la autopista.
—Debería haberlo adivinado… —rió Ali.
—Terminé en este puente y, como no podía dar la vuelta, seguí la carretera. Que por cierto me llevó a un parque precioso, junto al muelle.
—¿La heladería está en el parque?
—Enfrente. Ya conoces mi debilidad por el helado de turrón. Es mi último recurso cuando estoy deprimida.
—¿Brad te invitó a un helado?
Shana se echó a reír, para sorpresa de su hermana. Una vez que tomó la decisión de romper con Brad, se enfadó. O más bien montó en cólera. No quería volver a verle la cara, y ya el hecho de vivir en la misma ciudad se le estaba haciendo demasiado difícil…
—Resulta que West Seattle es un pueblo pequeño y encantador. La heladería tenía un cartel anunciando que se vendía, y me decidí a entrar a hablar con los dueños. Era una pareja muy dulce, a punto de jubilarse. Estaba allí sentada, hablando con ellos, cuando se me ocurrió que sería un bonito lugar para trabajar. ¿Cómo podría alguien sentirse triste y mal rodeado de tanta pizza y de tanto helado?
—¿De modo que compraste el local? Shana, por el amor de Dios… ¿qué sabes tú de cómo llevar un negocio de ese tipo?
—No mucho —respondió—, pero he trabajado en ventas y de cara al público durante todos estos años. Estaba lista para un cambio, y de repente sentí que tenía que hacerlo. Casi como si el destino lo hubiera decidido por mí.
—¿Pero cómo has podido permitirte comprar un negocio como ése?
—Bueno, tenía bastante dinero ahorrado —en un principio lo había apartado para la boda. A fuerza de ahorrar unos cien dólares al mes y de invertirlos de manera inteligente, con el tiempo había conseguido doblar la cantidad. No se le ocurrió una mejor manera de gastarlo. Comprar aquel negocio había sido algo impulsivo e irracional, y sin embargo, a pesar de todo… tenía la sensación de haber hecho lo adecuado.
Aquel domingo, en el parque, había reconocido por fin que no habría boda ni luna de miel con Brad. Contuvo el aliento. Se negaba a pensar más sobre ello. Había entrado en una nueva fase de su vida.
—Es un local precioso. Te gustará —murmuró. Tenía un montón de ideas para arreglarlo, para hacerlo suyo. Los Olsen le habían prometido tramitar los papeles lo antes posible.
—¿Y alquilaste una casa?
—Sí, ese mismo domingo.
Desde que tomó la decisión, nada la había detenido. Y la suerte le había sido propicia; dos calles más abajo, una casa acababa de quedarse vacía. El propietario la había pintado recientemente. El bungalow con su pequeño porche y su chimenea de ladrillo le había parecido perfecto: enseguida había entregado una fianza al agente inmobiliario. Luego volvió a casa, redactó una carta dimitiendo de su trabajo… y telefoneó a Brad. La conversación fue breve, tranquila y enteramente satisfactoria.
—Todo esto no debe de haberte resultado nada fácil… —comentó Ali con tono compasivo.
—Todo lo contrario —repuso Shana, alegre—. Supongo que querrás saber lo que me dijo Brad —se moría de ganas de contárselo.
—¿Le contaste todo esto?
—Como me había ido sin avisarlo, me comentó que se había quedado muy preocupado, y que se había pasado todo el fin de semana llamándome. No estoy muy segura de que su preocupación fuera sincera, la verdad. El caso es que, cuando se tranquilizó, le dije que había salido a dar una vuelta con el coche.
—Una vuelta de tres días.
—Sí, bueno. Gruñó un poco, quejándose de que debería haberlo avisado —ahora venía lo mejor—: Yo le contesté que había hecho nuevos planes con mi vida, y que él no entraba en ellos.
Ali soltó una risita de complicidad. Como cuando se reían juntas de niñas, en el dormitorio que compartían.
—¿Y cómo se lo tomó?
—No lo sé. Colgué el teléfono y me puse a hacer cajas.
—¿No intentó llamarte?
—Durante un par de días, no. Al tercero me puso un e-mail e inmediatamente bloqueé mi correo.
Eso debió de molestarle bastante. Aunque eso a ella no le importaba. Bueno, quizá sí, un poco. De acuerdo: mucho. Por desgracia, no había podido disfrutar de su reacción. En el pasado, siempre había sido ella la encargada de poner parches a los conflictos. Ése era su problema: que no soportaba los conflictos, que se decantaba siempre por el compromiso o la capitulación. Durante el curso de su relación, Brad se había acostumbrado a que ella hiciera siempre el primer movimiento. Pues bien, eso se había acabado. Brad Moore era ya historia.
En lugar de castigarse a sí misma por haber tardado tanto tiempo en ver la luz, miraría hacia delante, empezaría de nuevo… y, por seguridad, renunciaría a los hombres. A sus veintiocho años, ya había tenido bastantes relaciones. No merecían la pena.
—A mí nunca me cayó bien Brad —le confesó Ali.
—Pues podías haberme dicho algo —replicó Shana con tono irritado. En los cinco años que había durado su relación con Brad, a su hermana no le habían faltado oportunidades para decírselo.
—¿Cuándo? Sólo nos vimos una vez y tú estabas tan encariñada con él…
—Si te hubieras quedado algo más de tiempo en un mismo lugar, quizá habríamos podido juntarnos más a menudo.
—Son cosas que pasan cuando estás en la Marina —suspiró Ali—. Tu vida deja de pertenecerte. Shana, sinceramente: ¿de verdad que estás bien?
—¿Sinceramente? —reflexionó un momento—. Me siento fenomenal, ésa es la verdad. Sí, la ruptura me dolió, pero sobre todo porque estaba furiosa conmigo misma por no haber visto antes la luz. Me siento estupendamente. Como si me hubieran librado de un conjuro, de un hechizo. Ahora tengo una actitud completamente distinta hacia los hombres.
—Puede que pienses que estés bien, pero existe la posibilidad de que no hayas superado del todo lo de Brad —repuso su hermana tras una leve vacilación.
—¿Qué quieres decir?
—Recuerda lo que me pasó a mí después de la muerte de Peter. Al principio, el shock y el dolor resultaron abrumadores. Estuve semanas como caminando entre la niebla.
—Esto es distinto —insistió Shana—. Es… menos importante.
—Lo sé —replicó Ali.
—Pero tú ahora estás mejor, ¿no?
—Sí. Un día, de repente, descubrí que podía volver a sonreír. Podía funcionar de nuevo. Tenía que hacerlo. Mi hija me necesitaba. Mis pacientes también. Pero siempre querré a Peter —le tembló la voz, aunque enseguida se recuperó.
—Yo también lo querré siempre —añadió Shana, tragando saliva—. Era un hombre muy especial —su cuñado había sido un marido y un padre perfecto. Por eso mismo la situación con Brad no era comparable.
—Apúntate los datos de mi vuelo —le pidió Ali, cambiando de tema.
Shana por poco se había olvidado de que estaba a punto de convertirse en una madre sustituta.
—Ah, sí. Espera que encuentre un bolígrafo —rebuscando en su bolso, sacó uno y localizó también una factura arrugada. Anotaría el número del vuelo al dorso.
Tenía muchas ganas de ver a su hermana. Se veían muy poco, por culpa de la profesión de Ali. Aquella inminente visita sería breve, pero no le importaba: no había vuelto a encontrarse con ella, ni con Jazmine, desde el funeral.
—Jazmine y tú os llevaréis muy bien, ya lo verás —intentó tranquilizarla Ali—. Jazmine