Kate Hardy

Amor entre viñedos - Un brote de esperanza


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du fourgon.

      Xavier rio.

      –Vaya, me alegra saber que también tienes sentido del humor. No lo pierdas nunca.

      –No lo perderé, descuida. Pero, ahora que lo pienso, ¿cual es el código de la alarma del despacho?

      –La fecha del cumpleaños de Harry.

      Allegra se preguntó si la estaba probando. Quizás pensaba que había olvidado la fecha del cumpleaños de su difunto tío abuelo; pero, en ese caso, estaba equivocado.

      –Lo recordaré.

      Xavier le dio dos platos.

      –Toma, déjalos en la mesa. Yo me encargo de lo demás.

      Allegra se sentó y esperó a Xavier, que llevó los cubiertos, la comida y dos vasos de agua helada, además de una barra que no era la que ella había comprado, sino un pan de aceitunas, el preferido del difunto Harry.

      –¿Siempre comes en tu despacho?

      –Es lo más conveniente. Supongo que tú hacías lo mismo en Londres.

      –Supones bien.

      –Pero no me esperes. Sírvete…

      –Gracias.

      Ya habían empezado a comer cuando ella dijo:

      –¿Has recibido mis recomendaciones sobre la página web?

      –Sí.

      Xavier no dijo nada más.

      –¿Y qué te parecen?

      –Bueno… No estoy seguro de que me guste que se mencione la historia de mi familia –respondió.

      Ella frunció el ceño.

      –¿Por qué no? Es una parte importante de los viñedos, algo que podemos aprovechar en nuestro beneficio. Tu familia lleva muchos años en estas tierras. Si me dices cuándo llegaron, celebraremos el próximo aniversario y…

      –Deja en paz el pasado, Allegra.

      –¿Por qué?

      –Porque no fue siempre tan bonito como ahora –dijo–. No quiero que la gente lo conozca. La menor sospecha de un fracaso, aunque sea un fracaso antiguo, podría asustar a nuestros clientes.

      –¿Qué fracaso?

      –Olvídalo.

      Allegra no lo quería olvidar, pero era evidente que Xavier no estaba dispuesto a dar explicaciones, de modo que guardó silencio.

      –Creo que nos deberíamos concentrar en lo que somos ahora, en lo que hacemos bien –continuó él–. Aunque, sinceramente, no me parece que necesitemos más campañas de publicidad. A los clientes les gustan nuestros productos y, por otra parte, no tengo intención de comprar más tierras ni de aumentar la producción actual.

      –¿Quieres que los viñedos sean un éxito? ¿O no?

      Xavier la miró con escepticismo.

      –No hagas preguntas ridículas.

      –Entonces, tenemos que hablar de lo que somos. Tenemos que decirle a la gente que somos mejores que la competencia.

      Él arqueó las cejas.

      –¿Tenemos?

      Ella se ruborizó.

      –Bueno, ya sé que yo no he participado en la cosecha vinícola de este año, pero estoy aprendiendo. Y estoy decidida a ponerlo todo de mi parte.

      Xavier se limitó a cortar un trozo de pan.

      –¿Quién diseñó la página web? –preguntó Allegra.

      –Un conocido de Guy.

      Allegra sintió curiosidad por el hermano de Xavier. Era evidente que trabajaba en la casa, pero no sabía en qué.

      –¿A qué se dedica Guy?

      –A oler.

      Ella lo miró con desconcierto.

      –¿A oler?

      –Sí. Trabaja con perfumes. Y tiene mucho talento.

      –Ah…

      –Guy estudió química en la universidad –explicó Xavier–. Es socio de una empresa de perfumes de Grasse y dirige el Departamento de Investigación. La mitad del tiempo vive en la bodega y la otra mitad, en su laboratorio… Se queda aquí todos los fines de semana y se acerca cuando necesita un poco de paz. Y cuando llega la época de la vendimia, se sube a un tractor y lo conduce.

      Allegra asintió.

      –Tu madre estará encantada con su trabajo…

      –Chantal ni siquiera vive aquí –replicó Xavier con brusquedad.

      Allegra se acordaba bien de Chantal Lefevre. Era la quintaesencia de la elegancia, siempre perfectamente vestida, perfectamente peinada y maquillada lo justo, sin excesos. Pero, ¿por qué no vivía en la bodega, con sus hijos? ¿Es que no soportaba la idea de vivir en ese lugar sin Jean-Paul?

      Además, Xavier se había referido a ella por su nombre de pila, como si no fuera su madre. A Allegra le había extrañado un poco, a pesar de saber que Chantal nunca había sido una mujer precisamente afectuosa. Pero no estaba en posición de juzgar las relaciones familiares de los Lefevre, de modo que cambió de conversación.

      –Ayer dijiste que tus vinos tienen el certificado del producto ecológico, aunque en la página web no se menciona. ¿Desde cuándo lo tienes?

      –Desde hace tres años. Si quieres ver los documentos, te los enseñaré… Pero te advierto que están en francés.

      –Bueno, es obvio que mi francés no es tan bueno como antes, pero sería una ocasión tan buena como otra cualquiera para practicar –Allegra lo miró a los ojos–. Además, he pensado que podríamos abrir un blog en inglés y francés sobre lo que significa dedicarse a la vinicultura… ¿Me podrías echar una mano con las traducciones?

      Él suspiró.

      –Allegra, solo vas a estar aquí dos meses.

      –Dos meses que tengo la intención de aprovechar a fondo.

      –Ya veremos… –dijo, dubitativo.

      –Xavier, tengo que empezar por alguna parte.

      –En ese caso, te recomiendo que empieces por los productos. Por eso te pedí que compraras una barra de pan.

      –No te entiendo…

      –No me digas que ya no te acuerdas –declaró Xavier–. Es para limpiarnos el paladar después de cada cata.

      –¿Vamos a catar vinos?

      –Tú vas a catar vinos –puntualizó.

      –Ah.

      –¿Qué tipo de vinos sueles beber en Londres?

      –Esto no te va a gustar… Suelo beber vinos americanos y neozelandeses.

      Xavier se encogió de hombros, como si no le importara en absoluto.

      –¿Y cuál es tu preferido?

      –Un sauvignon blanc de Nueva Zelanda.

      Él asintió.

      –La sauvignon blanc es una buena uva. ¿Por qué te gusta?

      –Por el sabor.

      –¿Por qué más?

      –Porque es afrutado.

      –¿En qué sentido?

      –Lo siento… No lo sé.

      Xavier suspiró.

      –Cuando dices que es afrutado, ¿a qué te refieres? ¿Tiene fondo a limón, grosella,