Adrian Andrade

Decadencia


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durante o después de las terapias programadas en la semana.

      Le era prohibido salir al exterior y por ende, su mundo se limitaba a los rincones luminosos del Sector Cero. Lo que estuviera afuera, era inexistente para sus ojos y cabeza.

      Rodeado siempre de la mejor vigilancia posible, parecía un prisionero peligroso que en cualquier momento podría lastimar a alguien por cómo lo vendían hacía los demás, aunque a estas alturas, la mayoría de los empleados creían lo opuesto por el simple hecho de que Elder sólo dormía, comía y escribía.

      De vez en cuando lo sacaban a realizar exámenes o análisis de sangre o tejido, pero siempre que lo hacían optaban por cubrirle su rostro para seguridad tanto de él como de los demás. Como se mencionó anteriormente, la seguridad era extremista hasta caer en la justificada exageración.

      Un modelo común para un sitio inexistente basado en los sistemas operados por el Gobierno de los Estados Unidos y demás países foráneos en relación a sus operaciones clandestinas.

      Se desconocía la ubicación exacta, al personal empleado y las evidencias recolectadas. Militarmente protegida y tecnológicamente resguardada por programas operativos de alta seguridad y militares entrenados con experiencia de guerra directa.

      El mando principal recaía en el Dr. Marcus Berger, un señor calvo en sus cincuenta años de edad, acompañado de sus dos colegas profesionales: el Dr. Tyson Finch y la Dra. Theresa Menard. Estos tres eran los únicos con autorización para tratar a Elder, el resto del personal le era prohibido, con excepción de la jovencita Hanna, quien se encargaba del bienestar de Elder.

      Hanna le mostraba cierto cariño a diferencia de la frialdad de los doctores, usualmente platicaba a escondidas por unos minutos porque si la sorprendían, la despedirían en el acto.

      Como era costumbre, el Dr. Berger entró a la habitación para realizar una de sus tediosas visitas. Elder se levantó de la cama y se sentó en la silla, tomó el cuaderno de la mesita y lo levantó hacia la dirección del inexpresivo e insistente doctor.

      —¿Más recuerdos sobre el helicóptero? —preguntó Berger con una sonrisa.

      —¿Qué pasó después de estrellarnos?

      —Es inadecuado darte la respuesta muchacho, tu mente debe hallar la forma de resolverla.

      Ante la frustración, Elder se levantó furioso de su silla.

      —¡No sé quién soy, no recuerdo mi pasado, no sé qué día es hoy o qué es hoy o qué soy!

      Berger lo miró con una pizca de maldad y tranquilamente le ofreció otra falsa sonrisa mientras cerraba el cuaderno.

      —Por favor Elder, esto no te hace bien. Sabes que estamos trabajando arduamente para darle una solución a estas inusuales incógnitas, pero eres inmune a nuestros métodos. Trata de entender que nada de lo que tenemos funciona en ti. La verdad del asunto es que no eres del todo humano, tu sangre tiene algunas tonalidades doradas que se reflejan en tu piel. Además ese color oro en tus ojos nunca se ha visto en nadie de nosotros.

      —Pero hablo este idioma, lo escucho y lo comprendo. Mi físico es igual al de ustedes sólo porque la sangre y mis ojos son distintos. No puedo ser otra clase de especie, debo de ser de aquí.

      —¡No eres de aquí! Tal vez seas algún tipo de experimento radioactivo; por ese tipo de razones debemos mantenerte encerrado y en constante supervisión. No nos malinterpretes, estamos haciéndolo por tu bien.

      —¡Mentiras! ¡Sólo soy una rata de laboratorio!

      El doctor colocó el cuaderno en la mesa de un golpe para bajarle sus ánimos y hacerle entrar en razón.

      —De acuerdo Elder, estamos próximamente a concluir el año 2199 ¿Acaso esta fecha te es familiar?

      —No, nada me es familiar, sólo déjeme salir de aquí, no me gusta estar encerrado, por favor Dr. Berger, se lo imploro —rogó Elder con desesperación.

      —Por más que quisiera, no puedo autorizarlo. Debo mantenerte en absoluta contención, eres un humanoide Elder, no eres considerado humano por lo que legalmente hablando no tienes derechos aquí, formas parte de mi propiedad investigativa, agradece que no te trate como tal, todavía.

      Berger sonrió por la tercera ocasión y se dio la vuelta siendo detenido.

      —¡Qué pasa si no logró recordar! —amenazó Elder acorralándolo.

      —Entonces tendré que abrirte la cabeza —dijo con sátira—, por más tentado que me sintiese, no quisiera hacerlo aun así que muévete antes de que cambié de opinión.

      Elder se sorprendió ante la amenaza y se alejó del doctor para dejarlo salir. Al no poder soportar la frustración, empezó a golpear las paredes hasta observar la sangre roja con dorada que brotaba de sus manos. Tal como se lo había reiterado el buen doctor.

      Al instante los paramédicos entraron a su celda y lo sujetaron con excesiva fuerza para que Berger pudiera inyectarle uno de sus famosos sedantes.

      —¡No pueden seguir tratándolo de ese modo, sigue siendo un hombre a pesar del color de su sangre! —declaró Hanna desde el exterior.

      —¡Tú eres sólo una niñera! —aplicó la inyección con éxito—, no tienes opinión en este asunto, será mejor que controles ese tono o serás expulsada de este sector ¿te quedó claro?

      —Lo siento Dr. Berger, no volverá a suceder.

      —Espero que así sea muchacha tonta —le dio la espalda.

      Mientras Berger se distanciaba, Hanna permaneció observando a un vulnerable e inconsciente Elder en la cama. Era obvio su desacuerdo con la forma de su trato “especial”, mas no tenía otra opción, debía obedecer a las órdenes de sus superiores sin cuestionarlas.

      En el pasillo Berger se reunió con Finch y juntos se encaminaron a los comedores para ponerse al tanto de sus investigaciones científicas.

      —Lamento la ausencia de avances por reportar, el humanoide sigue siendo inmune a las pruebas, no puedo ingresar a sus pensamientos o hallar la manera de hacerlo recordar. Sea quien sea o lo que haya sido, nuestra tecnología es obsoleta. Siquiera podemos detectar los orígenes en los análisis sangre. Lo más inquietante que me ha venido a la mente es que pudiera estar fingiendo.

      —Le aseguro que no finge Dr. Finch, se ha vuelto más inestable de lo común, la frustración no es sinónimo de actuación. Incluso me acaba de solicitar algún tipo de absurda libertad.

      —Sería una buena alternativa.

      —Para nada, ya encontraré una solución.

      El Dr. Berger se cruzó de brazos tratando de disimular su descontento.

      —¿No estará pensando en abrirle la cabeza?

      —Si no lo hago, lo hará mi reemplazo. La cuestión aquí es que el tiempo se nos está acabando, si no me apresuro a garantizar resultados, tendré que proceder con la lobotomía más temprano que tarde.

      —Le sugiero esperar Dr. Berger, reconsidere la petición del humanoide, podría servir de gran ayuda psicológicamente hablando. Además el humanoide está limpio y es inofensivo, no representa peligro para nadie.

      —Hoy en día tenemos diferentes tipos de enemigos, trate de comprender —impuso Berger—, podría ser un arma altamente buscada, sólo imagine cuántos secretos yacen escondidos en su subconsciente para que haya venido de allá arriba.

      —¿Cómo está tan seguro de asumir tal procedencia?

      —Me temo que si no actuamos y desciframos este misterio, pronto será tarde.

      —¿Vincula al muchacho con los recientes desastres naturales?

      —Nosotros íbamos en el helicóptero ¿acaso lo olvidó?

      —Los controles de navegación tuvieron un cortocircuito.

      —Imposible,