Кэтти Уильямс

Tórrida pasión - Alma de fuego


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      Penny aspiró con fuerza.

      –Suele ser la madre del niño o de la niña la que se ocupa de contratar a una niñera, habitualmente para poder reincorporarse al trabajo; o a lo que sea –añadió sin poderlo evitar.

      Había trabajado para mujeres muy ricas que preferían mantener una intensa vida social en lugar de educar a sus hijos.

      –¿La agencia no le ha dicho que no hay una señora Lorenzetti?

      –No –respondió ella, sorprendida.

      Normalmente, la agencia solía proporcionar algunos detalles de la familia, que por su parte la entrevistaría antes de contratarla, para asegurarse de que era la adecuada. Pero en ese caso había tenido que presentarse con urgencia, y no le habían hecho ninguna entrevista.

      –Viene con mucha recomendación –afirmó él mientras arqueaba la ceja.

      Penny se reprendió por su falta de profesionalidad. Bien mirado, su comportamiento distaba mucho del habitual en ella.

      Y todo porque aquel hombre era guapísimo.

      –Aunque empiezo a tener mis dudas de si estará o no preparada para llevar a cabo este trabajo –añadió él en tono seco–. De todos modos, tengo una reunión de negocios a la que ya llego tarde, así que si le parece bien venga a la cocina y le presentaré al ama de llaves. Esta noche hablaremos de todo con más detenimiento.

      –Señor Lorenzetti –declaró Penny, que se puso derecha y lo miró de frente–. Le aseguro que estoy más que preparada para llevar a cabo este trabajo, como dice usted –le plantó un sobre en la mano–. Aquí tiene mis referencias; usted mismo comprobará que…

      –¡No son necesarias! –declaró él en tono imperioso–. Prefiero juzgar por mí mismo.

      Penny se dijo que su reacción era lógica. En lugar de ignorar el magnetismo de su atractivo y comportarse como la niñera profesional que era, se había quedado mirándolo como una boba.

      Esa mañana había llegado a su casa con cierta expectación. La agencia para la que trabajaba le había hecho hincapié en lo importante que era ese trabajo. El señor Lorenzetti era el presidente de la agencia de publicidad que llevaba su nombre, una empresa de renombre internacional, y si su trabajo le complacía, podría tener consecuencias muy positivas para la agencia que la había enviado allí.

      Él vivía en las afueras de Londres en una mansión enorme en medio de una finca impresionante. Después de cruzar una verja con sistema de apertura electrónico, había atravesado cientos de metros cuadrados de bosques y jardines. Decir que estaba impresionada habría sido decir poco.

      La mansión, un precioso edificio de tres plantas e innumerables habitaciones, no tenía que envidiar al resto del conjunto.

      –Tengo entendido que su última niñera se marchó inesperadamente, ¿no es así? –le preguntó mientras recorrían metros y metros de pasillos a toda prisa.

      Mientras recorrían la casa, Penny se fijó en su jefe. Stephano Lorenzetti vestía un elegante traje gris oscuro y camisa blanca, ambos de Savile Row, estaba segura; pero poco hacían por ocultar un cuerpo esbelto de músculos definidos. Aquel hombre debía de hacer mucho ejercicio, y no era de extrañar, porque para trabajar la cantidad de horas que trabajaba había que hacer muchísimo deporte para estar en forma. Le habían dicho que salía de casa a las siete de la mañana y que siempre llegaba de noche. Eso le había bastado para saber que el empresario no vería mucho a su hija.

      –Eso es. Y si le parece que éste no es trabajo para usted, entonces me gustaría que me lo comunicara ahora mismo.

      Se detuvo tan repentinamente que Penny se chocó con él. De inmediato, Stephano Lorenzetti la sujetó con sus brazos fuertes para que ella no se cayera; un par de ojos de mirada intensa miraron los suyos fijamente. Sin darse cuenta, Penny aguantó la respiración unos instantes, mientras se perdía en la magia de aquellos ojos… Cuando se dio cuenta de lo que estaba haciendo, se retiró de inmediato.

      Percibió el aroma de la colonia más irresistible que había olido en su vida. Era un aroma fuerte, como el hombre que la llevaba, aunque no mareante.

      –Naturalmente que haré el trabajo lo mejor que pueda. Soy una niñera de vocación, y su hija estará perfectamente bien conmigo… ¿Por cierto, dónde está ahora? ¿No cree que deberíamos…?

      –Chloe sigue en la cama –dijo él en tono arisco–. No veía razón para despertarla. Mi horario de trabajo es muy irregular, por decir algo, pero Chloe necesita rutina, como estoy seguro que entenderá. Emily, el ama de llaves, le enseñará la casa; y después espero de usted que se ocupe de preparar a la niña y de llevarla al colegio. No he visto que trajera equipaje, pero imagino que sabrá que mi deseo es que viva usted aquí, en mi casa.

      Penny asintió.

      –Esta mañana he venido con mucha prisa –respondió Penny, esperando que él la entendiera–. Se me ocurrió que me ocuparía de traer mis cosas cuando llevara a la niña al colegio.

      Según la agencia, la niñera anterior se había marchado de repente el día antes; aunque Penny no entendía por qué el señor Lorenzetti no se había tomado el día libre para hacerle la entrevista. De todos modos, le habían ofrecido un salario inmejorable, e iba a ganar mucho más de lo que había ganado en otras casas.

      Stephano Lorenzetti murmuró algo en voz baja en italiano y continuó su carrera hacia la cocina.

      Emily era una mujer fuerte de baja estatura, de unos cincuenta y tantos años. Tenía las mejillas sonrosadas y el pelo corto y canoso y, a juzgar por cómo miraba a su jefe, estaba claro que lo adoraba.

      Penny no fue consciente de la intensa presencia de Stephano Lorenzetti hasta que éste no se marchó. Pero Emily notó su alivio y la miró sonriente.

      –Bienvenida al hogar del señor Lorenzetti. Quiero que sepas que es maravilloso trabajar para él. Espero que te sientas feliz aquí.

      Penny no entendió por qué el ama de llaves la recibía con más amabilidad que el dueño de la casa.

      –¿Siempre es así de desagradable? –le preguntó impulsivamente–. Me ha dado a entender que no estaba muy seguro de que yo sea capaz de hacer bien mi trabajo.

      –Eso es porque ninguna de las niñeras que ha empleado hasta ahora ha durado más de unas semanas.

      Penny frunció el ceño.

      –¿Chloe es una niña muy difícil? ¿O acaso es por él?

      Para ella ese hombre sí que era un problema; porque sin ir más lejos, era demasiado guapo y demasiado sexy para ser el jefe. La impresión que le había causado el dueño de la casa aún la perturbaba. Penny se dijo que ni siquiera Max la había afectado de ese modo; y eso que entonces ella había pensado que era el hombre de su vida.

      Emily se encogió de hombros.

      –El señor Lorenzetti es un hombre muy justo con todos sus empleados. Yo lo sé porque llevo ya mucho tiempo con él. Es el horario lo que no le gusta a la gente. La mayoría de las niñeras que han pasado por aquí eran jóvenes y tenían novio, y no querían estar de servicio las veinticuatro horas del día. Es comprensible.

      –¿Eso es lo que espera él? –preguntó Penny con los ojos muy abiertos.

      No era de extrañar que pagara tan bien. Ese hombre quería chuparle la sangre.

      –Él se desentiende de eso totalmente –declaró Emily–. Si sientes que te exige demasiado, tendrás que decírselo. Yo lo hago de vez en cuando.

      Emily tenía derecho a hacerlo porque sería como un miembro más de la familia; sin embargo ella no estaba en la misma situación. Le entraron ganas de preguntarle qué le había pasado a su esposa, pero le pareció demasiado pronto para empezar a hacer preguntas. A lo mejor tampoco había podido soportar sus largas horas de trabajo…

      –¿A qué