Juan Sebastián Ariza Martínez

Educación, arte y cultura


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fue la configuración del campo epistémico moderno.8 Los debates entre distintas corrientes filosóficas a lo largo del siglo XIX generaron diversas posiciones entre los intelectuales colombianos y terminaron por configurar una noción de lo que era la filosofía moderna y cómo esta debía de ser enseñada.

      Este largo proceso histórico comenzó en 1826, con la Ley de Instrucción Pública y el Plan General de Estudios, propuestos por Francisco de Paula Santander. En dicha propuesta era central la filosofía utilitarista, y la columna vertebral eran los textos de Jeremy Bentham. Sumado ello a diferencias políticas y personales expresadas en la conspiración septembrina, la propuesta de Santander fue rechazada por varios de sus opositores; especialmente, por Bolívar, ya que la filosofía utilitarista se veía alejada de la verdad y como una forma poco efectiva para instruir a los ciudadanos de la república. Las apuestas políticas se ataban, por supuesto, a las propuestas pedagógicas, ya que los ciudadanos se forjaban en las aulas.

      En 1870, aparentemente, iba a ocurrir una nueva versión de la querella benthamista, cuando Ezequiel Rojas propuso ante el Congreso de los Estados Unidos de Colombia el uso obligatorio del libro Elementos de Ideología, de Destutt de Tracy, como guía de las cátedras de filosofía. Según señala Oscar Saldarriaga, esa disputa supuso en Colombia la emergencia del sujeto moderno y, por lo tanto, la reconfiguración del campo científico y el pedagógico.9 El debate, conocido como La cuestión de textos, comenzó como parte del funcionamiento de la Universidad Nacional de los Estados Unidos de Colombia, ya que los Consejos de las Escuelas formaban los programas de enseñanza, y estos deberían ser aprobados por la Junta de Inspección y Gobierno. En el interior de la Escuela de Filosofía y Letras, la cátedra de filosofía fue ocupada por Álvarez, quien propuso utilizar como texto de curso el libro de Destutt de Tracy, por lo cual el rector encargado, José Ignacio Escobar, citó a una comisión para revisar el caso. Afirmaba Escobar:

      La Universidad nacional, en su calidad de cuerpo docente, que busca i enseña la verdad, no tiene para qué indagar si tal o cual doctrina es o no conforme con alguna creencia relijiosa o política: la ciencia no tiene para qué mezclarse en cuestiones de pura fe, que son i deben ser el dominio de la conciencia individual. Por lo tanto, la comision que examine los textos de Filosofia debe limitarse a indagar si las doctrinas que contienen están de acuerdo con las verdades que la ciencia tiene establecidas, i si como tales son adaptable a la enseñanza de la juventud [sic].10

      Los profesores citados a la comisión fueron Manuel Ancízar, Miguel Antonio Caro y Francisco Eustaquio Álvarez; cada uno, desde una postura filosófica distinta. Álvarez, discípulo de Rojas, se inscribía en la filosofía sensualista, según la cual la sensación es el principio del pensamiento, y esta debe ser entrenada de manera progresiva, comenzando por la ideología, que se refería al estudio del origen de las ideas.11 A la defensa realizada por Álvarez se opuso, en primer lugar, Manuel Ancízar, quien, más cercano al liberalismo radical y a la escuela ecléctica de Cousin, estaba apropiando las ciencias experimentales y señalaba que la cuestión radicaba en el método, por lo cual los estudios debían comenzar por un análisis sobre la forma como el sujeto conocía; esto es, sobre la psicología. Además de esto, Ancízar introdujo un argumento central a la disputa, y era que la escuela sensualista, al centrarse en los sentidos, no podía diferenciar las ideas subjetivas de las objetivas. Se lee en su informe:

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      Vista de Bogotá, ca. 1900. Pintura: Jesús María Zamora (1871-1948). Óleo, papel, 21,5 × 25,6 cm. Colección del Museo Nacional de Colombia, reg. 2041. Fotografía: Samuel Monsalve Parra.

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      Grabado de la ciudad de Santa Fé, publicado en la página 989 de un diccionario ilustrado alemán, aún sin identificar, 1866. Grabado: Autor desconocido. 15 × 10 cm. Colección de la Mapoteca de la Biblioteca Nacional de Colombia. Fondo Mapoteca 345, Fondo Garrido 47.

      De este estudio de sí mismo [que el hombre hace de sí] nace gran numero de ideas, cuyo oríjen no es posible confundir con el de las que nos vienen de la observación de los objetos exteriores, por lo que se las ha llamado sujetivas para distinguirlas de las objetivas, adquiridas mediante la sensación [sic].12

      Así las cosas, Ancízar señalaba que uno de los errores del sensualismo era suponer que el único camino para llegar a la verdad pasaba por la creación de ideas a través de los sentidos cuando, como parte de los estudios de la fisiología y la psicología, surgía la posibilidad de construir verdades a partir de ideas objetivas. La última postura era la del joven Miguel Antonio Caro, que, cercano al tradicionalismo católico, señaló las falencias de la escuela sensualista en términos pedagógicos, y específicamente, en nociones de construcción de la verdad, que habían sido cuestionadas por los métodos introducidos por la filología.

      Lejos de ser un debate saldado que terminó por dar un relevo en términos de escuelas filosóficas, la cuestión de textos generó una reorganización del campo científico en Colombia. Si bien la tradición sensualista se basaba en la propuesta de estudio de la ideología, la lógica y la metafísica, luego del debate de 1870 se abrieron nuevas posibilidades; en especial, a partir del establecimiento en el plan de estudios de la lógica, la psicología, la biología y la sociología. En esa dirección, Oscar Saldarriaga señala que, por ejemplo, el neotomismo tomó nueva fuerza y pudo solucionar, epistemológicamente hablando, la tensión ciencia-fe, para establecerse en los planes de estudio; sobre todo, en los construidos por Rafael María Carrasquilla en el Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario.13

      Ahora bien, la filosofía sensualista no fue relegada, sino que se reestructuró a partir de nociones de “filosofía experimental”. En ese ejercicio de apropiación fueron centrales la figura y las propuestas de Álvarez. En 1883, el publicista y catedrático César Coronado Guzmán publicó el libro Curso de filosofía experimental; traducido en castellano por César C. Guzmán, que fue utilizado en diferentes cátedras de filosofía; entre ellas, las de lógica que regentó Francisco Eustaquio Álvarez en el Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario. En este libro se aseguraba que todos los autores incluidos se basaban en la idea de que la sensación era el principio del pensamiento, y que este solo se lograba a partir de la “experimentación y la observación”. En ese orden de ideas, se comenzaba con la ideología, de Destutt de Tracy, al ser la más sencilla, y que “no ha sido desmentida por los adelantos posteriores, sino ampliado y profundizado”.14

      Esta misma postura es replicada por Álvarez siendo senador de la República en 1880. Luego de que Álvarez se opuso a comprar un libro de texto para la enseñanza de la moral para la educación básica, fue atacado en repetidas ocasiones por el redactor del periódico La Reforma. En una extensa respuesta, Álvarez argumentaba la necesidad, como en todas las ciencias, de enseñar la moral a partir de la verdad, “i la verdad se conoce aplicando a los hechos de ese orden los mismos procedimientos filosóficos con que la inteligencia ha formado i hecho progresar todas las ciencias i ha adquirido todas las verdades de que indisputablemente se halla en posesión [sic]”.15 Esta postura se hacía evidente cuando Álvarez afirmaba:

      Volviendo al libro de la cuestión repito que no lo conozco. Apenas tengo noticia de que está sacado de las doctrinas de la escuela ecléctica; escuela a la cual nada deben las ciencias; la filosofía solo le debe lucubraciones abstrusas, contradicciones i confusión; la humanidad le debe el haber formado la vanguardia en la reacción ultramontana de la Santa Alianza contra la revolución moderna; pero el ultramontanismo se ha encargado de hacer justicia a su aliado oficioso, aceptando el servicio i despreciando al servidor [sic].16

      Entonces, a pesar de la disputa sostenida una década antes, el catedrático seguía teniendo una posición contra el eclecticismo, pero había adoptado elementos de la propuesta experimental traída a colación por Ancízar en la cuestión de textos. Así, para la década de 1880, lejos de pensarse como una ruptura, se forjaba una continuidad entre la doctrina sensualista y la doctrina experimental.

      Después de ser catedrático