Maureen Child

Magia en el mar 


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vas a hacer pasar mal de todos modos, ¿verdad?

      –Estaba de broma.

      –¿Sí?

      –Prácticamente. ¿Sabes? Olvídate de Mike –la miró fijamente a los ojos y le preguntó–: ¿Por qué estás aquí, Mia? ¿Y por qué te has traído a tu familia?

      Necesitaba el apoyo de su familia porque, sinceramente, no se fiaba de lo que pudiera hacer estando a solas con Sam. Solo con mirar su cara y su cuerpo se le nublaba la mente. Tenía que ser fuerte y no estaba segura de poder serlo sin ayuda. Pero eso a él no se lo diría.

      –Querían hacer un crucero y yo tenía que venir a hablar contigo, así que hemos decidido venir todos juntos.

      –Sí, claro, qué feliz coincidencia. ¿Y para qué tenías que verme?

      –Esa va a ser una conversación más larga.

      –¿Incluye el motivo por el que has elegido nuestro aniversario para tenderme una emboscada en mi propio barco?

      Si en ese momento hubiera tenido delante a su gemela, le habría dado un puntapié.

      Que Maya le hubiera deseado a Sam un feliz aniversario no había sido muy apropiado. Le encantaba que su familia fuera tan protectora con ella y que estuvieran tan furiosos con Sam, pero era su vida y tenía que manejarla a su modo.

      Por cierto, ¿Sam había mencionado lo de su aniversario únicamente porque Maya acababa de recordárselo? De pronto la enfureció pensar que hubiera podido olvidarlo. ¿Tan fácil de olvidar era su breve matrimonio? Desde luego, ella no había olvidado nada del tiempo que habían pasado juntos.

      Solo recordar aquellas noches en sus brazos hacía que se le acelerara el corazón y le ardiera la sangre. ¡Qué duro era estar tan cerca de él y no acercarse para besarlo! O para acariciarle la mejilla o apartarle el pelo de la frente.

      Contuvo un suspiro.

      Todo habría sido mucho más sencillo de sobrellevar si no fuera tan guapo.

      Desde el momento en que se conocieron en uno de sus cruceros, se había sentido atraída por él. Había sido como una atracción eléctrica y, al parecer, eso no había cambiado. Esos ojos azules claros aún la miraban como si fuera la única mujer del mundo, su boca aún le provocaba ganas de mordisquearle el labio inferior y el recuerdo de esos brazos fuertes y musculosos rodeándola… ¡Ay! ¡Le encantaría volver a sentir todo eso aun sabiendo que sería un error enorme!

      –¿Estás bien?

      La pregunta de Sam despertó a su cerebro de una maravillosa fantasía.

      –Sí, estoy bien. No elegí a propósito la fecha de nuestro aniversario, surgió así, sin más. Y, como te he dicho, tenemos que hablar y no creo que este pasillo sea el lugar más apropiado para hacerlo.

      –Tienes razón –Sam miró hacia la puerta cerrada tras la que, sin duda, estaría acechando Maya–. Pero tampoco pienso hacerlo con tu hermana delante.

      Mia se rio.

      –No. No es un buen plan. Iré a buscarte cuando me asegure de que mis padres están instalados y ayude a Maya con los niños…

      –De acuerdo. Una vez estemos en mar abierto, dame una hora y después ve a mi suite.

      Lo vio irse y se le secó la boca. Odiaba que su instinto le pidiera seguirlo y abalanzarse sobre él. Lo había estado haciendo muy bien hasta ahora y ya solo soñaba con él unas tres o cuatro veces a la semana, pero volver a verlo y pasar las dos próximas semanas juntos en el mismo barco iba a reavivar las fantasías y el deseo.

      Y no había ningún modo de evitarlo.

      Capítulo Dos

      Que Mia estuviera a bordo de ese barco había afectado a su concentración. Durante una hora habló con el capitán, estudió las condiciones meteorológicas con la oficial de la navegación y tuvo una reunión con el jefe de seguridad.

      Durante ese tiempo oyó a sus empleados aunque no los escuchó con la atención habitual. ¿Cómo iba a hacerlo cuando su cabeza no dejaba de pensar en su exmujer?

      ¿Por qué tenía que estar tan guapa y oler tan bien? Ese delicioso y sutil aroma a verano que había intentado olvidar seguía pegado a ella. ¿Sería su crema hidratante? ¿El champú? En realidad nunca se había parado a investigarlo porque no le había importado su origen, simplemente lo había disfrutado.

      Y ahora volvía a invadirlo.

      Volvía a perseguirlo.

      –Y todo es culpa de Michael –murmuró.

      De pie en la cubierta privada de su suite, sacó el móvil, dijo: «Llamar a Michael» y esperó impaciente a que su hermano contestara.

      –¡Hola, Sam! ¿Cómo va todo?

      –Sabes perfectamente cómo va todo –contestó con brusquedad.

      Michael se rio.

      –Ah… Así que ya has visto a Mia.

      –Sí, la he visto. Y a su gemela. Y, al parecer, el resto de la familia también está a bordo. ¿En qué narices estabas pensando? –agarró con fuerza la barandilla. Quería sentir el viento contra su rostro esperando que eso lo calmara–. No me puedo creer que hayas hecho esto. Soy tu hermano. ¿Qué pasa con la lealtad?

      –¿Por qué no iba a haberlo hecho? Me gusta Mia. Y me gustaba quién eras cuando estabas con ella.

      –¿Qué significa eso?

      Su hermano suspiró.

      –Significa que era buena para ti. Por entonces te reías más.

      –Sí, y todo fue genial hasta que dejó de serlo.

      Tal como había sospechado, lo suyo con Mia no había durado. Pero aun sabiendo que probablemente la relación terminaría mal, se había casado porque no había logrado imaginarse la vida sin ella. Se había arriesgado a fracasar y había fracasado. Y ahora además de no tener a Mia, los recuerdos lo asfixiaban durante las largas y vacías noches.

      –Estamos divorciados, Michael. Ha terminado. Que hayas organizado esto no ayuda en nada.

      –Ayuda a Mia. Además, si ha terminado, ¿por qué te está agobiando tanto?

      «Buena pregunta».

      –Mira, no sé para qué tiene que verte, pero cuando me pidió el favor, por supuesto que hice lo que pude.

      Por supuesto que Michael se había ofrecido a ayudar. Así era él.

      Parte de la furia que lo invadía se esfumó mientras pensaba en lo distintos que eran su hermano pequeño y él. Cuando sus padres se divorciaron, Michael se marchó a Florida con su madre y Sam se quedó en California con su padre.

      Aunque los habían separado, se habían esforzado por mantenerse unidos incluso a pesar de que solo se veían cuando les correspondían las visitas establecidas por el juez. Su padre había sido un hombre severo con normas estrictas que habían marcado el modo en que Sam vivía su vida y su madre había sido una mujer bondadosa incapaz de vivir con ese hombre tan duro.

      Por eso Sam había crecido pensando que el matrimonio era una trampa y que nunca duraba; después de todo, su padre se había casado cuatro veces. Como padre no había mostrado mucho interés por él y apenas se había percatado de su existencia. Michael, por el contrario, había visto el otro lado de las cosas, con una madre que con el paso del tiempo se había vuelto a casar y lo había hecho con un hombre que lo quería como si fuera su propio hijo.

      Ahora Sam estaba divorciado y Michael comprometido, y sinceramente esperaba que su hermano pequeño tuviera mejor suerte que él en el terreno matrimonial.

      –¿Por qué no disfrutas de la situación?

      Sam se quedó mudo un breve momento.