Кэтти Уильямс

Amor clandestino


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Emily no mencionó a Fiona.

      —Me sorprende. Fiona hizo todo lo posible por conocerla.

      Rebecca pensó que probablemente Emily había reaccionado negativamente ante el intento de que alguien tratara de reemplazar a su madre.

      —Bueno, estoy seguro de que usted y su novia podrán resolverlo todo satisfactoriamente —dijo Rebecca.

      En aquel momento, llamaron a la puerta y la señora Williams asomó la cabeza, cuestionándoles con la mirada. Rebecca sonrió, aliviada, pero aquella sensación solo le duró unos segundos.

      —Todavía no hemos terminado —dijo él—. Tal vez usted pudiera darnos otra… ¿media hora? —preguntó, mirando el reloj. A la directora no le quedó más remedio que salir y cerrar la puerta—. ¿Dónde estábamos?

      —Estábamos de acuerdo en que todo iría bien cuando Emily regrese con usted. Estoy segura de que su novia estará a la altura de las circunstancias y les dará a los dos el apoyo que necesitan.

      —Bueno, ahora, no estoy seguro de que quiera poner a la pobre Fiona en esta situación…

      —Si ella lo ama —replicó Rebecca con firmeza—, entonces deseará ayudarlo a usted. Y a Emily.

      —Sí, estoy seguro de que a ella le encantaría hacerse indispensable, pero es que yo no quiero que eso ocurra.

      —Entiendo. Bueno, eso es algo que tienen que solucionar ustedes.

      —Pero entonces, volvemos al problema de mi hija. Está embarazada y necesita que le den clase. Aunque encontrara el tiempo suficiente para las entrevistas de los posibles candidatos, paso mucho tiempo en el extranjero y no podría supervisar cómo van las cosas. Y usted tiene que admitir, conociendo a Emily como la conoce, que la supervisión va a ser indispensable.

      —No será necesaria si encuentra a alguien en quien pueda confiar.

      —Me alegro de que haya dicho eso —dijo él, sonriendo como una barracuda que finalmente ha conseguido su presa—. Porque usted va a ser la tutora de Emily —añadió, reclinándose para contemplar la reacción de Emily.

      —Lo siento —respondió ella, sorprendida—. Pero me resulta imposible…

      —¿Por qué? Este asunto es de lo más desgraciado y usted misma ha afirmado que la única oportunidad para Emily es tener un tutor en casa. Ella confía en usted, que es lo primordial. Según dicen, es una buena profesora, capaz de hacerla aprobar sus exámenes. Y yo no tendré que supervisar la situación si sé que quien está con Emily es una persona digna de confianza. Entonces, ¿cuál es el problema?

      —El problema es que yo ya tengo trabajo, por si no se ha dado cuenta. Yo no puedo dejarlo todo a un lado y aceptar un trabajo temporal solo porque a usted le interese.

      —Sería por Emily. Si se interrumpe su proceso de enseñanza ahora, no tengo que explicarle en lo que se convertirá su vida. Suponga que encuentro a alguien para que se ocupe de ella en casa y le dé clases —dijo él, como si aquella tarea fuera como buscar una aguja en un pajar—. Usted conoce igual que yo a mi hija. De hecho, si cabe, hasta mejor que yo. Se comería viva a la persona que viniera a casa. O, si no, se aseguraría de trabajar el mínimo para hacer que el período que cada tutor pasara en casa no fuera superior a quince días, lo que de nuevo anularía su proceso educativo. Cuando se diera cuenta de lo que había hecho con su vida, querría arreglarlo pero, ¿cree usted que encontraría fuerzas para hacerlo con un bebé a su cuidado? Sería mucho más fácil dejar que yo la mantuviera y, cuando se aburra, empezará a trabajar en cualquier empleo mal pagado, desperdiciando completamente sus habilidades.

      —Bueno —dijo Rebecca—, todo eso me parece un poco exagerado, señor Knight. Estoy segura de que…

      —De lo que está segura es de que, al fin y al cabo, no se quiere ver implicada en todo esto. Ha pronunciado sus palabras de sabiduría pero se niega a ir más allá.

      —¡Yo no estoy diciendo eso en absoluto! —protestó ella. ¿Cómo se atrevía a implicar que le daba igual lo que pasara con Emily?

      —Entonces, acláremelo, por favor. Soy todo oídos —dijo él, inclinando la cabeza.

      —Lo único que me he limitado a señalar es que en la actualidad estoy trabajando…

      —¿Y es esa su única objeción a lo que le propongo?

      —Creo que, desde mi punto de vista, es algo bastante importante. A los pobres trabajadores normales y corrientes nos gusta tener un poco de seguridad en nuestro trabajo, ¿sabe?

      La señora Williams volvió a llamar a la puerta y asomó de nuevo la cabeza. Cuando estaba a punto de hablar, él le dijo que necesitaban seguir hablando.

      —Acabo de hacerle una pequeña proposición a su profesora estrella —respondió él.

      Al ver que la directora levantaba las cejas como si no entendiera, él le contó todos los detalles. Mientras hablaba, Rebecca lo contemplaba. Cada vez que la directora estaba a punto de salir con una objeción, él se le adelantaba hábilmente, como un artista del trapecio.

      Finalmente, él le dijo que la escuela recibiría una sustanciosa compensación monetaria si dejaba marchar a Rebecca inmediatamente.

      —¡No! —protestó Rebecca—. Eso solo ha sido una idea del señor Knight. Estoy segura de que usted, señora Williams, le podrá recomendar a algunos candidatos para ser tutor de Emily en la zona de Londres. ¡Dios mío! ¡Debe de haber miles!

      —Sí, estoy segura de que…

      —No —dijo él antes de que la mujer pudiera acabar—. Creo que tal vez las dos me hayan interpretado mal. Como ya le he explicado a la señorita Ryan, Emily resultará una alumna muy difícil para cualquier tutor privado, menos para la persona que sepa cómo manejarla. Y ese es el caso de la señorita Ryan. Me doy cuenta de que será muy difícil dejarla marchar hoy pero, ¿cuándo es el final de este trimestre? ¿Dentro de quince días? Así tendrá todas las vacaciones de Navidad para encontrar una sustituta. Y, como ya he dicho antes, yo le pagaré generosamente por los inconvenientes.

      En aquel momento, la directora pareció dudar. Rebecca sintió como si le pusieran una red sobre la cabeza, pero no estaba dispuesta a dejarse atrapar. Nicholas Knight no era santo de su devoción y no le apetecía en absoluto pasarse meses bajo su techo.

      —Tengo una responsabilidad con las niñas a las que doy clase —insistió Rebecca.

      —Pero, en estos momentos, esas niñas no requieren el mismo nivel de compasión que mi hija. Será cuestión de unos pocos meses. Estoy seguro de que puede concedernos ese tiempo.

      —Depende totalmente de usted, señorita Ryan —dijo la señora Williams—. No creo que sea ningún problema encontrar una sustituta hasta que usted regrese.

      —Sí, pero… No me parece muy ortodoxo. Y, de todos modos, ¿se ha parado a pensar que tal vez Emily pueda no estar de acuerdo con este plan? Tal vez no quiera verse perseguida por su profesora.

      —Mi hija tendrá que aceptarlo —replicó él bruscamente—. Y se lo dejaré muy claro en cuanto la vea. Ya no puedo cambiar esta situación, pero no pienso permitir que siga cometiendo estupideces. Tiene dieciséis años y tendrá que hacer lo que yo le diga.

      Rebecca se echó a temblar. Evidentemente, aquel hombre no sabía nada de chicas adolescentes, y mucho menos como Emily. Su idea de controlar completamente la situación podría hacer que su hija se escapara y entonces no tendría ninguna opción. Rebecca sintió como si la red la envolviera completamente, impidiéndola escapar.

      Aceptaría el trabajo. Él tenía razón. Solo sería cuestión de unos pocos meses durante los cuales ella se aseguraría de que él no recordara el breve pasado que habían compartido. Lo evitaría constantemente. Seguía recordando lo que él le había hecho sentir todos esos años atrás. Entonces era joven e inocente, pero evitaría a toda costa que él pudiera volver a metérsele