no se da de forma natural, sí es posible obtenerlo en condiciones artificiales —zoológico o laboratorio—. El tigre y la leona pueden cruzarse para obtener el tiglón, y el león y la tigresa dan lugar al ligre, cruces que demuestran que estas dos especies, si bien presentan diferencias externas visibles, poseen genomas bastante similares.
Cuando el nicho ecológico es muy variable, la población que lo ocupa, con el fin de lograr una mejor adaptación, se ve obligada a estar cambiando permanentemente, y de esa manera describe una trayectoria de persecución, carrera que puede conducirla muy rápidamente, por acumulación de pequeños cambios, a un extremo en el cual ya no es posible ningún cruce genético con la población original. A partir de ese momento, cada una de las familias comenzará a evolucionar independientemente, sin posibilidades de volverse a mezclar de manera natural. Anotemos que a veces los grupos de organismos siguen caminos tan divergentes que resulta difícil reconocer su antiguo parentesco.
Es posible imaginar otros mecanismos de especiación más rápidos y contundentes. Pueden darse, por ejemplo, variaciones en el número de cromosomas, por fisión o por fusión (se sospecha que el chimpancé y el hombre fueron separados por la fisión de dos cromosomas simiescos, para formar con ellos uno prehumano). En el fenómeno conocido con el nombre de poliploidía, dos o más juegos completos de cromosomas pasan al huevo fecundado y dan lugar en un solo paso evolutivo a un individuo con características nuevas. Asimismo, es posible introducir modificaciones significativas en los cromosomas por supresión o por adición de todo un segmento de adn, o por inversiones dentro de un cromosoma.
M. J. D. White, genetista australiano, ha dado a conocer una serie de casos de especiación por mutaciones cromosómicas dentro de los saltamontes ápteros del sur de Australia (Blanc, 1982). Todo parece indicar que se formaron siete especies y se aislaron reproductivamente en el interior del área de distribución, gracias a una barrera reproductiva provocada por las mismas mutaciones. Neil Todd cree que la escisión cariotípica, una forma especial de fisión cromosómica, ha participado en la evolución del perro a partir del zorro, del cerdo a partir del jabalí y de los monos antropomorfos a partir de los otros (Margulis y Sagan, 1995).
La ingestión simbiótica, esto es, el acto de un microorganismo que ingiere otro de menor tamaño y, luego, en vez de digerirlo, lo pone a trabajar de manera cooperativa, es otro mecanismo posible de especiación rápida —más adelante se estudiará con cierto detalle este importante caso—. Por último, no puede descartarse la existencia de otros mecanismos de especiación aún desconocidos por la ciencia.
La especiación y la adaptación pueden ocurrir dentro de una amplia gama de velocidades. La estabilidad o inestabilidad del nicho y la riqueza en diversidad genética existente en la población son factores determinantes de la velocidad evolutiva. Se sabe que la inestabilidad del ambiente y la riqueza genética de una población conducen a modificaciones rápidas; en cambio, la estabilidad ambiental, unida a la pobreza en diversidad genética, se traduce en baja tasa evolutiva.
Si un nicho se mantiene estable durante un intervalo de tiempo suficientemente largo, la especie que lo ocupe de manera permanente conseguirá al cabo de un tiempo una perfecta adaptación. A partir de ese momento la evolución parecerá detenerse, fenómeno conocido con el nombre de estasis (no se confunda con éxtasis). Varias familias de trilobites se conservaron sensiblemente iguales durante trescientos millones de años, y las ostras no han cambiado de forma —ni de sabor, conjetura gastronómica de Jacques Monod— desde la época de los dinosaurios. La cacerola de las Molucas, una especie de cangrejo, y el celacanto, un pez primitivo, conservan su aspecto exterior inmodificado desde hace más de ciento cincuenta millones de años. Criaturas, estas, que le han sabido jugar escondites a la evolución.
Selección artificial
Mucho antes de que Darwin publicara El origen de las especies, los granjeros simulaban, sin comprenderlo, el mecanismo de selección natural, al escoger sus mejores ejemplares para reproductores. Y los agricultores seleccionaban con cuidado las semillas de las plantas más fértiles y productivas, pues creían poder así mejorar las especies.
Los éxitos de este procedimiento, conocido como selección artificial, han sido numerosos y trascendentales en la evolución de la cultura humana. Del lobo —del zorro, para otros—, en solo doce mil años de domesticación, el hombre ha obtenido un número grande de razas de perros, algunas tan distantes en forma y tamaño como el pinscher miniatura y el san bernardo (véase figura 3.2). El maíz fue transformado, en menos de cinco mil años, de la variedad primitiva, la teocinte, una planta esmirriada y de pocas espigas, a la forma actual de alto rendimiento. Las gallinas leghorn ponían un promedio de 125 huevos por año en 1930; después de treinta años de intensa selección, este promedio se había elevado espectacularmente a 250. Hoy pasan de 310.
Figura 3.2 Diferentes razas de perros
Una muestra de la variedad de razas de perros que el hombre, por medio de la selección artificial, ha conseguido en solo unos pocos miles de años.
Fuente: Leith (1986).
Incrementos análogos han sido obtenidos en el ganado lechero y en otros animales de granja. Una vaca sin selección produce unos 400 litros de leche por año. En Estados Unidos, en 1955, el rendimiento medio de una vaca alcanzaba los 4.275 litros, y en 1967 se había elevado a 5.500. En las ovejas se ha pasado de 1 a 20 kilogramos de lana por individuo, con fibras más largas y de mejor calidad. Se ha logrado también, por selección artificial, aumentar el contenido proteínico del maíz, de 10,9 a 19,4 %, o disminuirlo a voluntad hasta el 4,2 %. El algodón ha sido seleccionado por la longitud de la fibra, a consecuencia de lo cual la semilla ha perdido toda su capacidad de vuelo libre, mientras que el hilo ha incrementado su resistencia.
Cabe en este momento considerar los casos de evolución rápida desencadenados por pesticidas y antibióticos. Cuando se descubrió el dicloro difenil tricloroetano (ddt), su eficacia para eliminar insectos era altísima. Con el uso continuado —o abuso, mejor—, fueron desarrollándose variedades resistentes que se vieron favorecidas por la eliminación de las no resistentes y pudieron ocupar su nicho. Hoy solo nos quedan sus descendientes, poseedores de una obstinada herencia resistente al pesticida en cuestión. Con los antibióticos, la historia ha sido similar: las bacterias han ido evolucionando y de manera paulatina se han vuelto resistentes a los antibióticos en uso, lo que ha obligado a los investigadores a estar siempre creando nuevos productos. Gracias a la evolución, con los antibióticos caminamos y caminamos y siempre nos mantenemos en el mismo punto.
Existe en el mar del Japón un cangrejo apodado heike, cuyo caparazón se asemeja asombrosamente a la cara de un guerrero samurái (véase figura 3.3). Cuenta la leyenda que después de que los samuráis heikes fueron derrotados de manera aparatosa en 1185, y su flotilla destruida completamente, los guerreros que no murieron bajaron al fondo del mar, donde hoy todavía continúan paseándose, pero transformados en cangrejos. Es posible —propuesta interesante del astrónomo y divulgador científico Carl Sagan— que esta coincidencia sea el resultado final de un proceso típico de selección artificial que partió de la existencia casual de un individuo mutante, o de toda una familia de cangrejos poseedores de un caparazón con dibujos que semejaban un poco el rostro adusto de un samurái (todos los hombres tendemos a ver rostros humanos donde no los hay; en las nubes, con frecuencia). Por respeto a la leyenda pudieron crearse escrúpulos para consumirlos. Los pescadores de cangrejos, en consecuencia, se han visto presionados por sus conciencias y su infinita credulidad a devolver al mar todos los ejemplares extraídos que conserven esa característica y, con mayor razón, aquellos que por mutación acentúen más el parecido samurái. Esta acción, repetida día a día durante más de ochocientos años, pudo haber creado por selección artificial —y sin proponérselo, claro está—, la especie actual de cangrejos heikes. Aquí sí cabe decir que cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.
Figura 3.3 El cangrejo heike
El cangrejo heike presenta grabados en su caparazón que recuerdan —de lejos— la cara