Kate Hardy

Amor entre viñedos - Un brote de esperanza


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labios.

      ¿Sería consciente de lo sexy que era?

      Xavier notó que no llevaba maquillaje. De hecho, había renunciado a sus trajes de costumbre y se había puesto unos vaqueros de color claro, una camiseta sin mangas y unas zapatillas deportivas. Parecía una vecina normal y corriente que acabara de salir a la calle. Pero era cualquier cosa menos normal y corriente.

      –Moras, sí –dijo ella.

      –¿Cómo? –preguntó él, despistado.

      –Que sabe a moras.

      Allegra entreabrió la boca ligeramente y él se dio cuenta de que tenía una gota de vino en el labio inferior.

      Aquello fue más de lo que podía soportar. Inclinó la cabeza, le lamió la gota y dijo:

      –Sí, es cierto. Sabe a moras.

      Allegra lo miró como si pensara que se había vuelto loco y le puso una mano en el pecho, para apartarlo. Entonces, él le pasó un dedo por el labio inferior y ella tuvo la sensación de que las piernas se le doblaban.

      Ninguno de los dos supo cómo se empezaron a besar. De repente, se estaban devorando el uno al otro, entregándose y exigiendo al mismo tiempo. Él la abrazaba con fuerza y ella a él también. Hasta que, al cabo de unos segundos, Xavier se sentó en una silla y Allegra se acomodó en su regazo.

      Cuando ella se frotó contra su erección, él soltó un suspiro. La deseaba con toda su alma. La deseaba tanto que sintió pánico.

      No podían seguir adelante. No debían seguir adelante.

      Rompió el contacto y pronunció unas palabras débiles, en voz baja.

      –Esto no es una buena idea… Esto no…

      Allegra se limitó a mirarlo con deseo.

      –Allie… Tenemos que recuperar la cordura. ¿Cómo diablos vamos a… ?

      Allegra lo besó otra vez.

      –Creo que es una forma magnífica de catar vinos –dijo ella–. Los pruebo en tu boca.

      Xavier estuvo a punto de perder el control. Le faltó poco para arrancarle la ropa allí mismo y penetrarla.

      Pero se contuvo.

      –No podemos hacer esto.

      –¿Ya me estás expulsando otra vez? –dijo ella con amargura.

      Xavier frunció el ceño.

      –¿Expulsarte? Yo no te he expulsado nunca.

      –Por supuesto que sí.

      Él entrecerró los ojos.

      –Fuiste tú quien puso fin a nuestra relación.

      –Porque dejaste bien claro que ya no te interesaba. Que yo no tenía sitio en tu nueva vida –replicó Allegra.

      –¿Cómo te atreves a decir eso? Yo estaba aquí, lo recuerdo perfectamente. No me puedes engañar.

      –Yo también estaba aquí y también lo recuerdo. Te pregunté cuándo ibas a ir a Londres, a verme… Me dijiste que no podías porque estabas muy ocupado.

      –¿Y no podías haber esperado un poco, hasta que las cosas se normalizaran? –le recriminó Xavier.

      –¿Qué se tenía que normalizar, Xav? Te habías ido a París y te habías buscado un trabajo. Admito que necesitaras un par de semanas para acostumbrarte a tu nueva situación, pero… sinceramente, tuve la impresión de que nuestra relación ya no te interesaba. Pensé que solo había sido una aventura veraniega para ti, y que me estabas dando excusas porque no te atrevías a decirme la verdad. Hasta pensé que estarías con otra mujer.

      –Yo no estaba con nadie –dijo él, ofendido–. Si me lo hubieras preguntado, te lo habría dicho… ¿Cómo es posible que confiaras tan poco en mí? Y ya puestos, ¿cómo es posible que te rindieras con tanta facilidad? Como no hice exactamente lo que tú querías, lo que a ti te venía bien, me abandonaste.

      –No esperaba que lo dejaras todo y te vinieras a vivir conmigo –se defendió ella–. Pero me habría gustado que me llamaras tú alguna vez, aunque solo fuera una. Siempre tenía que llamarte yo.

      –Ya te dije que estaba muy ocupado…

      –¿Tan ocupado como para no poder descolgar un teléfono y dedicarme un par de minutos? –quiso saber.

      Xavier se pasó una mano por el pelo mientras pensaba que Allegra era igual que su madre, igual que la exmujer de Guy.

      –¿Se puede saber qué os pasa? Si no tenéis el cien por cien de la atención de un hombre, todo os parece mal.

      –Yo no pedía el cien por cien de tu atención. Solo pedía un poco –declaró ella, con los brazos en jarras–. Pero tú no podías ser razonable.

      –¿Razonable? ¿Y eso lo dice la mujer que me abandonó?

      –No me dejaste más opción. Me cansé de perseguirte como si fuera un perrito… Sí, claro que te abandoné. ¿Qué esperabas? ¿Qué siguiera ejerciendo de mascota obediente hasta que tú me abandonaras a mí?

      –No, solo esperaba que confiaras en mí. Pero no confiaste –Xavier se levantó de la silla–. Y ahora, discúlpame. Tengo cosas que hacer.

      –¿Qué cosas? ¿Huir de la verdad?

      Él sacudió la cabeza.

      –No. Alejarme de ti un rato, para que no digamos cosas de las que más tarde nos podríamos arrepentir –contestó–. Lo que ha pasado hace un momento ha sido un error. Asumo toda la responsabilidad y, por supuesto, te aseguro que no volverá a suceder. Pero si quieres trabajar en los viñedos, será mejor que dejes de coquetear conmigo y te concentres en las catas, en tus notas y en las etiquetas de los vinos.

      Ella se puso roja como un tomate.

      –Yo no estaba coqueteando.

      Xavier prefirió no discutir con ella.

      –Me voy a trabajar. En cuanto a ti, haz lo que te parezca mejor.

      Él pasó a su lado con mucho cuidado de no rozarla y salió del despacho.

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