de los clientes que decidieron seguirnos. Me da satisfacción saber que mi voz tiene mucho peso. Sí, el mío es un medio con mucho machismo en México. Cuando estamos sentados en una reunión, los hombres sólo se dirigen a otros hombres. Pero esto, lejos de molestarme, me resulta divino: como no me están viendo, yo los estoy observando. Al final de la reunión, mi socio les dice que yo soy la administradora y socia, que toda la parte de logística y financiera la llevo yo.
Entonces, ¿tanto las características de los hombres como las de las mujeres están estereotipadas?
Hay un equilibrio, veo mujeres que quieren actuar como hombres y no es el camino, cada quien tiene su personalidad. ¿Cómo lo digo sin que suene raro…? Cuando estoy negociando con hombres, me siento igual, no me siento hombre o mujer, me siento un ser humano en la misma cancha. Nunca me he sentido menos ni con más ventajas por ser mujer.
Cuéntame sobre tu crecimiento personal y sobre las cosas que te fuiste adjudicando como responsabilidades.
Sin darte cuenta dices: “Yo puedo, yo hago, yo resuelvo”, y dejas de exigirles a los demás, les quitas poder de esa forma. Me pasó con Joaquín, mi marido: en un punto dejas de pedir ayuda y eres quien resuelve. Un amigo me describió perfecto: llego a mi casa con el portafolio, el súper, con las llaves en la boca tratando de abrir la puerta y me dicen: “¿Te ayudo?”. “No, yo puedo”.
La escena me dio mucha risa. Es apenas de seis años para acá que he aprendido a pedir ayuda. Trabajé sola desde mi casa más de quince años, yo era la que sacaba copias, llevaba paquetes a la mensajería, cotizaba, cobraba… Cuando me volví empresaria y empecé a tener empleados, no sabía dar instrucciones, no sabía explicar y capacitar, no delegaba. Mi socio fue quien me enseñó esta parte de trabajar en equipo y soltar la responsabilidad a los demás, aunque se equivoquen. Todavía me sigo tropezando, y quiero hacer cosas que otros pueden hacer. Lo mismo hago en mi vida personal, soy quien resuelve todas las necesidades de mis padres. Nos lleva tiempo entender que no podemos ser el colchón de todos, terminamos por desgastarnos.
Como hijos tenemos una responsabilidad, pero debemos poner límites. Me pasó en mi matrimonio: siempre quise resolver, ayudar, controlar, hasta que nos desgastamos y nos gritamos. Mi esposo me dijo: “No me dejas ayudar, y te veo tan confiada que dejé que tú tomaras todas las decisiones”. Fuimos todos entrando a una zona de confort, él se relajó, y fue como si me diera las llaves del auto y yo tuviera que manejar el resto del viaje mientras él dormía. Y esta dinámica hizo que le quitara autoestima. Ahora buscamos el equilibrio, le pido ayuda y él me apoya con gusto. Otro tema es la culpa, pienso que si algo sale mal es por mí. Lo cierto es que no podemos ser tan egocéntricos y pensar que todo se mueve a nuestro alrededor; por lo mismo, te adjudicas toda esa responsabilidad, cargas a todos y terminas enfermo.
Y después de que has forjado todo esto, los demás cuentan con ello, por lo que de alguna manera se crean relaciones dependientes. ¿Cómo has ayudado o educado a Emilia? Porque también es difícil lograr que un hijo único no sea el centro de todo, que sea independiente y libre, y pueda ir asumiendo responsabilidades.
Cuesta trabajo. Por ejemplo, lo que pienso es que si ella se va de México, se independizará. No voy a ser de esas madres que quieren que les hablen a diario; es justo lo que no me ha gustado de mi mamá. A Emilia le explico lo que nos da independencia; a mí me ha costado trabajo y constancia. Y es a través de la exigencia, de tener una rutina y una disciplina que lo logramos. Hacerle ver que la vida no es tan fácil. Que ella debe hacer sus cosas, su tarea y responsabilidades de la casa y el colegio.
¿Cómo te acostumbraste a ser tan franca, a ser tan congruente con quien eres, con tu naturaleza? Muchas veces nos pasa que por querer adaptarnos socialmente nos vamos anulando, disfrazando un poco quienes somos de manera natural. ¿Cuál ha sido tu fórmula para alcanzar esa congruencia?
La franqueza me ha causado muchos distanciamientos y no me ha importado mucho. Me duelen, sí, pero escuchamos muchas mentiras de todos lados. Pero de la misma forma que soy honesta, crezco más cuando son honestos conmigo. Joaquín es una persona cruda para la crítica, que me ha hecho crecer mucho más que si tuviera al lado una persona que me dijera: “Ay, qué lindo te quedó, qué bonito”. Su nivel de exigencia es muy alto, tiene una crítica muy interesante, es un tipo que a pesar de ser muy conservador es muy progresista. Eso me ha servido para crecer.
¿Cómo es la relación de las mujeres con el dinero? Hay quien lo busca para aparentar, pero en realidad está solventando algo, una necesidad que va más allá de lo económico.
Eso es para un análisis psicológico, no soy yo quien podría decirlo. Mi interpretación de las personas que salen con ropa y accesorios estampados con marcas es que sienten que su valor es la ropa y no ellas. Por ejemplo, los hombres con los autos, hay quienes genuinamente los aman, te hablan del rendimiento y los caballos de fuerza; y están los que se compran una fiera y no saben ni qué traen, pero lo tienen por otras razones que me parecen patéticas.
Me da mucha tristeza la gente que se hace cirugías plásticas. Como estoy en el medio de equipo médico enfocado en cardiología y anestesia, sé el peligro que representa una cirugía, te enteras de casos terribles. Qué puedes tener en la cabeza para correr el riesgo de dejar huérfanos a tus hijos. La belleza la vamos construyendo de dentro hacia fuera. Pero la sociedad exige mucho de la mujer: tiene que ser delgada, inteligente, estudiosa, con buen puesto, simpática, cosas que no se les exigen a los hombres, en eso no hemos progresado un ápice. Pero está en nosotras no ser partícipes de este juego.
¿Cómo cuidas tu cuerpo en cuanto a alimentación, apariencia y ejercicio?
También esto me viene de la casa. Por constitución genética soy muy delgada, así que un día que me vio mi papá con un vestido escotado de la espalda me dijo: “Estás muy huesuda, haz pesas”. He hecho ejercicio desde siempre; trato de hacerlo tres o cuatro veces por semana, o cumplir cuatro horas a la semana. Me llevó tiempo la búsqueda del ejercicio que me gustara: correr no me fascinaba, tampoco las pesas, tengo dos pies izquierdos y por eso los aerobics no se me dieron y del ballet, me corrieron. Así que iba haciendo lo que iba encontrando. Recién casada me inscribí a un club, me metí a clases de pilates y natación, y en 2000 el club tuvo disponible spinning, y lo amé, pues me desfogaba. Mi alto sentido de responsabilidad me ha llevado a sufrir estrés, así que el ejercicio siempre ha sido mi aliado. Poco después empecé a combinarlo con yoga y fue perfecto para mí. La meditación se me complica; hasta la fecha, mi mente brinca para todos lados. Me impresiona que haya gente que se pueda quedar dormida en plena clase haciendo meditación.
En la adolescencia tuve muchos problemas de acné, mi mamá me llevó a diferentes clínicas y cuando por fin dimos con un médico muy bueno, me recetó medicamentos, pero junto con una dieta estricta: no podía comer enlatados, embutidos, envasados ni fritangas. Traigo buenas costumbres alimentarias de la casa, buen metabolismo. El tema del cuidado de mi cara me hizo entender toda la porquería que trae la comida procesada.
Además, tuve cuadros de reflujo muy severos; en una ocasión me fui a Puebla para una reunión de trabajo, y de regreso no podía hablar, se me había quemado el esófago. En un programa de radio, Joaquín escuchó hablar a un trofólogo, Eduardo Hinojosa. Investigué de qué se trataba esto y él me trató tres meses; comprendí las combinaciones que debía hacer y los cambios en mi rutina alimentaria. El resultado es que llevo tres años sin tomar antiácidos y sin dolor de cabeza. Nunca me permito subir de peso, como bien, tomo mucha agua. Desde que fui con el trofólogo, me he dado a la tarea de leer mucho sobre el tema de la nutrición, analizar todo lo que consumimos, qué nos ponemos en la piel, saber leer en las etiquetas qué contiene cada producto que usamos.
El cultivo de tu espiritualidad es algo importante para ti. ¿Cómo llevas esa parte?
La lectura me gusta muchísimo, el enriquecimiento de platicar con la gente. Esto me ha vuelto empática y sensible a las relaciones humanas y sentimientos. A lo largo del tiempo he aprendido a quererme, a aceptarme, a reconocerme. Sigo en la búsqueda de no ser prejuiciosa. Si alguien está de malas, me sensibilizo para saber si tiene algún problema. También trabajo sobre la paciencia, que no es algo que se me dé. Disfruto estar sola, perderme en mis libros; a través de