preparando en todos los sentidos; no sé cómo, pero tuve la capacidad de analizar objetivamente qué vida me esperaba con él, de entender que las cosas no iban a cambiar, de comprender que éramos dos personas incompatibles en cuanto a las emociones. Poco a poco y sin prisa, hice mi plan de negocio dentro de mi cabeza y me enfoqué en volverlo una realidad: nombre del negocio, mercado, etcétera. Decidí tomar unos cursos en Estados Unidos para prepararme mejor, así que me puse a vender mil cosas para juntar el dinero necesario y así empezó oficialmente todo. Con la ayuda de mi mamá y de mi hermana, que cuidaron a mis hijos, me capacité en lo que sentía que me hacía falta según mi plan. Regresé, armé una presentación con fotos de mis trabajos y me fui a los hoteles y con las wedding planners más reconocidas a presentar mis servicios. Surgió el primer evento, luego el segundo y así empezó esta aventura, retadora, emocionante y absolutamente satisfactoria. Me di cuenta de cuánto amaba lo que hacía, cuánto lo había deseado toda la vida, con qué gusto trabajaba dieciocho horas mientras cuidaba al mismo tiempo a mis hijos. Crecí, y crecí rápido.
Fui haciendo un nombre, una reputación en el mundo de la repostería. Y mientras mi negocio y yo crecíamos, mi marido se iba haciendo pequeño. Me apoyaba en que hiciera lo que yo quería, pero él por su parte no hacía nada. Se sentó a esperar que a mí me fuera bien.
¿Nunca fue un compañero?
Lo fue en el sentido de que me apoyó en todo lo que se me ocurrió hacer para iniciar mi negocio, pero nunca se esforzó por su cuenta, nunca se sintió responsable de hacer lo mismo o hacer equipo para lograr algo. Entonces, una vez arrancado el negocio, con bastante trabajo, con un nombre sonando fuerte, con dinero para poder salir adelante con mis hijos, me empecé a preparar, pero para divorciarme, económica y emocionalmente, en todos los sentidos, para hacerlo lo mejor posible porque no quería un divorcio como el de mis papás. Me prometí que jamás iba a poner mis intereses o problemas por encima del sano desarrollo emocional de mis hijos. Sabía que ellos un día tendrían la edad para comprender lo que había hecho cada quien. Traté de hacer todo diferente a mis papás.
También es un proceso que vivimos las mujeres, de cómo se nos exige tanto y queremos lograr tantas cosas que a veces nos falta ser capaces de reconocer el fracaso, encararlo y tratar de no afectar a todo tu entorno.
Completamente de acuerdo. Creo que nos sentimos responsables de tantas cosas que queremos seguir con el “plan inicial”, a veces a costa de lo que sea. Pero como siempre les digo a mis amigas cuando me preguntan por un consejo: las señales siempre están ahí, no las rodees, no las escondas, no las minimices. Nos engañamos solas, nos ponemos pretextos, pero las señales siempre están ahí.
Te acostumbras y te engañas y compras esa realidad que no es la que habías planeado. Hasta que ya no puedes, hasta que sientes que no respiras, hasta que llega algo que te hace reaccionar y decides salir corriendo. Recuerdo muy bien cómo fue para mí. Nos habíamos reunido en casa de unos amigos un domingo y le contaba a una amiga que estaba volviéndome loca, que trabajaba mucho y no me daba el tiempo ya para estar tanto con mis hijos como lo había acostumbrado. Al mismo tiempo, cerca de nosotras estaban los señores y lo escuché decir: “Estas mujeres tan dramáticas”, y chocaron sus copas de vino mientras reían discretamente. Exploté, frente a todos le grité que su comentario era misógino y burlón, y que debería darle vergüenza porque yo trabajaba mucho y él no. Agarré a mis hijos y me fui. Pero así como minimizó mi sentir ese día, lo había hecho muchas otras veces. Y yo lo justificaba diciendo: “¡No se da cuenta de lo que dice!”. Tú tienes que ver las señales y que esas señales te sirvan para percatarte de hacia dónde vas, no hay manera de que esas señales te estén engañando.
Siempre creemos que las personas están tan pendientes de nosotros que tenemos que responder a todas sus demandas. Al final a nadie le interesa tu vida, lo que haces. A veces te basas en expectativas, en criterios que nada tienen que ver contigo.
Contigo y con nadie. Es tu propia vida, tu propia versión según puedes y se dan las cosas. Todos esperan mucho de nosotras, pero nadie está en tu camino interno, emocional y de lucha para lograrlo. Es un trabajo personal. Cuando empecé a salir con mi actual marido, no me atrevía a decirles a mis hijos, me parecía que no estaba bien, que los dañaría. Así que empecé a ir con una psicóloga para que me ayudara en ese proceso también. Mis hijos todos los días me enseñaban estampitas de jugadores de futbol para ver si alguno de ellos me gustaba y podía ser mi novio… ellos ya estaban intentando la reestructura, pero yo no. Coincidimos en una fiesta infantil mis hijos, Juan Ramón, su hija y yo. No les dije que ya lo conocía ni nada. Pero convivimos y todo fue increíble. Después, él nos invitó a la playa y así empezamos a “convivir” todos muy discretamente. Un día, llego de trabajar y mis hijos me sientan en el sillón y me dicen: “¡Mamá, queremos hablar contigo! ¿Verdad que tú no tienes novio?”. Yo asustada les dije: “¡No!” “¿Y te gustaría tener? Es que encontramos uno para ti. ¡Mira!” El chiquito, que hace todo lo que el hermano dice, tenía una hoja en blanco y arriba decía: “¡Juan Ramón!”. Entonces mi hijo el grande decía: “¡Te quiere!”. Y el chiquito ponía una palomita a “juega con nosotros, va a fiestas”. “Mamá, ¿por qué no le preguntas que si quiere ser tu novio?”. Y yo en terapia de preparación con la psicóloga para decirles que estaba saliendo con alguien y que no quería lastimarlos. Ni a su papá. Y me preocupaba el trauma y el corazón roto y resulta que mis hijos ya querían que tuviera un novio, yo creo que para verme feliz, no verme sola.
¿Pasando a un tema muy distinto, cómo llevas tu salud? ¿Cómo te cuidas? ¿Cuáles son tus remedios de rescate?
Desde cierta edad, me volví consciente de lo que hago con mi cuerpo, porque cuando vivía con mis papás era todo lo contrario; con mi mamá, como buena americana, todo era papa frita y comida congelada. Pero mi hermana y yo empezamos a cuidarnos y hacer ejercicio porque toda la familia de mi mamá es gorda.
Cuando me divorcié bajé muchísimo de peso porque no podía dormir y me daba asco la comida, así que en mi búsqueda de opciones que no fueran ansiolíticos (solución rápida de los doctores que vi), encontré lo que se convertiría en mi mejor herramienta para combatir el estrés, para dormir bien, para recuperar el apetito: crossfit. Fue como ir a terapia, con el mejor doctor y encontrar un tipo único y especial de nueva familia al mismo tiempo.
Estoy en forma, estoy sana física y mentalmente y me divierto mucho.
¿Fue cambiando para ti el concepto de espiritualidad? ¿Cómo lo vives hoy?
Hablando de una religión como tal, soy atea. Desde pequeña siempre cuestioné todo lo que no puedo ver, las cosas que no me hacen sentido. Empecé a estudiar otras filosofías, empecé a leer mucho y ninguna me llenó como para decir: soy budista. Sin embargo, después de estudiarlas, entendí que todas tienen el mismo fin: tienes que venir a esta vida a evolucionar y a dar lo mejor de ti, a trascender de una manera positiva, sin hacerle daño a nadie. Creo mucho en mí. Cuando me la estoy pasando muy mal y tengo que agarrarme de algo, me agarro de mí, sin olvidar que quiero trascender.
¿Cómo se fue trasformando tu idea de tu propio cuerpo, en la parte íntima y sensual y erótica?
Mis hijos me ayudaron mucho, con la parte de mi ropa, de mi cuerpo. Ellos me pidieron usar vestido, shorts, muchas cosas que aun viviendo en Cancún no hacía. Pensaba en qué diría mi papá si me viera vestida así... y me encantó la sensación de libertad. Cuando empecé con Juan Ramón, fue toda una aventura la parte íntima, creo que le daba más risa que otra cosa, por mi pudor, mis reglas. Siempre dice que tuvo que “talonearle” muchísimo para conquistarme y ganarse mi confianza. Él ha tenido mucha paciencia, es muy inteligente y muy amoroso. Le fue buscando el modo para que fuera sutil y no agresivo para mí, y me entendía perfecto.
¿Qué es para ti hoy la libertad?
Ser quien soy, porque creo que mucho tiempo le tuve miedo a decir, a ser, a opinar, a no usar el filtro correcto, a dar mi opinión. Soy quien soy, y como soy me quiero y me caigo rebién. A veces me caigo gorda también, pero reconozco esas partes de mí que no me gustan y que a veces salen, aunque yo no quiera. En general, mi paquete completo me encanta. Tengo libertad de decir, de ser, de caminar, de bailar, de improvisar algo en un trabajo,