CHARLOTTE LAMB

Rendición ardiente


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      Editado por Harlequin Ibérica.

      Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

      Núñez de Balboa, 56

      28001 Madrid

      © 1998 Charlotte Lamb

      © 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

      Rendición ardiente, n.º 1066 - enero 2021

      Título original: Hot Surrender

      Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

      Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

      Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

      Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

      ® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

      ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

      Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

      Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

      Todos los derechos están reservados.

      I.S.B.N.: 978-84-1375-104-7

      Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

      Índice

       Créditos

       Capítulo 1

       Capítulo 2

       Capítulo 3

       Capítulo 4

       Capítulo 5

       Capítulo 6

       Capítulo 7

       Capítulo 8

       Capítulo 9

       Capítulo 10

       Si te ha gustado este libro…

      Capítulo 1

      A ZOE le gustaba conducir y, generalmente, le agradaba bastante hacerlo después de un largo día de trabajo. Le daba la oportunidad de desconectar de todo. Ponía el piloto automático y dejaba que su mente volara sola. Generalmente, se le ocurrían nuevas ideas mientras iba al volante.

      Pero aquella noche estaba demasiado cansada, y pálida, una palidez que resultaba aún más exagerada en contraste con su pelo rojo intenso. Las ojeras dejaban también constancia de su agotamiento. Sus ojos verdes, generalmente expresivos, tenían una expresión mortecina.

      Se había levantado a las cinco de la mañana y a las seis ya estaba en el lugar en que habrían de rodar, junto con el cámara, Will.

      –¡Lo sabía! –había dicho Will nada más llegar–. El cielo rojo al amanecer, ¡un aviso claro! Ayer estaba muy húmedo el ambiente y estoy seguro de que esta noche habrá tormenta.

      Will no solía equivocarse. Tenía un sexto sentido para saber qué tiempo tendrían en las próximas horas. Era como un animal cuyo olfato le indicara si había una tormenta en ciernes o si se aproximaba lluvia.

      Habían aprovechado hasta las siete de la tarde, hora en que la lluvia había empezado a caer con fuerza, por si acaso al día siguiente no podían rodar exteriores.

      –¿Te vienes a cenar conmigo? –le había preguntado Will, con una mirada de súplica.

      A Zoe le gustaba Will, pero no del modo que él quería, sino sólo como amigo.

      –Cenaremos todos juntos –respondió ella diplomáticamente y llamó la servicio de catering para que sirvieran algo caliente.

      Will no había disimulado su descontento cuando todos se habían metido en la caravana, en la que Will dormía con su amada cámara.

      Will era un tipo alto y fuerte, con una musculatura particularmente bien desarrollada. Siempre afirmaba que las cámaras eran féminas sin rival posible y que, por eso, nunca se había casado. De vez en cuando, salía con alguna de las chicas que trabajaban en las películas, pero sus relaciones nunca duraban. Sus novias siempre se aburrían de estar en segundo término.

      Zoe tenía la esperanza de que si seguía diciéndole que no, acabaría por dejarla en paz. No se podía creer que Will fuera en serio. Lo único que buscaba era tener éxito en algo que otros habían fracasado. Zoe tenía reputación de ser bastante difícil, lo que la convertía en un trofeo para muchos hombres. La verdad es que aquello estaba empezando a resultarle bastante aburrido.

      Les sirvieron chile con carne, la comida perfecta para un tiempo como aquel. Pero Zoe estaba a régimen y no había comido nada. Por eso, a aquellas horas de la noche, ya a punto de marcharse para casa, sintió un retortijón en el estómago. ¿Qué tendría en la nevera que se cocinara en dos minutos y no fuera muy calórico? ¿Huevos, sopa…?

      Frenó el coche al llegar al cruce con la calle principal. Miró al reloj del salpicadero: eran casi las once. La verdad era que estaba agotada. ¿Qué necesitaba más dormir o comer? En realidad necesitaba las dos cosas. Bostezó y esperó a que pasaran dos camiones.

      De pronto, un hombre apareció junto a la ventana del coche. Zoe se sobresaltó. ¿De dónde había salido aquel tipo?

      Durante unos segundos pensó que se trataba de un espejismo conjurado por la climatología, hasta que él trató de abrir la puerta.

      Zoe era una mujer dura y ya hecha, tenía treinta y dos años y se asustaba de muy pocas cosas. Pero, tal vez por cansancio, sintió pánico ante el gesto del extraño, hasta que recordó que había cerrado todas las puertas.

      Al darse cuenta de que no podía entrar en el coche, golpeó el cristal, mientras decía algo ininteligible, con toda la lluvia cayendo por su cara.

      Zoe abrió ligeramente el cristal.

      –¿Qué quiere?

      La voz del extraño era profunda y desgarrada.

      –Mi coche tiene una avería. ¿Me podría acercar a un taller?

      Era