Javier Darío Restrepo

Retrato hablado


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el forense, los tres gatos sobre las piernas del escritor, al águila disecada en la oficina del policía…

      Tercera etapa. El texto

      La tercera y última parte del proceso es la elaboración del texto. Es una etapa fundamental y al igual que a la preparación se le suele dedicar menos tiempo y atención de la que requiere. La más espléndida de las entrevistas sirve de poco si el periodista no hace bien el trabajo de transformar la conversación en un texto bien escrito, pues como hemos reiterado, no se trata de transcribir tal cual lo que dijeron uno y otro, sino de convertir la materia prima que son los apuntes y la transcripción de la entrevista en un texto ajustado a las normas, el ritmo y el estilo del lenguaje escrito que es diferente al lenguaje hablado.

      La redacción de la entrevista consiste en elaborar un texto que dé cuenta y respete el eje fundamental de la conversación, sus elementos centrales y, por supuesto, el sentido de lo que el entrevistado dijo. Es un trabajo artesanal que requiere, como ya decíamos, de tiempo y pericia.

      Por esta razón, afirma:

      Para Janet Malcom, este trabajo de “traducción” es un imperativo:

      ¿Qué pasa con la fidelidad a las palabras del entrevistado si intervenimos la transcripción? La pregunta es recurrente y vale la pena responderla porque alguien podría malinterpretar y creer que esta labor de transformar la conversación en un texto es una licencia para que el periodista invente y haga lo que quiera. Nada más alejado de lo que proponemos. Por el contario, si este trabajo se hace bien, la fidelidad a lo que dijo el entrevistado se potencia porque su decir resulta más claro y contundente. No es inventar ni añadir nada. No significa modificar el sentido de lo que dijo sino ordenarlo para que se entienda mejor. La fidelidad es al sentido de la conversación no al código oral si éste resulta confuso para el lector. Perdemos fidelidad si se omite información relevante o por el contrario si ésta se exagera, si se tergiversa algún dicho o si se saca de contexto una expresión. Se pueden cometer atrocidades éticas manteniendo la literalidad de las expresiones, pero trastocando por completo el sentido de una entrevista y es posible también conseguir una total fidelidad aunque la manera de enunciar las palabras no sea absolutamente literal.

      Dice Halperín:

      Un ejemplo puede ayudar a aclarar este tema. En la entrevista al podólogo que aparece en este libro la primera pregunta es:

      —¿Qué sintió la primera vez que tocó los pies de un desconocido?

      La respuesta literal fue: “Bueno pues… este… La primera sensación fue como todo, asco, y jovencito como estaba era medio escandaloso, agarrar los primeros pies y en cuanto se fue el paciente me tallé hasta con tierra las manos y cuanta cosa, por el asco de agarrar pies”.

      La respuesta editada quedó así: “La primera sensación fue de asco y como estaba jovencito era medio escandaloso. En cuanto se fue el paciente me tallé las manos hasta con tierra”.

      Vemos que el sentido de la respuesta se mantiene, que se presentan sus propias palabras y que no se inventó nada, solamente se trabajó en la redacción para que su dicho quedara más claro y legible.

      El orden

      Una conversación siempre tiene su dosis de caos. De lo que se trata entonces es de extraer lo mejor de ella en función de lo que pueda interesar al lector, de darle orden, de quitarle lo mucho que sobra, de añadirle lo poco que debe faltarle (un verbo, un artículo, algún dato) y presentarla de manera interesante y legible en un escrito. Para ello, dice Bastenier, el periodista

      Alex Haley, entrevistador de grandes personajes en la época previa a las computadoras, decía: