Kenji Tokitsu

Las katas


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la noción de la kata, la técnica tiene un lugar esencial, y el ejemplo de Tesshu ilustra esta idea, común a todas las artes tradicionales japonesas, que vincula la técnica a la manera de existir, lo que podemos resumir con la expresión:“La técnica es el hombre”.

      Para acceder al nivel superior de la técnica, el hombre también debe superarse. La calidad del hombre y la calidad de su técnica están en relación dialéctica: ambas apuntan a un logro cualitativo.

      La calidad de la técnica se adquiere por medio de un entrenamiento incesante, pero, a veces, el ejercicio puede repetirse sin que haya progreso; lo que significa que el hombre mismo no progresa. Esa fue la complementariedad que Tesshu experimentó, en cierto período, con el sable y el zen. Para pasar a una nueva etapa, la frecuencia del entrenamiento ofrece un apoyo indispensable. A continuación, el proceso se repite siguiendo un desarrollo en espiral.

      El medio para este desarrollo es la kata, fenómeno dinámico que realiza la alianza entre el hombre y la técnica, sin ninguna ruptura entre esta última y la conciencia del hombre.

      ¿Cuáles son los procesos originales de esta actitud en el campo de las artes?

      Las explicaciones habituales apelan a una cierta “japonesidad” o “mentalidad nipona”, concebidas, a priori, como singulares por razones geográficas, sociológicas y étnicas. ¿Pero no se trata más bien de una prolongación del pensamiento animista?

      En cada dominio del arte tradicional japonés, la expresión kami waza (literalmente:“la técnica” [waza] “del dios” [kami]) designa una técnica aparentemente perfecta o, al menos, cercana a la perfección. Esta expresión transmite una admiración y un temor hacia el técnico que aplica el arte de una manera tanto familiar, porque se trata de un arte extendido, como inaccesible, porque la diferencia de su nivel parece infranqueable. El simple hecho de unir ambos términos, dios y técnica, ya parece explícito.

      Hoy en día, el animismo todavía puede percibirse en la religión shintoísta de Japón, la cual apareció en el transcurso del dominio del poder imperial hace unos 1.500 años. El shintoísmo fue la primera religión de Japón en adoptar una forma global apoyada en la política. A medida que iban avanzando las conquistas imperiales sobre las tribus locales, el poder hacía que los conquistados incorporaran el shintoísmo a sus creencias, organizando así el mundo de los dioses según un modelo jerárquico. El primer documento que describe esta cosmogonía data del año 712 d. C. No obstante, al proponer una multitud de dioses vinculados a los elementos naturales, el shintoísmo también integró las creencias animistas locales, las cuales estaban fuertemente unidas a la naturaleza.

      Todavía hoy en día, sobre todo en el medio rural, este pensamiento es muy fuerte y el shintoísmo conoce importantes variantes locales.

      Un árbol o una roca asombrosa, una montaña, un río, un bosque, el viento o el sol, los animales, las diferentes partes de una casa, los elementos naturales, todos los lugares de la vida, etc., todavía son venerados debido a la creencia de que están animados por la existencia invisible de dioses, buenos y malvados.

      Cuando consideramos el Japón bajo su aspecto moderno e industrializado, uno no puede hacer otra cosa que sorprenderse ante la persistencia de estas creencias animistas.

      Por esta razón, es muy común ver un templo shintoísta en lo alto del edificio de una gran empresa, ya que se cree que el templo traerá paz y prosperidad. También es corriente que antes de la implantación de una nueva fábrica o de una nueva sede empresarial los sacerdotes shintoístas purifiquen el terreno y apacigüen a los dioses. De la misma manera, también están presentes cuando zarpa un barco, por ejemplo.

      Detrás de esta actitud, la tendencia a practicar una técnica a la manera de un dios, no es difícil encontrar fundamentos animistas. La técnica perfecta se considera la de un dios precisamente porque es perfecta. Sin embargo, la persona que llega a dominar esta técnica no es considerada como una divinidad. El carácter divino se vincula a la técnica en sí, en el momento de realizarse, y también al individuo en el instante que la realiza.

      Para los japoneses, la perfección es humana y esta idea parece estar fundamentalmente unida a las técnicas de cada dominio artístico:arreglos florales, ceremonia del té, jardines en miniatura, pintura o caligrafía, etc.

      En el momento de la perfección más elevada, el hombre alcanza el ritmo de “la respiración del universo”. En las artes marciales, a través de las técnicas de combate, el practicante alcanza la concordancia entre sí mismo y “la energía del universo” (ki en japonés). Tener un acceso directo a esta energía es lograr el último estado del arte del combate y franquear una etapa de la evolución personal.

      Desde esta perspectiva, la kata no se considera algo subordinado a la inteligencia: el hombre en su totalidad se refleja en la técnica y es entonces cuando podemos afirmar que la técnica es el hombre.

      Después de la apertura de Japón, a finales del siglo XIX, la modernización impuso una ruptura en la concepción de que el hombre y la técnica siempre están en el mismo plano. De hecho, la kata representa una eficacia técnica si ésta se preserva de toda escisión intelectual, sin el desequilibrio en el que se apoya el pensamiento científico y tecnológico moderno.

      La concepción occidental subordina la técnica al arte o a la ciencia. La técnica aparece como un medio. La escisión entre la técnica y la ciencia se desarrolló con la división del trabajo en el sistema de producción capitalista. La relación entre el ámbito de las ideas y el ámbito técnico ya no es tan evidente;ésta necesita una mediación que debe establecerse constantemente.

      En Japón, actualmente, coexisten dos concepciones de la técnica; de hecho, por eso encontramos dos traducciones posibles al japonés del término técnica:

      –El término gi jutsu, que corresponde a la concepción occidental, se establece a finales del siglo XIX y se utiliza para designar la técnica en la producción industrial.

      –El término wasa, que ya hemos mencionado, designa la técnica en el ámbito de las artes. En esta acepción, el hombre está presente en la técnica. Ésta no se concibe como un medio para realizar algo fuera del individuo: la meta no es distinta a la técnica, el hombre crea la técnica y la técnica crea al hombre.

      La técnica (waza) está vinculada al cuerpo. El pensamiento y el acto físico no están muy separados y entre ambos no existen subordinaciones. La realización es decisiva en un momento de intuición en el cual el cuerpo y la mente se funden.

      La reflexión lógica no está ausente en la técnica en el sentido de waza, pero está limitada por la manera de proceder. Por ejemplo, el artesano que fabrica un sable tiene el tiempo de reflexionar o calcular mientras golpea, pero en el momento del temple del acero, o el momento del acabado de la hoja, requieren una atención enorme. El artesano debe captar el momento en que él y el objeto que trabaja son uno. Lo mismo ocurre en la caligrafía, la pintura, la escultura, la alfarería, puesto que estas actividades se desprenden de instantes decisivos e irreversibles –marcados por un tipo de respiración– en los cuales el artesano y el objeto se funden.

      En una cultura donde las personas conciben la técnica en el sentido de waza, la perspectiva lógica supera difícilmente el ámbito del cuerpo. Los esfuerzos del hombre técnico tienden, de hecho, a fusionar pensamiento y acción, a vivir la unión perfecta entre ambos. La “técnica del dios” únicamente puede proceder de esta fusión.

      Decir:“Tengo un cuerpo, tengo una mano…”, ya es hacer una separación. Una afirmación semejante no existía en japonés; se creó para traducir las expresiones de las lenguas occidentales. La técnica, en tanto que waza, no nos hace sentir esta separación; aquel que la aplica debe sentir una unión total:“Yo soy el cuerpo, yo soy la mano”, es decir “yo soy la técnica, yo soy aquello que se realiza”. En este sentido, el yo distinto se desvanece.

      No hay ninguna duda de que esta concepción del hombre y de la técnica ha contribuido a frenar el desarrollo del pensamiento lógico en Japón.