Mariana I. Pellegrino

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y en primerísimo primer plano: hoy forma parte de un mosaico de caras en una pantalla compartida con sus estudiantes.

      Todos estos textos fueron pensados para estudiantes universitarios y fueron inspirados por esos profesores que saben que forman parte del mashup conceptual de las nuevas generaciones.

      Mariana I. Pellegrino

      1 Pellegrino, Mariana I. (2020) “Comunicación docente-estudiante a través de redes sociales. Análisis de intercambios comunicacionales en los procesos de enseñanza-aprendizaje superior en el escenario Facebook y Twitter”. Extracto de trabajo de investigación inédito en el marco de la Mestría en docencia universitaria en la Universidad de Buenos Aires.

      “Una tecnología definitoria desarrolla vínculos, metáforas u otras relaciones con una cultura de la ciencia, la filosofía o la literatura; siempre está disponible para servir como metáfora, ejemplo, modelo o símbolo.

      Jay Bolter

      Introducción

      A partir de esta línea se plantea un ejercicio: pensar la industria editorial en tiempo presente sin desplazar el eje de concentración ni un solo centímetro hacia el futuro.

      La sensación inicial es que el ejercicio es imposible de realizar, por varios motivos. Durante siglos la tecnología que movió el engranaje de la industria del libro se vivenció como definitiva. Papel y tinta fueron las fronteras que delimitaron una actividad tan profunda, compleja y relevante como la que lleva adelante la industria editorial. En el medio se acomodaron, hacia un costado o hacia otro, los contenidos, los autores, los consumidores, los editores, los distribuidores, los canales de distribución…

      Los ceros y los unos comenzaron a cercar primero a otras industrias culturales (la industria de la música, por ejemplo, fue una de las primeras en enfrentarse no solo a los desafíos de lo “digital” sino también a la piratería, principalmente por el escaso peso de los archivos de audio) y el libro, como se lo conoce tradicionalmente, resistió lo más que pudo. Resistió, y sigue resistiendo, por muchas razones: razones románticas, razones de hábitos, pero, principalmente, razones de negocios.

      Otras eran las amenazas del libro entonces: las fotocopias, las tiradas, los contratos, las traducciones, el fantasma del desinterés de los jóvenes por la lectura. Las reflexiones sobre la perdurabilidad del papel, el uso del espacio para “almacenar” ejemplares, la forma de transportar tomos voluminosos, la manera de compartir lecturas… todos esos aspectos comenzaron a discutirse después, cuando nuevas herramientas tecnológicas permitieron imaginar nuevas conductas “lectoras”.

      Mientras la industria de la música y la del cine comenzaban a incomodarse por el avance de la tecnología, la industria del libro empezó a pensar tibiamente: qué tecnología, cuál tecnología, qué dispositivo, qué precio…

      Pero el futuro del libro llegó antes de que la industria editorial tomara una decisión y ese futuro llegó de la mano de los lectores, impulsados por consumos tecnológicos menos sagrados que el libro: los videojuegos, los teléfonos celulares y las computadoras portátiles. La industria tecnológica puso en manos de los lectores herramientas que les permitieron pensar en un “nuevo libro” más similar a otros contenidos, más cotidianos, que los lectores consumían en sus dispositivos electrónicos.

      El presente del libro es difícil de narrar en tiempo presente porque la electrónica lleva la delantera y los lectores/consumidores están más acostumbrados a la vorágine de la tecnología (que constantemente habla en tiempo futuro) que a la solidez y paso lento y seguro de la industria cultural.

      Cuando el libro electrónico ocupa el centro del debate, entonces, pensadores e intelectuales comienzan a hablar del futuro: nuevos dispositivos, nuevas virtudes de la tinta electrónica… siempre se habla de lo que vendrá. Y, mientras tanto, ¿quién habla de hoy?

      El presente del libro es alucinante. Mecanismos centenarios están siendo revisados: producción, distribución, comercialización son los puntos neurálgicos de la discusión. Pero, al mismo tiempo, lectores y autores son los mismos… con más oportunidades o nuevas facilidades.

      ¿Alguien podría asegurar que hoy el público lee menos? ¿Se podría afirmar que hoy los autores escriben menos?

      Las grandes compañías tienen su mirada puesta en Latinoamérica. Sobre nuestra región descansa la etiqueta de “mercado virgen”. Es el momento de pensar y discutir la Industria Editorial local en tiempo presente.

      I. Lectorismo

      Querés leer, tenés tu dispositivo en la mano, tu conexión a Internet y tu tarjeta de crédito. Buscás tu libro en una tienda electrónica y lo comprás. Al instante, la obra está cargada en tu dispositivo, pero al mismo tiempo navegás por las opciones de compra de otros lectores y “llevás” otros títulos que te podrían llegar a interesar pero que no imaginabas que fueras a comprar.

      Comenzás a leer. La tinta electrónica te facilita la tarea, el peso del dispositivo y su forma te ayudan a adoptar la posición que desees para disfrutar el acto de leer. Si antes marcabas tus libros con lápiz, ahora podés resaltarlos digitalmente y, al instante, compartir tu cita en tus redes sociales favoritas. Marcar la página en la que abandonaste la lectura con un señalador de ceros y unos está entre las opciones. Tenés, también, la posibilidad de usar un buscador y releer lo que necesitás fácilmente.

      Podés hacer lo mismo que hacías con los libros de papel, pero con menos pasos… porque la tecnología acorta los pasos, facilita tus asociaciones y te permite hacer pública, en tiempo real, tu interpretación sobre algún tema; una práctica que, antes, tenía características más privadas.

      Los libros que tenían espíritu multimedial explotan su esencia: enciclopedias, diccionarios, guías de viaje, libros de cocina, libros didácticos para chicos ya son lo que eran sin todavía serlo: una experiencia multisensorial.

      Los otros libros, las novelas, los poemas, los libros académicos son lo que fueron siempre, solo que en el presente tienen otra forma.

      El estudio reconoce el aumento de la piratería en el cine (sobre todo en géneros como la ciencia ficción y la acción) pero también asegura que los espectadores siguen prefiriendo la “experiencia de ir al cine”.

      Si se trasladara este estudio a la industria editorial probablemente se encontrarían otras hipótesis: el tiempo de lanzamiento en distintos mercados quizá no sería tan relevante porque la industria del libro tiene mejor cintura en esos tiempos o porque las necesidades de traducción tienen otros ritmos. La experiencia de la lectura frente a los libros electrónicos es, reduciendo el tema a una línea, solamente cuestión de costumbre.

      Pero, ¿qué pasaría si en nuestros mercados los dispositivos fueran accesibles y fáciles de comprar en cualquier tienda –virtual o física– y si todos los títulos de las librerías de papel estuvieran disponibles en las tiendas