adelante, estos conceptos se correponden con las ideas de la empatía mayor de las mujeres y el pensamiento más bien sistematizado de los varones enunciadas por Baron-Cohen.
Vayamos a examinar ahora qué elementos del cuadro clínico son considerados en la actualidad como valederos. En primer lugar, podemos mencionar las dificultades de la interacción social y la tendencia al aislamiento; Asperger se refiere a estos aspectos de la siguiente manera:
“su trastorno fundamental radica en una limitación del contacto personal para con las cosas y las personas (…). Tales niños permanecen sentados, absortos en su juego o en su ocupación, lejos en un rincón; o también en medio de ruidosos y alegres hermanos o compañeros, pero completamente aislados, como cuerpos extraños, ajenos a todos los ruidos y a todo movimiento, encerrados en lo que están haciendo, rechazan cualquier solicitación del exterior, y se muestran muy enojados e irritados si se les interrumpe”.
Esta dificultad social también se muestra en las actitudes corporales y la expresión gestual:
“Jamás faltan las irregularidades en la mirada, y no es de extrañar que la perturbación del contacto se manifieste principalmente en ella, puesto que es ésta la que, en primer lugar y antes que cualquier otro fenómeno mímico, lo establece. (…) No se encuentran las miradas, dejándose de establecer así la unidad de contacto del diálogo (…). Completa este cuadro la pobreza del niño en mímica y ademanes (…). En la conversación, su rostro es frecuentemente inexpresivo y hueco, haciendo juego con la mirada ausente y abstraída”.
Sin embargo, el autor afirma que estas dificultades de manejo social no impiden que tengan conciencia de sus sentimientos y de las actitudes de otros:
“…una peculiar introspección y un seguro juicio crítico sobre los demás (…) poseen una aguda penetración para notar las anomalías de otros niños, pudiendo afirmarse que, por muy anormales que sean ellos mismos, son verdaderamente hipersensibles para aquéllas”.
A esta contradicción entre las dificultades de relacionarse y la capacidad de observación, la resuelve con la siguiente reflexión:
“El reforzado distanciamiento personal y las perturbaciones de las reacciones afectivo-instintivas que caracterizan a los autísticos, constituyen en cierto sentido la condición previa de una buena comprensión conceptual del mundo (…), de ahí que hablemos de una clarividencia psicopática”.
También podemos considerar como manifestación de la incomprensión de los códigos sociales, o como síntoma de las dificultades de decodificación lingüística, la cual es realizada con extrema literalidad, sus observaciones acerca del humor:
“Otro rasgo típico es su falta de humor. No entienden las bromas, y mucho menos si van dirigidas contra su persona”.
Sin embargo, estas observaciones se contradicen de alguna manera con la posibilidad de que estos pacientes se burlen de otros, situación que nosotros no hemos observado a menudo. Así, Asperger escribe:
“Son originales en los chistes, comenzando por la deformación de las palabras, con efectos a base de su sonoridad, y acabando con expresiones de mucha agudeza y verdadera gracia”.
Vayamos ahora a citar las consideraciones de Asperger con respecto al lenguaje, otro síntoma clave del diagnóstico del síndrome. En cuanto a sus primeras etapas, el autor las describe no solo como sin alteraciones, sino también como precoces:
“…[Es notable que] la formación del lenguaje haya comenzado muy pronto, a veces mucho antes de que el sujeto ha empezado a andar; con gran rapidez se ha constituido un lenguaje de sorprendente perfección, tanto en lo que toca a la gramática como al vocabulario”.
Esta indemnidad del lenguaje temprano, criterio tomado por el DSM-IV y otras clasificaciones, comenzó desde hace un tiempo a ser cuestionado por distintos autores, a los cuales adherimos, que observan en sus pacientes dificultades tempranas del mismo que no alcanzan para invalidar el diagnóstico de síndrome de Asperger.
Asperger describe distintas modalidades de afectación de la vertiente expresiva del lenguaje en sus pacientes, pero fija como denominador común lo extraño del mismo y su falta de intención comunicativa real:
“La característica común en todos los casos es que la dicción produce al interlocutor común la impresión de esta falta de naturalidad, de algo que no es normal, de caricatura que provoca la burla (…). No parece dirigirse a alguien, sino proyectarse al espacio, tal como la mirada no se fija la mayor parte de las veces en el interlocutor, sino que vaga a su alrededor”.
Por otro lado, también llama la atención sobre la tendencia a monólogos interminables y fuera de contexto:
“Van soltando todo aquello que tiene importancia para ellos en aquel instante”.
También las dificultades motoras, hoy tomadas como un marcador necesario del cuadro, fueron descriptas por Asperger:
“El comportamiento motor se revela casi siempre perturbado en grado sumo, de suerte que en muchos casos se puede hablar de verdadera apraxia (…). No poseen el esquema somático (…), no saben situar su cuerpo en el espacio”.
El trastorno motor no solo lo describe en su torpeza que interfiere con hábitos cotidianos prácticos, sino que comprende también la presencia de actos estereotipados y aparentemente sin sentido: “las ocupaciones de los niños autísticos, especialmente de los párvulos, se reducen a menudo a manipulaciones estereotipadas”. Frente a quienes hoy plantean que estas actividades reiterativas solo se presentan en el trastorno autista, Asperger ya los refería en sus pacientes, aunque observaba que pueden atenuarse con el crecimiento, y también relataba que estos movimientos repetitivos y sin sentido aparente son parte de todo un comportamiento estereotipado y rígido, con aferramiento a ciertas rutinas:
“…llegan incluso a inventar costumbres que se fijan en ellos compulsivamente. Hay que darse cuenta sobre todo que se trata de un comportamiento estereotipado”.
Veamos ahora sus observaciones sobre la relación peculiar de sus pacientes con los objetos:
“No muestran interés por los juguetes, o bien se manifiestan anormalmente vinculados a determinadas cosas (…). Con frecuencia las relaciones de estos niños con los objetos se reducen a coleccionarlos (…). Se amontonan determinados objetos, no para hacer algo o jugar o formar figuras con ellos, sino únicamente para saberse su dueño y señor”.
Probablemente no sea tan simple la interpretación de esta compulsión a coleccionar objetos, pero lo que sí es cierto es que se hace más selectiva con el tiempo, como el mismo Asperger lo menciona:
“Andando los años, tal pasión coleccionista se hace más interesante y razonable”.
Con respecto a la inteligencia, Asperger llama la atención, aparte de su nivel, sobre la peculiaridad de la misma y su tendencia a enfocarse sólo en determinados temas que los atrapa obsesivamente:
“Los niños autísticos se distinguen por enfocar los objetos y sucesos del mundo circundante desde un punto de vista nuevo, haciendo caso omiso de la enseñanza recibida y siguiendo su propia interpretación creadora. Su actitud mental resulta a veces de una madurez sorprendente, y los problemas que se plantean suelen rebasar los límites ordinarios de los niños de su misma edad (…). Pero esta capacidad de observación original y esta atención despierta no se extienden a todos los objetos del mundo circundante, sino que se circunscriben casi siempre a un interés singular, aislado y bien delimitado, que alcanza un desmesurado desarrollo”.
También hace mención del síntoma de la hiperlexia: “algunos incluso aprenden a leer antes de ir a la escuela”.
Algunas consideraciones de Asperger acerca de los afectos de los niños que hoy se encuadran en el síndrome pueden aceptarse a la luz de las lecturas actuales; otras, como veremos más adelante, son discutibles. Por empezar, el mismo autor marca la complejidad del problema: “el problema de los mecanismos afectivos de estos niños resulta muy complejo”, y recalca las contradicciones: “más bien son cualitativamente singulares, más bien carecen de armonía, tanto en sus