Olivia Teroba

Respirar bajo el agua


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      Floto en el aire como se debe,

      es decir, por mí misma.

      Si caigo del techo

      aterrizo suave en el verde césped.

      No me es difícil

      respirar bajo el agua.

      No me puedo quejar:

      he logrado descubrir la Atlántida.

      WISLAWA SZYMBORSKA, «Elogio a los sueños»

       CORRESPONDENCIA

      Amanece y estoy reescribiendo, otra vez. Es verdad lo que decías Luis, así como me pongo a escribir te voy comprendiendo mejor; es verdad que cuando una hace estas cosas y quiere que le salgan bien, se puede pasar toda la noche frente al monitor. Y mira, ya voy por la quinta reescritura y sigo pensando que en esta carta no cabe todo lo que tengo que decirte, y que si logro meterlo quedará todo revuelto, y yo quiero que quede lindo, que mientras lees esto sonrías y te acuerdes de mí y digas mi nombre bajito, así como yo repito tu nombre cada vez que termino de leer esta carta y la vuelvo a empezar.

      Recuerdo que tú también amanecías escribiendo, y yo te decía que vinieras a la cama y apagaras la computadora porque el ruido de su ventilador no me dejaba dormir, y cuando lo hacías la casa quedaba en silencio, pero ese silencio tan pesado tampoco me dejaba descansar, y tú llegabas a la cama con toda la intención de dormir y yo no te dejaba, comenzaba a molestarte, a jugar con tu cabello y a morderte, e invariablemente acabábamos haciendo el amor.

      Ahora que te has ido eso ya no se puede. Por eso, aunque amanece, sigo escribiendo, como de seguro me dijiste para que me calmara después de lo de mi abuelo, y lo sigo haciendo por complacerte, aunque debo aclarar: no se me dan muy bien estas cosas, y no entiendo por qué quieres que escriba toda esta perorata cuando podríamos hablarnos por teléfono, hacer una videollamada; pero no, tanta tecnología y tú con tus cosas antiguas, de viejo, siempre actúas como un viejo, y bueno, sé que me dices que te escriba para entretenerme ahora que he vuelto a casa de mis padres y ellos no me dejan salir, menos en fin de semana con tanta gente afuera y este maldito calor, y encima con el miedo, las balaceras y esas cosas terribles que le pasan a los vecinos.

      Por ahora, solo a los vecinos.

      Hay otra razón por la que te escribo: el otro día me enojé porque no te conectabas y saqué uno de tus libros de las cajas y con cada una de sus hojas hice un pez de origami. Cuando terminé con el libro, les atravesé un hilo y colgué una tira en la ventana. Se ve tan linda ahora con esos peces, que creo que haré más, pero te prometo que los siguientes no serán con los libros que me diste a guardar, menos con los de tapa dura y dedicatoria.

      Al otro día me dijiste que se fue la red en el hotel, y hasta me llamaste y yo quedé como tonta, así que mira, ahora que estás tan ocupado arreglando tu vida allá, y para que quedemos a mano, yo te escribo y ya estamos. Por eso reviso una y otra vez la carta, para que quede tan bien que reemplace la pérdida del libro que se volvió una tira de pececitos colgados de la ventana.

      Ya lo sabes: mi abuelo murió. Sí, estaba viejo y no soportaba vivir sin la abuela, lo sé, y a cierta edad, sí, es obvio que iba a morir, lo que no es obvio es que muriera de la misma forma en que lo hizo la abuela: cayendo de las escaleras. ¿Te digo un secreto, Luis? Encontré una cajita abajo de su cama cuando limpiaba, una cajita con cerradura. Intenté abrirla toda la noche con cada una de las llaves de su manojo, y nada. Al final encontré otra llave, muy oxidada, detrás de la foto de la abuela.

      Mamá se desconcertó cuando le enseñé el interior de la caja, donde había una foto de ella de pequeña y un fajo de billetes. Lo que no vio es que yo le había sacado un papel que apretaba en la mano bien fuerte, no vio que me salí a llorar y me llevé un libro, ese que me regalaste antes de irte, y me fui a la plaza y abrí el libro y decía de tu mano beber esa muerte líquida, de tu mano subir a ese sueño etéreo, de tu mano no sé qué más, Luis, y no puedo ver el libro porque lo dejé en el parque, con el papelito adentro, y debió arruinarse ya que de inmediato empezó a llover.

      Ya sé, debías huir luego de las amenazas y yo no puedo seguirte porque están mamá y mis hermanos y mi problema. Luis, no entiendo por qué no dejas de escribir si es tan peligroso, cómo seguías haciéndolo aunque te llegaban una a una las advertencias, y tú tan tranquilo y descuidado como siempre.

      Cuando, después de la balacera, tus amigos, tus padres y yo por fin te convencimos de irte, en el fondo yo no quería que te fueras, y menos sin mí, pero era necesario: tú tenías que estar a salvo y yo acompañar a mamá, ayudar on el abuelo y, además, ya sabes, la chica no puede viajar en sus condiciones, pensemos en las pastillas, los médicos, su salud. Quise decirles mis condiciones un carajo, pero no lo hice porque solo quería que te fueras pronto y no te pasara nada. Y qué bueno que te fuiste, Luis; cada día las cosas se ponen peor.

      Tengo un problema con las palabras y por eso no me gusta escribir, pero me obligo por las razones que te dije arriba y porque tenía que contarte esta historia, que es igual a otras que me pasan. Ya sabes, a mí me ocurren cosas raras: llego cuando la micro se acaba de ir, encuentro cartas y pulseritas tiradas en la calle, compro un libro y a la mitad tiene tres hojas en blanco. Esas extrañezas que tú llamabas patafísica.

      Pasó de nuevo. El papelito tenía escrita la fecha cuando el abuelo cayó de las escaleras, y una despedida. Es fácil concluir, Luis: el abuelo se tiró de las escaleras. Si no, por qué se levantó justo cuando lo dejamos para ir al súper, por qué no antes, por qué no esperó si volvíamos en media hora. Ya sé qué dirás: hago conclusiones apresuradas, exagero las cosas, no debí dejar el libro bajo la lluvia, no era necesario sacrificarlo para deshacer las palabras del abuelo, sobre todo el libro tan bonito que me regalaste con tanto gusto antes de irte; pero tú sabes, mi problema son las palabras, me hacen sentir mucho, por eso cuando me dices te amo siento que se acaba el mundo y empieza en tu boca y debo besarte, pero si nos enojamos, y me dices algo que duela, me pongo mal, y me cuesta mucho volver a estar tranquila.

      Por eso, aunque yo misma te había insistido tanto, cuando dijiste me voy, casi me muero. Y ese día, cuando volví a casa, después de dejar el libro en el parque, me pasó otra vez.

      Debes entender, tú sí entiendes: ver el poema, la fecha, pensar en el abuelo... Lo sé, me dejé llevar, y puedes llamarlo, si quieres, mis condiciones. Pero sabemos que es otra cosa.

      No se me da escribir, ves. Pero quiero creer que volverás pronto, que las cosas se van a solucionar y al fin todo será como antes, y entonces podré decirte lo que pienso, explicarte cuánto te quiero y cuánto te extraño, esas cosas cursis de siempre. De frente, y no así, que cuesta tanto. Y es que en tu ausencia pasan tantas cosas.

      Como la ventana, que ya está llena de peces.

       EL CIELO GUARDA CUALQUIER SECRETO

      Hace frío, pero de todas maneras nos gusta subir a ver las estrellas. Como mamá llega muy tarde, podemos estar en cualquier lugar del edificio sin pedirle permiso. Eso nos ha traído muchos problemas porque las vecinas, que nos miran de reojo en los corredores, se quejan con mamá de que caminamos en los pasillos hasta muy noche, tocamos las puertas, movemos muebles, soltamos canicas al piso. La verdad no hacemos nada de eso, nunca. Somos muy callados mi hermano y yo.

      La verdad, mi hermano no es totalmente mi hermano, le digo así porque me lo pidió mamá. Él es hijo de ella, pero tenemos padres diferentes. Nos conocimos hace poco, el día que llegó a la casa con un montón de maletas y un gato pequeño.

      Nos contó que su papá lo había dejado en la puerta y le dijo que lo esperara; como ya había tardado mucho se decidió a tocar. Entonces mi mamá se le quedó viendo y se puso a llorar. Lo abrazó y lo cubrió de besos, y yo entendí hasta mucho después que ella creía que no iba a verlo nunca más.

      Al principio me caían muy mal, su gato y él. El gato me desesperaba y mi hermano me daba asco. No se lavaba los dientes muy seguido, se sacaba los mocos de la nariz con el dedo índice, y en