En efecto, son tantas las variables que intervienen en la dinámica empresa-familia, que se puede decir que hay ciertos rasgos comunes, pero nunca serán exactamente iguales y esto es cierto también respecto a la propia familia empresaria.
Con el paso del tiempo, además, internamente sufren cambios importantes, sobre todo en las transiciones generacionales. No es lo mismo hablar de una empresa familiar de primera generación a una de segunda generación. En el primer caso, la familia tiene que afrontar el problema de la salida del fundador, la herencia y todo lo relacionado con la sucesión y el cambio de liderazgo. En el segundo caso, el accionariado adopta la forma de una sociedad de hermanos, en donde la mayor preocupación es mantener el trabajo en equipo y la armonía familiar. Por otro lado, en una empresa de tercera generación, donde se habla de un consorcio de primos o dinastía familiar, las preocupaciones están en el reparto de la propiedad, ya que existen diferentes tipos de accionistas pertenecientes a varias familias, y el manejo de visiones, intereses y necesidades es complejo, tal como indican Maseda, Arosa e Iturralde (2008).
La empresa familiar se puede conceptualizar desde varias perspectivas; una de ellas está basada en las relaciones que la familia tiene respecto a la propiedad, el gobierno, la gestión y los cambios en la posición de máxima responsabilidad en la empresa. Si bien se pueden analizar en una misma categoría, la forma en que la familia influye y se relaciona tiene muchos matices y formas de impactar en la empresa, por lo que su estudio resulta mucho más rico y complejo.
EL IMPACTO DE LA FAMILIA EN LA EMPRESA
Una pregunta que suele hacerse sobre este tipo de organizaciones es: ¿qué le añade una familia dueña a su negocio? Las respuestas pueden ser múltiples y variadas, pero hay aspectos positivos o ventajas competitivas que una empresa familiar puede tener respecto a una empresa no familiar. Gómez-Betancourt (2005) señala que en estas organizaciones se cuidan más los activos, a los clientes y a su gente; se intenta reducir los costos y hay una gestión más eficaz; los dueños, como directores generales, tienen una mayor dedicación y compromiso con sus empresas que contagia a todos los empleados y directivos, creando un gran sentido de pertenencia.
En este sentido, Ward (2004) añade que tienen una visión de largo plazo sobre sus objetivos e inversiones; crecen de forma estable y sostenida; por el hecho de ser una familia la propietaria de la empresa se crea mayor confianza; pueden tomar decisiones con mayor agilidad y tienen mayores posibilidades de invertir en las personas, en comparación con empresas no familiares.
Lo anterior deriva en mejores desempeños. Gómez-Betancourt, López, Betancourt y Millán (2012) han comprobado que los rendimientos de empresas familiares que cotizan en distintas bolsas de valores en el mundo tienen mayor rentabilidad comparadas con empresas no familiares. La familia inyecta una fuerza y dinamismo a las empresas que ninguna técnica motivacional, por más sofisticada que sea, puede replicar al momento de impulsar a la organización a lograr metas cada vez más elevadas.
En este sentido, Gersick, Davis, Hampton y Lansberg (1997) afirman que “cuando los directivos familiares están trabajando bien, pueden lograr un nivel de compromiso, capacidad de acción, y un amor por la empresa, que las empresas no familiares anhelan, pero rara vez alcanzan” y para que esto ocurra, la familia-empresaria debe funcionar de forma armónica y unida, a fin de alcanzar intereses comunes, desarrollar una buena comunicación y simplificar de manera importante la marcha del negocio, como señala Gallo (2004).
El punto medular es que, si se da lo contrario, esto es, si la familia empresaria está desunida y en constantes pugnas dentro y fuera de la empresa, terminará afectándola. “Siempre está presente el peligro de que los miembros de la familia pongan más atención a sus intereses y necesidades personales que a los de la empresa. Hay el riesgo de nombrar malos directivos por sus lazos de sangre y conexiones familiares en lugar de hacerlo por criterios de competencia profesional. Está también el riesgo de que los celos y los antagonis-mos envenenen el pozo del que todo el mundo saca su agua”, enfatizan Gordon y Nicholson (2008). Una familia disfuncional llevará, tarde o temprano, a la empresa a su quiebra o desaparición. Además, es muy probable que la familia también termine destruida. “Cuando se está trabajando mal, las familias pueden crear niveles de tensión, de ira, de confusión y de desesperación que destruyen los buenos negocios y a las familias saludables increíblemente rápido”, como Gersick, Davis, Hampton y Lansberg (1997) destacan.
La cuestión de fondo es que las empresas familiares no son ajenas a la dinámica de las familias que son sus propietarias, ya que como Leach (2007) apunta, “el conflicto surge de la superposición de los sistemas familiar y empresarial, que no se puede evitar por completo”. Por tanto, solo hay dos opciones para este tipo de organizaciones: funcionan de forma extraordinaria y se vuelven sumamente exitosas, o terminan desapareciendo, no por el entorno o la competencia, sino por los problemas generados en la familia que se proyectan al interior de la empresa.
LA EMPRESA FAMILIAR EN EL TIEMPO
Es interesante reflexionar sobre los orígenes de la empresa familiar y remontarse a los primeros momentos de su existencia. Si nos apegamos a la etimología de la palabra economía, vemos que proviene del latín oeconomus, y esta del griego oikonomos, que significa administración del hogar: oikos significa hogar y némein, administración. Esto se refiere a que un jefe de familia (sea padre, madre o ambos) es administrador y responsable de la economía familiar.
Desde la Grecia antigua, Aristóteles se preocupaba de la dinámica donde una familia o núcleo de familia producía una serie de bienes con la idea de intercambiarlos con otras y establecer un primer sistema económico netamente basado en la producción familiar de bienes o servicios. En esas épocas era muy común que las familias contaran con un grupo de esclavos a su servicio y, por tanto, pudieran trabajar en la finca o taller de la familia. Al ver la evolución de la humani-dad y tomando como base las estadísticas antes citadas, puede verse cómo la base del funcionamiento de toda economía ha estado y está en las empresas familiares.
Más adelante en la historia, en la Europa Occidental de los años 1,300 a 1,500 D.C., la vida en las ciudades medievales tenía un sistema patriarcal en todos los estratos sociales. El deber del marido era gobernar el hogar; algunos pertenecientes a una élite, participaban en las decisiones de los reinos o regiones donde vivían. La organización de la producción se articulaba a través de gremios. El comercio a grandes distancias tuvo un importante desarrollo y surgió un nuevo sistema de intercambio, donde empezaron a crearse medios de pago, seguros y fianzas, así como figuras jurídicas como la sociedad anónima, para hacer que esos intercambios fueran posibles y rentables. Nace así la figura del empresario.
Es interesante ver cómo en la Europa de esas épocas existían familias muy importantes que dominaban industrias completas, como los Médici, familia de comerciantes y banqueros de Florencia que llegaron a gobernar la Toscana y a ejercer una influencia considerable sobre la política italiana durante cuatro siglos. Representantes de la burguesía ascendente en las ciudades del norte de Italia, en la época de expansión del capitalismo mercantil y financiero, dejaron su impronta en el arte del Renacimiento ejerciendo abundantemente el mecenazgo.
Un sistema que se desarrolló en esas épocas, y que tiene todavía cierta influencia, fue el sistema del mayorazgo. Éste constituía un marco legal por el cual el varón de mayor edad tenía derecho a recibir la totalidad de los bienes del padre, cuando este muriera. En España, las leyes sobre este sistema para heredar son de épocas medievales, cuando se supone que fueron escritas por primera vez, y perduraron hasta su renovación en el siglo XIX. Además de incluir la primogenitura o herencia para perpetuar en la familia la propiedad de ciertos bienes, el mayorazgo tenía por objeto evitar que los sucesores de familias nobles contrajeran matrimonio con personas de sangre impura, innoble o baja.
La Revolución industrial surgió en Gran Bretaña en el siglo XVIII provocando cambios sociales y económicos en todo el Occidente. Se dio inicio a un crecimiento económico nuevo y autosostenido, desconocido hasta ese momento. La causa más importante para el desarrollo de la Revolución industrial fue, sin duda, la innovación técnica constante, con la aparición de máquinas de vapor, el telar mecánico y las máquinas de hilar, por citar los más relevantes. Las dueñas de los medios de producción fueron, otra vez, unas pocas familias que