Kenji Tokitsu

Las katas


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sabe percibir la experiencia de sus predecesores, la kata representará un medio privilegiado para conocer al adversario y conocerse a sí mismo.

      En la práctica de la kata podemos distinguir dos aspectos:el de instrucción, a través del cual se aprenden, como si fuera un alfabeto, ciertos movimientos técnicos que todavía no se conocen, y el de utilización, a través del cual se enriquece la propia experiencia.

      En Japón, esta forma de kata existe en todas las artes tradicionales, lo que significa que los japoneses realizan los actos por medio de las estructuras de la kata –al menos fue éste el sistema de pensamiento que imperó durante el período Edo. Recientemente, Watsuji Tetsuro escribió que en la sociedad japonesa existe “una tendencia étnica a confiar en los actos intuitivos y a rechazar los actos adoptados por medio de la reflexión lógica14”. La kata representa una manera de cultivar y reforzar el pensamiento intuitivo.

      En las artes tradicionales japonesas, la meta de la kata es idéntica: realizar, de manera perfecta, una serie de movimientos transmitidos por la tradición que llevan a la perfección por medio de la unión de técnicas gestuales y de una cierta disposición mental –el seguimiento del “camino” o de la “vía” (do).

      La palabra do se traduce habitualmente en español como “vía”, “camino”, “disciplina”, etc. No obstante, una vez más, ninguno de estos términos logra abarcar completamente el verdadero significado cultural de esta noción, ya que sólo la plasman de una manera abstracta, parcial y superficial, sin llegar a comunicar su sentido más profundo.

      El do se concibe como un camino que conduce a un estado mental que libera facultades humanas en los diferentes ámbitos de las artes. Este estado espiritual puede obtenerse por medio de la profundización en una disciplina. Éste comporta un aspecto ético: para seguir el camino, debemos seguir los preceptos que gobiernan el universo y, por ende, la sociedad. El proceso de perfeccionamiento en una disciplina –cualquiera que sea– comprende alcanzar la personalidad completa en harmonía con los hombres y la naturaleza.

      El ejemplo de la pintura a la tinta ilustra el papel que constituyen las katas en las artes tradicionales. Los modelos se elaboraron a partir de ciertas formas naturales –los bambús, los árboles, las hierbas o ciertos paisajes. Por ejemplo, para hacer un bambú se resaltan algunos aspectos de las hojas, los troncos, y el bambú pintado destaca más que su modelo. Así pues, se trata de una forma de percepción y de sensibilidad socialmente establecida a través de la cual aprendemos a mirar.

      El aprendizaje de esta forma de pintura clásica pasa por la repetición y responde a reglas extremadamente precisas. Éste empieza trazando, con el pincel, diferentes formas y se pone una atención especial a la manera de acabarlas, curvarlas, difuminarlas, etc., hasta la repetición perfecta de un repertorio clásico establecido15. Paralelamente, el estudiante también trabaja una serie limitada de motivos naturales por medio de este mismo proceso de copias repetitivas. En este sentido, los motivos naturales se tratan de la misma manera que la caligrafía. Por lo tanto, esta forma de pintura supone una visión social homogénea del medio natural, un consenso previo que dará sentido a los rasgos acentuados, y que podemos encontrar al inicio de los poemas clásicos.

      En consecuencia, también existe un modelo ideal de la berenjena unida al otoño, de la rana unida a la estación de lluvias, etc. Estos modelos no deben tomarse como una simple interpretación plástica del objeto, sino como un soporte de reflexión que evoca un momento del ciclo de la vida, con sus sonidos, olores y, en definitiva, con todas las impresiones que se asocien a ella.

      Las imágenes proceden de una vida estrechamente unida a la naturaleza. La actividad de base, el cultivo del arroz, es un trabajo colectivo sometido al ritmo de las estaciones y de la vida social, la cual está delimitada por un conjunto de reglas y se desarrolla según un ciclo anual repetido de forma uniforme.

      Las imágenes reflejan una sensibilidad, transmitida muy temprano por la educación familiar, por los ritmos colectivos que, por su aspecto social y natural, adquieren más fuerza. La kata es una formalización de esta sensibilidad colectiva y, por ello, contribuye a entrenarla.

      Sin embargo, el cuadro colectivo está unido a una involucración subjetiva, y a partir del momento en que una kata empieza a dominarse, ésta escapa de la simple repetición. Aquí, la formalización es particularmente blanda. De esta manera, al pintar una berenjena, el pintor repetirá, siguiendo los gestos requeridos, un cierto número de rasgos que habrá aprendido a reproducir, pero, si la imagen está lo suficientemente interiorizada, detallará también particularidades del objeto vinculadas al momento vivido.

      Para que un repertorio muy diferenciado de signos se cristalice y se perpetúe, la kata eficaz supone la homogeneidad de un grupo social suficientemente limitado y sedentario.

      En la actualidad, existen escuelas de pintura a la tinta que prolongan los métodos clásicos y los aplican a motivos vinculados a la vida urbana contemporánea o a paisajes extranjeros, pero no han encontrado una fuerza de expresión comparable a la de los modelos antiguos. Debemos buscar la causa en la ruptura de la simbiosis entre la kata y el grupo que la sostenía.

      Al obtener su fuerza y su potencial de la homogeneidad de un grupo social, en el cual la comunicación es muy implícita, el equilibrio de esta relación no puede más que romperse en una sociedad donde prevalece la heterogeneidad.

      Esta transmisión se efectúa en un grupo social homogéneo que acepta un código gestual. El primer aprendizaje se acompaña de indicaciones orales, pero éstas siempre son secundarias e incluso, a veces, no son más que una engañifa. Aquel que enseña directamente no es el origen del mensaje. Él no es más que un relevo.

      El maestro de un arte marcial transmite las katas que él ha aprendido de la generación precedente. El origen de este mensaje se oculta en el tiempo y evoluciona a través de las generaciones. La figura del autor aparece a través de la espesura del tiempo con una multitud de rostros. Independientemente de que los transmisores hayan comprendido o no el significado, los que reciben las instrucciones adquieren al menos, y enseguida, la forma del mensaje cuyo contenido les dirige hacia la estrategia del combate, a la forma de entrenarse y a otros puntos precisos.

      En este mensaje –de alguna manera similar al de los sordomudos– las palabras se apagan con el paso del tiempo. Sólo un conjunto de pautas significativas llegan hasta el presente por medio de la adición de trayectorias dibujadas en el espacio por los movimientos del cuerpo.

      La transmisión de una kata es una escritura en el espacio, que se apaga tan pronto aparece. De la misma manera que un sonido pertenece al instante de su emisión, el gesto está unido al espacio que éste abre y cierra en el tiempo. Ésta es la razón por la cual la escritura de la kata se desvanece sin cesar, pero cada vez deja su huella en el cuerpo que vive momentos sociales diferentes. De ahí proviene la evolución de las katas a través de la historia.

      En la enseñanza de las artes marciales, no todos los transmisores tienen el mismo nivel; a veces hay forzosamente adiciones u omisiones. Por esta razón, la kata ha sido, de alguna manera, maquillada. Para reencontrar todo su sentido, debe redescubrirse su rostro inicial, descodificar el lenguaje de los gestos y comprender las intenciones de los practicantes alejados en el tiempo.

      Un solo gesto puede tener uno o varios significados, puesto que la escritura de una kata es una serie de líneas trazadas por un cuerpo que respira y se mueve según las múltiples cadencias, y las líneas llevan el ritmo de la fuerza y la velocidad de los movimientos. La estructura dinámica de esta estructura comprende la kata. En las artes marciales, y notablemente en el karate, el papel de la gestualidad es particularmente importante, si no primordial.

      Para aquel que ejecuta una kata, el esfuerzo consiste en incorporar esta escritura en su propio cuerpo. En el momento que la kata emerge, rechazando los ornamentos, abriéndose al espacio-tiempo, se transforma en una especie de piel viviente a través de la cual circula la sangre de la existencia.

      A partir de ese momento, el que ejecuta la kata ya no es sólo un transmisor o un instructor, sino que se convierte en el origen mismo del mensaje.