Un oasis, tiene que ser tu fuerte, al enemigo lo tienes afuera, no dentro. Dentro debe haber paz. En casa de mis papás siempre había gritos, azotones de puertas, el drama con mi hermano, que generaba situaciones terribles. Yo no quiero que así sea en mi casa. Claro, hay momentos difíciles, pero es la forma de enfrentarlos lo que hace la diferencia.
¿Qué es para ti la gratitud?
Reconocer y agradecer lo que la gente que me rodea hace por mí, lo que la vida me ha dado: familia, salud, amigos. Agradezco tener la oportunidad de ayudar.
¿Qué son la libertad y la plenitud?
No depender de nadie, saber que puedo ver por mí, por mis padres y mi familia, que puedo reinventarme las veces que sea necesario para salir adelante, que tengo la capacidad de encontrar diferentes caminos para estar bien en el interior. No tener apegos. A raíz de que mi mamá se hizo mayor, tuve que desmontar su casa y me impresionó ver la acumulación de cosas inservibles. ¿Por qué guardamos tanta porquería, qué apego tenemos a lo material? Sentirte satisfecho con lo que tienes, sentirte feliz por los demás; no envidiar, no odiar, esos sentimientos no te permiten ser libre. Estaba leyendo que el odio y el amor son sentimientos muy parecidos, que te atan a las personas.
¿Cómo cambia tu criterio cuando vas creciendo? En este momento de tu vida, ¿te sientes en esa plenitud, con todos los elementos para discernir lo que quieres y no quieres para ti?
Te voy a ser honesta: de los cuarenta para acá, ya tengo muy claras las cosas, te puedo decir lo que no quiero y con quién no quiero estar. Tengo esa libertad de no ir a eventos por flojera. No me gusta bailar, me gusta tomar una copa con amigos. Ya no tienes que fingir que te gusta estar en una discoteca, ya tienes libertad y congruencia. Espero que Emilia pase rápido por ese aprendizaje.
© Cristina Quintanilla
8 Artista visual, usa sus memorias auditivas y recuerdos como inspiración para pintar, dibujar y recomponer esas imágenes en un espacio pictórico y darles nueva forma, balance y vida.
¿Cuál es el momento de tu vida que haya hecho que jamás volvieras a ser la misma?
FUE EN EL TERCER AÑO de mi primer matrimonio cuando mi marido y yo enfrentamos una crisis muy fuerte, que no pudimos resolver. Mi decisión fue hacer lo “correcto” y tratar de salvar nuestro matrimonio. Quería ver las posibilidades de podernos reinventar, y le aposté a que lo podríamos superar. Desafortunadamente no fue así. Regresé a México y nunca más fui la misma. Era de las primeras divorciadas de mi entorno y, a juicio de los demás, lo que había pasado no se veía nada bien.
¿Qué crees que generó la crisis?
Creo que nos pasa a muchos que nos vamos a estudiar fuera de México, muy emocionados de estar fuera, estudiar en una universidad importante, y entonces perdemos piso y nuestras prioridades cambian. Yo creo que su perspectiva de vida y sus valores se vieron amenazados en el momento en que se encontró dentro de su sueño dorado: estudiar dos maestrías en Estados Unidos. Eso se volvió su prioridad y mi ego se vio lastimado porque ya no éramos los de antes. El estrés emocional fue el principio y el detonante de la enfermedad.
¿Qué edades tenían?
Yo tenía veintinueve y él treinta cuando nos casamos, y treinta y dos y treinta y tres cuando nos separamos.
Iban juntos a este sueño de que él estuviera en otro lugar haciendo lo que quería, ¿no?
Sí. Pero fue más bien su sueño, no sentí que fuera nuestro. Lo acompañaba, pero yo me sentía sola, desplazada, y no sabía bien a quién acudir. Traté de platicarlo con él varias veces, pero él no entendía qué me pasaba. Me parecía que él se sentía el importante, y yo estaba ahí para apoyarlo a él. Y claro que lo apoyé económicamente para abrir una cuenta y que pudiera entrar el dinero del préstamo americano, vendí mi coche para que pudiéramos vivir los primeros meses allá, apliqué para una visa de estudiante para poder estar con él; él era residente. Viví cuatro meses sola hasta que pude irme a Estados Unidos.
¿Y habías pensado algo para ti?
Me metí a una maestría en francés en la Universidad de Illinois en Chicago para estar juntos. Además tomaba clases de dibujo, pintura y escultura. Pensé que era temporal: estudiaba mientras él terminaba sus estudios. Mi error fue ése, pensar que tenía tiempo.
Los dos estudiábamos al mismo tiempo, fue pesado. Siempre he sido muy sensible y necesitaba de la atención, el cariño, la presencia de mi marido: no me sentía casada. Pero no supe expresar bien mis sentimientos para que él pudiera también comunicar los suyos, ni tampoco logré transmitir mi propio valor.
Me gané una beca que consistía en dar clases de francés para principiantes, mientras yo estudiaba la maestría. Así pude pagar la universidad. Quizá lo mejor hubiera sido hablar con él antes de que todo pasara. Pero en ese entonces yo no tenía la madurez emocional ni la facilidad de comunicar mis sentimientos de manera que él me escuchara. Hasta la fecha, me cuesta mucho la comunicación, la intimidad. Yo no tenía las herramientas, y estaba segura de que él no lo iba entender.
Tal vez no sabemos asumirlo porque también es cierto que pertenecemos a generaciones incapaces de hablar de esas cosas, ¿no?
Sí, he aprendido que, para tener intimidad con alguien, tienes que saber comunicar tus sentimientos y tus emociones. Para esto necesitas saber cómo identificarlos. Conocerte. Para reconocerlo, hay que aceptarlo y luego, con humildad, comunicarlo. No es tan fácil.
¿Cómo aceptaste que la relación ya no funcionaba?
Fuimos con tres diferentes psicólogos de pareja. Insistí en que lo arregláramos, aun así no se pudo superar. Entonces, me hice la valiente y me quedé un año más allá, sola. Estudiaba cine y video. Me estresé muchísimo dando clases, así que pensé que si cambiaba de universidad me iba a calmar. Pero ya había empezado con los síntomas de un episodio maniaco, dormía de tres a cuatro horas, pensaba aceleradamente, tenía delirios de persecución. Entré en mi primera crisis y por primera vez me diagnosticaron trastorno bipolar 1.
Gracias a Dios, yo tenía una tía abuela que residía en Evanston, muy cerca de donde vivíamos mi ex y yo. Ella se dio cuenta de que yo no estaba bien y llamó a mi mamá. Entonces mi mamá vino por mí y me ayudó a regresar a México.
¿Cómo llegó el diagnóstico? ¿Tenías algún antecedente?
Pueden diagnosticarte en cualquier momento de la vida. Lo que sí me diagnosticaron a temprana edad fue principios de anorexia y tendencia a la depresión, esto fue en mis veintes… Pero hasta los treinta y cuatro años, me diagnosticaron trastorno bipolar.
Primero, no te das cuenta de que estás enferma. La percepción que tienes de ti misma cambia. Es como si tuvieras un huésped dentro de ti que te critica, te hunde, te humilla. Sí estás fuera de la realidad, pero en otra realidad que es un naufragio, donde vas buscando pistas que te guíen para dónde ir y poder resguardarte. La persecución la sientes tan real que no puedes creerle a tu doctor ni a tus familiares. Los síntomas que tienes afectan a las emociones, los pensamientos y el comportamiento. Entonces estás fuera de ti, no eres tú y tus familiares no te reconocen. Sentía que me observaban, que se reían de mí. No estaba consciente de la realidad; vives otra realidad que tú misma creas. Las crisis afectan totalmente a la cognición, no coordinas tus pensamientos, tu razonamiento está basado en hipótesis inventadas y llegas a conclusiones erróneas.
El cerebro funciona en lo básico, físicamente funcionan todos tus órganos, pero parte de tu cerebro no tiene las sustancias necesarias para coordinar los pensamientos, no piensas como normalmente lo harías. Yo tenía el sentido de la responsabilidad, iba a mis clases, pero ahí sentía la persecución. No estás del todo presente en el ahora, porque se te olvidan muchas cosas por la misma tensión y el estrés que te provocan tus propios pensamientos. No puedes llevar una agenda porque vas viviendo al día en automático.
Y esta tía, ¿cómo lo supo?
Nos