el forense, los tres gatos sobre las piernas del escritor, al águila disecada en la oficina del policía…
El entrevistador está obligado a conseguir una buena información en relativamente poco tiempo, en mi experiencia ese lapso es de más o menos una hora. De ahí la necesidad de conducir con claridad el rumbo de la conversación y de insistir. Debe pulsar el ritmo de la entrevista para saber también cuándo es momento de terminar. Para Sergio René de Dios la entrevista “es como una danza, un ir y venir, que tiene su ritmo y su tono. El periodista debe saber llevarla”.m No conviene finalizar abruptamente, ni terminar con una pregunta difícil. El final, lo mismo que el inicio, tiene que fluir “naturalmente”. En ese ritmo que imprime a la conversación el entrevistador va dejando claro que el final se acerca. Es importante antes de retirarnos asegurar que los nombres, fechas y cifras sean correctas además de dejar la puerta abierta para un nuevo contacto con el entrevistado en caso de que en el proceso de redacción aparezca alguna duda o haya necesidad de precisar algún dato. Si sabemos la fecha de publicación hay que informársela a la persona y si aún no está definida comprometernos a avisarle.
Tercera etapa. El texto
La tercera y última parte del proceso es la elaboración del texto. Es una etapa fundamental y al igual que a la preparación se le suele dedicar menos tiempo y atención de la que requiere. La más espléndida de las entrevistas sirve de poco si el periodista no hace bien el trabajo de transformar la conversación en un texto bien escrito, pues como hemos reiterado, no se trata de transcribir tal cual lo que dijeron uno y otro, sino de convertir la materia prima que son los apuntes y la transcripción de la entrevista en un texto ajustado a las normas, el ritmo y el estilo del lenguaje escrito que es diferente al lenguaje hablado.
La redacción de la entrevista consiste en elaborar un texto que dé cuenta y respete el eje fundamental de la conversación, sus elementos centrales y, por supuesto, el sentido de lo que el entrevistado dijo. Es un trabajo artesanal que requiere, como ya decíamos, de tiempo y pericia.
Dice Bastenier: “La misma idea de la entrevista es una utopía periodística: llevar a cabo una transcripción del lenguaje hablado al escrito, como si eso fuera posible, y, sobre todo, como si pudiera tener algún sentido”, y añade: “Lo que nos dice el entrevistado es siempre literalmente inmanejable […] no soñemos con que es posible o conveniente transcribir, porque lo que hay que hacer es escribir”.,
Por esta razón, afirma:
La entrevista no es el espacio de tiempo consumido con alguien con quien conversamos, sino algo que luego publicamos después de una ardua interpretación de lo que nos han dicho. La entrevista en el sentido físico, material, es un encuentro con otra persona que se prolonga, habitualmente, de media hora a una hora, tiempo durante el cual la grabadora ha registrado una tormenta sonora, un tráfago de ruidos, ambiente, voces e interrupciones, repeticiones, equivocaciones, en cuyo seno se halla oculta, agazapada, esperando, incluso, que no reparemos en ella la entrevista. Como un minero o un espeleólogo, el periodista tendrá que zambullirse en ese magma, preferentemente con la ayuda de un bloc en el que ha tomado las notas imprescindibles, para seguir las huellas de la entrevista —de una de las varias posibles, hasta relativamente distintas entre sí, que se contienen en la conversación— y darle caza para su publicación. Hallar el rastro de migas que ha dejado Pulgarcito para que podamos encontrar el camino de vuelta de la conversación al papel..
Halperín señala que la transcripción no sirve sino como materia prima porque “tiene más palabras que las necesarias (balbuceos, reiteraciones, medias palabras) y menos información de la que hace falta (no trae gestos, los climas, la modulación de la voz, los énfasis, la elocuencia de los silencios)”./
Para Janet Malcom, este trabajo de “traducción” es un imperativo:
Cuando un periodista tiene que citar al sujeto al que ha entrevistado tiene la obligación, no sólo para con el entrevistador sino también para con el lector, de convertir en prosa sus discursos. Sólo el más despiadado (o inepto) de los periodistas reproducirá literalmente sus manifestaciones sin reescribir lo que en la vida real nuestro oído transforma de manera automática e instantánea.Q
¿Qué pasa con la fidelidad a las palabras del entrevistado si intervenimos la transcripción? La pregunta es recurrente y vale la pena responderla porque alguien podría malinterpretar y creer que esta labor de transformar la conversación en un texto es una licencia para que el periodista invente y haga lo que quiera. Nada más alejado de lo que proponemos. Por el contario, si este trabajo se hace bien, la fidelidad a lo que dijo el entrevistado se potencia porque su decir resulta más claro y contundente. No es inventar ni añadir nada. No significa modificar el sentido de lo que dijo sino ordenarlo para que se entienda mejor. La fidelidad es al sentido de la conversación no al código oral si éste resulta confuso para el lector. Perdemos fidelidad si se omite información relevante o por el contrario si ésta se exagera, si se tergiversa algún dicho o si se saca de contexto una expresión. Se pueden cometer atrocidades éticas manteniendo la literalidad de las expresiones, pero trastocando por completo el sentido de una entrevista y es posible también conseguir una total fidelidad aunque la manera de enunciar las palabras no sea absolutamente literal.
Dice Halperín:
Existe un compromiso ineludible con el lector de ser fiel al espíritu del diálogo, pero la verdad no habita en la suma de palabras, frases y balbuceos emitidos por periodista y entrevistado durante su conversación. Los periodistas no somos aparatos de grabación y videos; somos personas a quienes se nos confía la tarea de oficiar de nexo entre el personaje y el público […] Cortar, sintetizar, amalgamar, relacionar, recompaginar, a veces hasta reconstruir muy cuidadosamente una expresión —cuidando estrictamente de no desvirtuar la personalidad del entrevistado— son tareas cotidianas del entrevistador”.W
Es muy importante cuidar que en esta intención de dar orden no se cometan atropellos. Advierte Grijelmo: “En cualquier caso, las respuestas no pueden perder la naturalidad con que seguramente fueron pronunciadas. Nunca ha de reelaborarse el estilo del hablante de modo que se escriban frases que nadie usaría jamás al expresarse verbalmente”.E
Un ejemplo puede ayudar a aclarar este tema. En la entrevista al podólogo que aparece en este libro la primera pregunta es:
—¿Qué sintió la primera vez que tocó los pies de un desconocido?
La respuesta literal fue: “Bueno pues… este… La primera sensación fue como todo, asco, y jovencito como estaba era medio escandaloso, agarrar los primeros pies y en cuanto se fue el paciente me tallé hasta con tierra las manos y cuanta cosa, por el asco de agarrar pies”.
La respuesta editada quedó así: “La primera sensación fue de asco y como estaba jovencito era medio escandaloso. En cuanto se fue el paciente me tallé las manos hasta con tierra”.
Vemos que el sentido de la respuesta se mantiene, que se presentan sus propias palabras y que no se inventó nada, solamente se trabajó en la redacción para que su dicho quedara más claro y legible.
El orden
Una conversación siempre tiene su dosis de caos. De lo que se trata entonces es de extraer lo mejor de ella en función de lo que pueda interesar al lector, de darle orden, de quitarle lo mucho que sobra, de añadirle lo poco que debe faltarle (un verbo, un artículo, algún dato) y presentarla de manera interesante y legible en un escrito. Para ello, dice Bastenier, el periodista
tendrá que hacer corte y confección, buscar, recortar, repelar, adjuntar lo que nos han querido decir, aquello que nos ha llegado de la manera caótica que corresponde al lenguaje hablado. Por eso, la entrevista es una obra hasta cierto punto de ficción, porque prácticamente nada ha ocurrido tal y como lo contamos; pero lo que debería haber ocurrido, lo que de verdad expresa lo que los protagonistas querían que ocurriera, eso es lo que contamos”.R
Alex Haley, entrevistador de grandes personajes en la época previa a las computadoras, decía:
Una