a) Variaciones conceptuales acerca del planeamiento
Nada nuevo estamos descubriendo con esta obra acerca del planeamiento, pero sí poniendo en valor un proceso que forma parte de la naturaleza misma de los fenómenos organizativos. No solo desde el punto de vista de que constituye una necesidad, con independencia de cómo se lo formule, sino más bien con la intención de posicionar el proceso de planeamiento como un desafío y un instrumento para la sustentabilidad del fenómeno.
Se desarrollará una descripción temporal acerca del siglo XX y las apreciaciones para el siglo XXI, teniendo en cuenta la realidad contemporánea signada por la complejidad, la turbulencia, la incertidumbre y los éxitos y fracasos en el mundo organizacional.
Los fenómenos como la globalización, los cambios incesantes e imprevistos, los conflictos sociales en gran escala, el predominio de ideologías, la concentración del capital, la subordinación de la política a la economía, la prevalencia del mercado, el tamaño de las empresas y su influencia en las decisiones de las personas en la vida cotidiana, la necesidad de reconstrucción de los Estados nacionales, entre otros aspectos, representan los puntos de partida, al menos enunciativos, que recrean la validez del planeamiento como un instrumento útil para transformar objetivos en resultados en pos de acercarse a la visión de la organización.
No es la intención dilucidar acerca del sí o no del planeamiento, sino más bien indagar acerca de por qué y cómo hacerlo para que resulte exitoso. Pues el camino que ha recorrido el concepto produjo frustraciones vinculadas a la naturaleza indomable de la realidad, en algunos casos; y en otros a los análisis parciales o intencionados acerca de las prospectivas. En este marco, es de tener en cuenta que la realidad constituye una construcción, conforme distintas percepciones de quien la describe, o simplemente la contempla.
Del mismo modo, no se puede dejar de mencionar cierta parcialidad ideológica, al relacionarlo con enfoques estatistas y limitadores de la actividad privada.
El siglo XX, a grandes rasgos, se ha identificado por acontecimientos de ruptura, de “barajar y dar de nuevo”, donde cada etapa significaba que se instalaba una nueva cosmovisión del mundo. A partir de allí, las organizaciones modificaban su estructura en función de la percepción del contexto para proteger la identidad, como instinto de preservación del fenómeno.
Ya sea que se trate de los avances científicos o tecnológicos, de conflictos bélicos, de los cambios de paradigmas en el pensamiento y la acción, de la metamorfosis del poder y de la alteración de los roles institucionales u organizacionales, el siglo XX resulta central para producir el marco necesario de análisis que hace al objetivo de la obra.
La Primera y Segunda Guerra Mundial, en medio de ambas, el crack de 1929 en la principal economía del mundo (EE.UU.) y la Revolución Rusa de 1917 son al menos cuatro hitos que marcan la primera mitad del siglo XX.
Corrían los años cincuenta y los Estados Unidos vivían la fiebre de su hegemonía recién estrenada; producto natural de los períodos de posguerra. Eran los nuevos dueños del mundo. Tenían la bomba atómica y disponían de los primeros plaguicidas realmente eficaces de toda la historia. Nacía la revolución verde, con cultivos más productivos, y parecía libre de males. Por ello, las advertencias de Rachel Carson, bióloga del United States Fish and Wildlife Service, fueron recibidas con desprecio e irritación. El progreso no podía objetarse. En 1962 Carson publicó Silent Spring, un título poético para un libro dramático. De no pararse aquella diseminación irresponsable de productos tóxicos, auguraba un futuro desolado, sin cantos de pájaros ni chirridos de insectos: el silencio de la muerte. Y eso que ni siquiera imaginaba los accidentes nucleares, la crisis energética, la contaminación atmosférica o el cambio climático. Por desgracia, pues, Carson tenía más razón de la que creía. Con sus escritos, había nacido el ambientalismo, padre del ecologismo, abuelo de la sustentabilidad.
Sobreviven, con diferentes resultados, los modelos de economías centralizadas, con planificación estatal; los países del este de Europa, con modelos más proclives a las economías de mercado. En este caso, se abren al menos dos orientaciones: el denominado sistema anglosajón, Reino Unido y EE.UU.; y los de Alemania y Francia, que instalan el concepto de Estado de Bienestar, con cierta prevalencia del Estado en el aseguramiento de las necesidades básicas de los ciudadanos en cuanto salud, educación, seguridad social y empleo.
En las economías centralizadas donde el Estado tiene gran influencia en los destinos de la sociedad, concentra la planificación en lo esencialmente público, en el sentido de lo clásico: relaciones exteriores, defensa, educación, salud, etc., y marca una fuerte influencia en la actividad privada, ya sea regulando o realizando efectivamente la actividad, operando la organización, en un hospital o en una fábrica de calzado.
Se infiere que los procesos de planificación existen “per se”, en términos de una condición natural, que requiere orientar actividades hacia objetivos preestablecidos.
Las empresas y otras organizaciones funcionan dentro de un espacio geográfico (localización) y, por supuesto, el Estado es siempre un actor social y económico de relevancia.
Ello produce una dicotomía: la empresa con intereses propios y el Estado con intereses para todos. De allí que la discusión refiere a cuánto Estado y a cuánto mercado se requiere en una sociedad para que la gente pueda vivir dignamente.
Este arbitraje es pendular y no está resuelto, en el sentido de que constituye un juego de poder. Hay quienes pugnan por más Estado y quienes lo hacen por un mercado mayor.
Es posible que, dentro de los países nórdicos de Europa, el caso de Noruega constituya un ejemplo de país donde los ciudadanos piden “más Estado”, pues la institución está reconocida como eficiente, transparente, y donde hay exaltación de los valores éticos, una escasa desigualdad, y está mal visto “ganar mucho dinero”. Los valores constituyen una fortaleza por excelencia, pues refieren a lo irrenunciable.
Los modelos enunciados tienen fuerte injerencia en la planificación. En un caso, desde el Estado, en el otro desde el mercado; y en este último, la empresa es el actor por excelencia.
No existe todo Estado, ni todo mercado, pero sí la prevalencia de uno u otro según el espacio geográfico (naciones).
En la segunda mitad del siglo XX, nuevos acontecimientos marcarán la prevalencia de uno u otro (Estado, mercado).
La crisis del petróleo (quintuplicación de los precios y creación de la OPEP) en los 70, la caída del muro de Berlín hacia fines de los 80, la revolución conservadora encabezada por EE.UU. (Ronald Reagan) e Inglaterra (Margaret Thatcher), la instalación de un marco ideológico identificado como el Consenso de Washington y la revolución de las tecnologías de la información y la comunicación, instalarán un nuevo mundo, con el cual se abre el siglo XXI.
Su influencia sobre los procesos de planeamiento resultará sustantiva para modelar el funcionamiento de las sociedades.
A partir de los 80, la concepción ideológica identificada como “neoliberalismo” minimizará al Estado y exaltará al mercado. En este, insistimos, la empresa se transforma en el actor dominante, adquiriendo, a través de la concentración económica, un enorme poder que supera al de los Estados nacionales, subordinándolos.
La idea de la globalización, en este marco, se concibe como la unicidad del mundo (el fin de la historia, lo denominó Francis Fukuyama); el mercado es el planeta y las empresas van por él.
Esta breve evolución de la sociedad eclosiona, estalla, en la primera década del siglo XXI (2008), cuando se derrumba Wall Street y arrastra al mundo a la crisis más profunda de la historia contemporánea.
En 2012, Europa está en el centro del escenario mundial, y los términos ajuste, rescate, desempleo, equilibrio fiscal, suicidios y las consecuencias sociales cotidianas, emergen poniendo a la luz los fracasos de la economía financiera.
El proceso de planeamiento (de la empresa o en la empresa), que evolucionó a lo largo del siglo XX, refería a la planificación funcional, conforme a la naturaleza diferenciada de