sociales, económicas, entre otras. Además, existen nexos entre las ciencias veterinarias y las ciencias biológicas, médicas y ambientales, donde las primeras tienen elementos transversales de las segundas, por lo que hay una profunda orientación científica en el desarrollo del conocimiento veterinario, sin desconocer la importancia de las perspectivas sociales y económicas, por su inherente espacio en la producción y sostenibilidad de sectores como el agropecuario.
En los inicios de la educación veterinaria tuvo gran influencia el pensamiento ilustrado del siglo XVIII, por el ya nombrado arraigo científico y por las bases fundamentales producto de la experiencia acumulada de quienes siglos atrás se dedicaron al cuidado de los animales (Camacho,2007), para posteriormente involucrarse en actividades económicas, producto de los desarrollos e innovaciones que para entonces impactaron el modo de vivir y producir de los pobladores rurales del viejo continente.
La escuela veterinaria en Europa
Quienes se ocupaban de la salud, se enfrentaban a retos y situaciones que debían solucionar oportunamente. Por ejemplo, el veterinario suizo Jacob Nufer realizó en una mujer la primera operación cesárea lograda (Graham, 1951, citado por Schwabe, 1968; Reyes et ál., 2004). Por tanto, cuando en la segunda mitad del siglo XVIII se establecieron en Francia las primeras escuelas de veterinaria, se impartieron cursos de entrenamiento en la atención de partos, fracturas y heridas en humanos. Adicionalmente, se instruía a los estudiantes de veterinaria sobre las enfermedades del ojo humano y sobre la forma de certificar los decesos de las personas, ya que se carecía con frecuencia de una atención médica conveniente en las zonas rurales (Schwabe, 1968; Reyes et ál., 2004).
El primer centro francés recuperó el término veterinaria, utilizado por primera vez por “Columela" (Lucius Julius Moderatus), en su obra Res Rustica, durante el siglo I d.C., que había entrado en desuso durante la Edad Media. Europa en el siglo XVII era predominantemente agrícola; las áreas urbanas aumentaban y la industria comenzaba a emerger. El constante crecimiento de la población exigía mucho de la agricultura y la ganadería (esta afectada por graves enfermedades), mientras que las necesidades de las guerras (entre ellas la de los Treinta Años) cargaban de impuestos a la incipiente industria que cada vez acumulaba más fuerza de trabajo, con lo cual las urbes incrementaban la demanda de alimentos. En lo artístico, es el siglo de Cervantes, Velásquez y Rembrandt; en el campo científico, de Descartes, Kepler, Galileo, Neper, Leibnitz y Newton.
Durante el siglo XVII, en los países europeos, el sector agropecuario representaba la fuente principal de riqueza y de empleo. En Rusia, las familias campesinas eran nueve de cada diez; en Francia, ocho de cada diez, y en Prusia y Polonia, más de siete de cada diez. La preponderancia de la agricultura y la ganadería era un factor común, pero eran diversos los tipos y métodos de cultivo y de manejo animal; los canales de mercado, el sistema de propiedad y la situación social del campesinado. En los siglos XVII y XVIII, las enfermedades del ganado bovino se presentaron con inusitada intensidad. En 1609, la peste bovina se extendió por todos los países de Europa central (Spinage, 2003). Los agricultores y ganaderos alzaron sus voces de protesta ante la devastación. Los años 1625 y 1645 fueron difíciles; no había animales para el trabajo del campo, el transporte o la alimentación (Reyes et ál., 2004).
En 1682 y 1683 la fiebre aftosa (glosopeda) afectó la ganadería (bovina, porcina, ovina y caprina) de Francia, Suiza, Alemania y Polonia; tanto la población rural como la urbana sintieron los rigores de la falta de alimentos (carne y leche) para el consumo. Por la viruela de los ovinos, Italia perdía más de tres millones de cabezas y Francia y Bélgica diez millones de animales (Wilkinson, 1992; Reyes et ál., 2004). En 1721, la peste bovina afectó de nuevo a Europa; en esta ocasión Lansici, el médico del papa Clemente IV, fue consultado para adoptar medidas que protegieran a la Iglesia y redactó su tratado de profilaxis, legando a la posteridad uno de los instrumentos más preciosos de la higiene y la salud animal (Reyes et ál., 2004).
Tanto médicos como veterinarios constataron que la salud humana como la animal proporcionaba tal complejidad, que ameritaba estudios individuales. Sin embargo, en esa época se reunían para aprender, estudiar y pensar en asuntos comunes. Podemos preguntar entonces, ¿qué ha sucedido para que la salud humana y la salud animal estén ahora tan distantes? De cualquier manera, las primeras escuelas abiertas en Francia y las que le siguieron en toda Europa deben su existencia a un complejo grupo de circunstancias, no solamente filosóficas y médicas, sino principalmente económicas que generaban un sentir común en todos los pueblos, proveniente de las grandes pérdidas sufridas por las guerras, los destrozos de la peste bovina y la creciente demanda por alimentos (Wilkinson, 1992).
El 4 de agosto de 1761, un decreto del Consejo de Estado del Rey autorizó “abrir una Escuela en la que se enseñara públicamente los principios y métodos para curar las enfermedades de los animales" (Cordero del Campillo, 2003). La primera escuela veterinaria fue la de Lyon, fundada en febrero de 1761, durante el reinado de Luis XV. La segunda fue la de Alfort, en octubre de 1766.{3}
Claude Bourgelat, fundador de la Escuela de Lyon, abogado y destacado equitador, fue nombrado director de la Academia de Equitación en Lyon en 1740. Su extenso trabajo y cariño por los caballos le convencieron de la necesidad de una nueva profesión: la medicina veterinaria, para contar con profesionales que contribuyeran a la prevención y el control de los complejos problemas sanitarios de las especies animales. Hacia 1750, la década de la Enciclopedia, Bourgelat participó asiduamente en las actividades científicas que se emprendieron en Francia en la segunda mitad del siglo XVIII. Las publicaciones Nouveau traité de cavalerie y de Éléments d'hippiatrique, lo convirtieron en uno de los principales autores de su época, entre los que se destacaba por su metodología científica, adquirida durante su trabajo cooperativo con los cirujanos de Lyon, con quienes había estudiado la anatomía de los equinos (Reyes et ál., 2004).
Gracias a sus publicaciones, fue nombrado, en 1752, miembro correspondiente de la Academia de Ciencias de París. Diderot y d'Alembert le propusieron colaborar en la elaboración de la Enciclopedia (Diccionario Razonado de las Ciencias, las Artes y los Oficios, constaba de diecisiete volúmenes, editados en París entre 1751 y 1772) y redactar todos los “artículos relacionados con la doma de caballos, la herrería y las artes afines". Tras corregir los textos de los autores que le habían precedido, en 1755 entregó el primero de sus cerca de 250 artículos. Su obra le permitió establecer relaciones fuera de su círculo de amigos y colaboradores de Lyon; Malesherbes y Voltaire lo apoyaron en sus actividades universitarias.
En 1761, en la Francia de Luis XV, se quiso promover la prevención de las enfermedades del ganado, la protección de los pastos y la instrucción de los campesinos. La gestión de esta reforma agrícola propuso, entre otras cosas, crear otra escuela de veterinaria en Lyon y nombrar a Bourgelat director de esta. Dos años después, un real decreto nombraba a Bourgelat “Director e inspector general de la Escuela Veterinaria de Lyon y de todas las escuelas veterinarias creadas y por crear en el Reino" y más adelante, “Comisario general de las caballerizas del Reino".
El 4 de agosto de 1761, un decreto del Consejo de Estado del Rey autorizó a Bourgelat a “abrir una escuela en la que se enseñen públicamente los principios y métodos para curar las enfermedades de los animales". La Escuela abrió las puertas a sus primeros alumnos en febrero de 1762. El 3 de junio de 1764, otro decreto del Consejo de Estado del Rey confería a la Escuela de Lyon el título de Real Escuela de Veterinaria. Más tarde pasó a ser imperial y, finalmente, nacional.
En 1765, por orden de la corona, Bourgelat creó una escuela en París. La nueva escuela se instaló en Alfort; el arquitecto Soufflot se encargó de las obras de acondicionamiento. La escuela abrió sus puertas en octubre de 1766. Honoré Fragonard fue su primer director, mientras Bourgelat se desempeñaba como inspector general de las escuelas de veterinaria. En la Escuela de Alfort se impartían tres tipos de formación: la propia de los futuros veterinarios, la destinada a los inspectores de criaderos de caballos y una formación especial para veterinarios militares.
Los fundadores de las escuelas veterinarias de Europa se formaron en Lyon y en Alfort a finales del siglo XVIII. Unos eran franceses que