precisamente, la otra noche acompañé mi filete con unas verduritas.
—Mejor para ti.
Gage le guiñó un ojo. Su madre sacudió la cabeza y tomó su vaso de vino.
—Aún estoy muy enojada contigo. ¿En qué estabas pensando cuando te pusiste frente a esos atracadores? No te molestes en decírmelo: no estabas pensando. Ya me lo imagino.
—Estaba haciendo mi trabajo. Había ciudadanos en peligro y mi deber era protegerlos.
Edie dejó su vaso de vino y torció la boca:
—Supongo que tu padre y yo hicimos demasiado bien nuestro trabajo al enseñarte a ser responsable.
—Sin duda a vosotros os lo debo.
—Supongo que sí.
El teléfono sonó y su madre suspiró.
—Betty Sue, del hospital, ha estado llamándome cada veinte minutos para preguntarme por la colecta de fondos. Me sorprende que hayamos podido cenar sin que nos interrumpiera. Será sólo un momento.
Entonces, descolgó el auricular y habló en tono alegre.
—¿Hola? Vaya, Betty Sue, qué sorpresa. No, no, acabamos de terminar de cenar. Claro, sí.
Edie se dirigió al salón.
—Si quieres cambiar el orden de los sitios tendrás que hablarlo con el comité. Ya sé que te encargaron ocuparte de ello, pero…
Gage sonrió y dejó de escuchar la conversación. El trabajo de voluntaria en obras de caridad era algo tan típico de su madre como su perfume Diamantes Blancos.
Terminó de colocar los platos y aclaró el paño antes de pasarlo por la mesa. Su madre siempre protestaba y le decía que no era necesario que la ayudara en la cocina, pero él no la escuchaba. Pensaba que ella ya había hecho más que suficiente mientras los había estado criando a su hermano Quinn y a él. Poner el lavaplatos escasamente podía compensar eso.
Después, Gage se apoyó en la mesa, esperando que su madre terminara de hablar con Betty Sue. La cocina había sido remodelada hacía siete años, pero la estructura básica era la misma. La vieja casa estaba llena de recuerdos. Él había vivido allí desde que había nacido hasta que se había enrolado en el ejército.
Por supuesto, cada rincón de Possum Landing guardaba recuerdos. Era una de las cosas que le gustaba del pueblo, sentir que pertenecía a ese lugar. Allí habían vivido cinco generaciones por la rama paterna. Había docenas de fotos antiguas en el pasillo, fotos de los Reynolds del siglo pasado, cuando el pueblo no era más que un puñado de ranchos.
Su madre regresó a la cocina y colgó el teléfono inalámbrico.
—Esa mujer está haciendo todo lo que puede para volverme loca. No sabes lo mucho que me arrepiento de haber votado por ella para que organizara la recogida de fondos.
Gage sonrió.
—Sobrevivirás. ¿Qué tal funciona el lavabo del baño?
—Ya está reparada la gotera. No insistas, Gage. No tengo ninguna tarea para ti esta semana.
Edie se volvió hacia el salón de nuevo, donde ambos se sentaron en el sofá. Había reemplazado el viejo tapizado de flores por otro más bonito, de rayas.
—No te invito a casa para que me hagas trabajos gratis.
—Lo sé, mamá, pero me gusta ayudar.
—¿No te importará que John se encargue de eso?
Su madre no era de las que eludían los problemas. Si alguna vez tenía uno, se enfrentaba a él directamente.
Gage se acercó y le tocó la mano.
—Ya te lo he dicho antes. Me gusta John. Hace cinco años que papá no está. Estás viviendo una segunda oportunidad de ser feliz.
Edie no se mostró muy convencida.
—Te lo digo en serio, mamá.
Y así era. La pérdida de su padre había sido un duro golpe para los dos. Edie había pasado el primer año muy conmocionada. Al final, se había recuperado y había intentado rehacer su vida. Había encontrado un trabajo a tiempo parcial, para hacer algo más que porque necesitara el dinero. Y tenía amigas. Hacía casi un año, había conocido a John, un contratista jubilado.
Gage no tenía reparos en admitir que al principio se había sentido un poco incómodo por el hecho de que su madre saliera con alguien. Sin embargo, no había tardado en aceptarlo. John era un hombre estable que trataba a su madre como a una princesa. Él no podía haber elegido una pareja mejor para ella.
—Seguirás viniendo a cenar una vez por semana, ¿verdad? Cuando nos casemos.
—Lo prometo.
Gage había estado yendo a cenar con su madre una vez a la semana desde que había vuelto a Possum Landing después de haber estado en el ejército. Como otras muchas cosas en su vida, era una tradición.
Su madre lo escudriñó con la mirada, lista para atacarlo con un tema más interesante.
—He oído que Kari Asbury ha vuelto al pueblo.
—No del todo, mamá —dijo él y sonrió—. Según Kari, no ha vuelto. Ha venido sólo durante un tiempo, para arreglar la casa de su abuela para venderla.
Edie frunció el ceño:
—¿Y luego qué? ¿Va a volver a Nueva York? Es una chica encantadora, pero ¿no es un poco mayor para ser modelo?
—Va a ser maestra. Tiene su título y está buscando trabajo en la zona de Texas.
—¿No en Possum Landing?
—No que yo sepa.
—¿Y no te importa?
—Claro que no.
—Si me mientes, tendré que recurrir al viejo método de las cosquillas.
—Tendrás que agarrarme primero. Aún corro muy rápido, mamá.
—Ten