H.P. Lovecraft

El Necronomicón


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aprendí los nombres y propiedades de todos los demonios, diablos, espíritus malignos y monstruos apuntados en este Libro de la Tierra Negra. Aprendí los poderes de los dioses astrales y cómo solicitar su ayuda en épocas de necesidad. También descubrí a los pavorosos seres que moran más allá de los espíritus astrales, que vigilan la entrada al Templo del Perdido, del de los días antiguos, del antiguo de los antiguos, cuyo nombre no puedo escribir aquí.

      En las ceremonias solitarias que realicé en las colinas, adorando con fuego y espada, con agua y daga, y con la ayuda de la extraña hierba que crece en ciertas partes del Masshu, con la cual, inadvertidamente, había encendido la hoguera al lado de la roca, esa hierba que le otorga a la mente un gran poder para viajar tremendas distancias en los cielos, lo mismo que en los infiernos, recibí las fórmulas para los amuletos y talismanes que se detallan más adelante y que le proporcionan al sacerdote un pasaje seguro entre las esferas por donde tal vez viaje en busca de la sabiduría.

      Pero ahora, transcurridas mil y una lunas del peregrinar, el Maskim mordisquea mis talones, el Rabishu tira de mi pelo, Lammashta abre sus temibles fauces, Azag-Thoth se regocija malignamente en su trono, Cthulhu alza la cabeza y observa a través de los velos de la hundida Varloorni del Abismo, y clava sus ojos en mí; razón por la que debo apresurarme a escribir este libro en caso de que mi final llegue antes de lo que había preparado. En verdad, da la impresión de que hubiera fracasado en algunos aspectos concernientes al orden de los ritos, de las fórmulas o los sacrificios, porque ahora parece como si todas las huestes de Ereshkigal estuvieran esperando, soñando, babeando por mi partida. Ruego a los dioses que pueda salvarme y no perezca igual que el sacerdote Abdul Ben-Martu, en Jerusalén (¡qué los dioses recuerden y se apiaden de él!). Mi destino ya no está escrito en las estrellas, porque he roto la alianza caldea al buscar el poder sobre los zonei. He pisado la luna y ésta ya no ejerce poder sobre mí. Las líneas de mi vida han sido borradas por mi vagar en el yermo, encima de las letras escritas en los cielos por los dioses. Incluso ahora puedo oír a los lobos aullando en las montañas, tal como lo hicieran en aquella fatídica noche; invocan mi nombre y los nombres de los otros. Temo por mi carne, pero todavía más por mi espíritu.

      Recuerden siempre, en cada momento vacío, invocar a los dioses para que no los olviden, porque son desmemoriados y se encuentran muy lejos. Que sus fogatas brillen altas en las colinas, y en los techos de los templos y en las cimas de las pirámides, para que puedan verlas y recordar.

      Recuerden siempre copiar cada fórmula tal como yo la he escrito y no cambiar ni una sola línea o punto, nada, para que no pierda su valor o algo peor: porque una línea quebrada le proporciona los medios de entrada a aquellos del exterior, porque una estrella rota es el pórtico de Ganzir, el pórtico de la muerte, el pórtico de las sombras y de las conchas. Reciten los encantamientos tal como se transcriben y prescriben aquí. Preparen los rituales sin ningún fallo y ofrezcan los sacrificios en los lugares y momentos adecuados.

      ¡Que los dioses se apiaden de ustedes!

      ¡Que puedan escapar de las fauces del Maskim y vencer el poder de los antiguos!

      ¡Y QUE LOS DIOSES LES CONCEDAN LA MUERTE ANTES DE QUE LOS ANTIGUOS GOBIERNEN DE NUEVO LA TIERRA!

      ¡KAKAMMU! ¡SELAH!

      Acerca de los Zonei y sus atributos

      Los dioses de las estrellas son siete. Tienen siete sellos, los cuales pueden usarse uno a la vez. La aproximación a ellos se realiza a través de siete pórticos, los cuales pueden usarse uno a la vez. Poseen siete colores, siete esencias materiales, y cada uno un escalón separado en la escalera de luces. Los caldeos tenían un conocimiento imperfecto de éstos, aunque comprendían la escalera y algunas de las fórmulas. Sin embargo, no disponían de las fórmulas para atravesar los pórticos, con la excepción de una, sobre la cual está prohibido hablar.

      El paso por el pórtico le brinda al sacerdote el poder y la sabiduría para utilizarla. Queda capacitado para controlar los asuntos de su vida de manera más perfecta que antes; muchos se han contentado sólo con atravesar los tres primeros pórticos y, luego, detenerse y cesar el avance, disfrutando de los beneficios que encontraron en las esferas preliminares. Pero esto es algo maligno, ya que no están equipados para repeler el ataque del exterior que provoca tal proceder, y su pueblo llorará por su seguridad, que jamás hará acto de presencia. Por lo tanto, sitúen su cara en dirección al objetivo final y esfuérzence por avanzar hacia las estrellas más lejanas, aunque ello signifique su propia muerte; porque esa muerte será un sacrificio a los dioses, para que éstos, complacidos, no olviden a su pueblo.

      Entonces, los zonei y sus atributos son los siguientes:

      El dios de la luna es el dios Nanna. Es el padre de los zonei y el más antiguo de los peregrinos. Luce una barba larga y porta una vara de lapislázuli en la mano; posee el secreto de las mareas de sangre. Su color es plata. Su esencia se encuentra en la plata y en el alcanfor, donde está el signo de la luna. A veces se le llama Sin. Su pórtico es el primero que deberán atravesar en los rituales que se detallan a continuación. Su escalón en la escalera de luces también es de color plata.

      Éste es el sello que deberán grabar en su metal en el décimo tercer día de la luna en el que se encuentren trabajando, sin que haya nadie que sea testigo de sus actos. Al acabar deberán envolverlo en un cuadrado de la más fina seda y dejarlo reposar hasta el momento en que deseen utilizarlo; entonces, sólo deberán sacarlo cuando el sol se haya puesto. Ningún rayo de sol ha de posarse sobre el sello, si no quieren que quede anulado y se vean obligados a producir uno nuevo.

      El número de Nanna es el treinta, y éste es su sello:

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      El dios de Mercurio es Nebo. Se trata de un espíritu muy viejo con una larga barba. Es el guardián de los dioses y del conocimiento de la ciencia. Lleva una corona de cien cuernos y la túnica larga del sacerdote. Su color es el azul. Su esencia radica en aquel metal conocido como mercurio, y a veces también se le encuentra en la arena y en todas las cosas que exhibe el signo de Mercurio.

      Su pórtico es el segundo que deberán atravesar en los rituales que se detallan a continuación. Su escalón en la escalera de luces es de color azul.

      Éste es su sello, que deberán escribir en un pergamino en perfecto estado o en la ancha hoja de una palmera, sin que nadie sea testigo de su acto. Al acabar deberán envolverlo en un cuadrado de la más fina seda y dejarlo reposar hasta el momento que deseen utilizarlo; entonces, sólo deberán sacarlo cuando su luz se encuentre en el cielo. También ése es el mejor momento para fabricarlo.

      El número de Nebo es el doce, y éste es su sello:

      [no image in epub file]

      La diosa de Venus es la más excelsa reina Inanna, llamada por los babilonios Ishtar. Es la diosa de la pasión, tanto del amor como de la guerra, dependiendo de su signo y del momento de su aparición en los cielos. Su porte es el de una dama muy hermosa acompañada de leones, y comparte una sutil naturaleza astral con el dios de la luna, Nanna. Cuando están de acuerdo, esto es, cuando sus dos planetas se encuentran situados de manera propicia en los cielos, son como dos copas de ofrendas derramadas con generosidad en los cielos que caen sobre la tierra como una lluvia del dulce vino de los dioses. Entonces surge una gran felicidad y júbilo. A veces aparece enfundada en armadura, y así es una excelente guardiana contra las maquinaciones de su hermana, la terrible reina Ereshkigal, de Kur. Con el nombre y el número de Inanna, ningún sacerdote ha de temer caminar por las máximas profundidades del mundo subterráneo, porque al ir pertrechado con su armadura es como la propia diosa. De ese modo fue como yo descendí a los horribles abismos que están con las fauces abiertas bajo la corteza de la tierra, dominando a los demonios.

      De manera similar, es la diosa del amor, y le concede una prometida favorable a cualquier hombre que lo desee y que realice el sacrificio adecuado. Pero sepan que Inanna toma a los suyos para ella, y una vez elegido, ningún hombre podrá tener otra prometida.

      Su color es el blanco más puro. Su manifestación se produce en el cobre y en las flores más