Кэтти Уильямс

Tórrida pasión - Alma de fuego


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ilusión que la niñera de su hija se fijara en él de esa manera.

      La condujo a su sala de estar privada, una habitación relativamente pequeña en comparación con el resto, donde había unas preciosas butacas de cuero negro y donde la cristalera accedía a un patio lleno de tiestos de begonias de todos los colores imaginables. En uno de los lados había un seto de madreselva cuyo aroma perfumaba el ambiente.

      Penny aspiró con deleite mientras se acomodaba en una de las butacas.

      –Qué bien huele.

      –Me encanta este momento de la noche –dijo él–. Se respira tanta paz. ¿Le apetece tomar algo?

      A Penny le habría gustado mucho, pero sacudió la cabeza. No era el momento de distraerse. Además, él ya embriagaba sus sentidos bastante.

      –Tiene una hija preciosa, señor Lorenzetti.

      Él asintió y esbozó una sonrisa.

      –Gracias. ¿Qué tal le ha ido hoy con ella? –Stephano estiró las piernas, relajándose visiblemente.

      –Desde el primer momento hemos hecho muy buenas migas. Le he gustado, creo; y a mí me ha gustado ella. No tiene nada que temer; cuidaré bien de Chloe.

      –Me alegra oírle decir eso, porque ella lo es todo para mí.

      Stephano tomó su copa, que debía de haber dejado en la mesa cuando había ido a buscarla; y sin poder evitarlo, Penny notó que tenía unos dedos muy bonitos y unas manos perfectamente arregladas y cuidadas. De pronto le vino una imagen intensa aunque breve de esas manos acariciándola…

      El mero pensamiento desató una tormenta tan potente en su interior que le costó muchísimo ignorarlo. Fantasear con ese hombre era una peligrosa ocupación; una ocupación de la que haría bien en olvidarse.

      –Necesito que me cuente exactamente cuáles son mis responsabilidades –Penny se puso derecha, con la esperanza de dar una imagen de eficiencia–. Pensaba que tendría que hacerle la comida a Chloe, pero parece que eso lo hace su ama de llaves.

      –Emily se encarga de cocinar y de la colada –dijo él–, y tengo contratadas a varias personas que vienen varias veces en semana para ayudar con las demás tareas. Por supuesto querré que le prepare la comida a mi hija cuando Emily tenga el día libre. Para serle sincero, señorita Keeling, no estoy muy seguro de cuáles son los deberes de una niñera. Yo…

      Stephano Lorenzetti dejó de hablar, como si hubiera decidido no continuar con lo que fuera a decir.

      –Naturalmente, deseo que se ocupe del bienestar de mi hija, pero cuando ella esté en el colegio, usted está libre; y eso compensará el tener que levantarse temprano y el terminar un poco tarde. ¿Necesita tomarse días libres? ¿Tiene novio?

      –¿Cómo que si necesito tomarme días libres, señor Lorenzetti? –preguntó Penny–. Es mi derecho. Nadie trabaja siete días a la semana –dijo ella con más brusquedad de la deseada.

      Penny achacó la reacción a su evidente nerviosismo.

      –Digamos que su horario es flexible –concedió él–. Pero si tiene novio, debo pedirle que no lo traiga aquí.

      Penny lo miró con gesto desafiante.

      –No tengo novio. ¿Pero no debería haberse informado de eso antes de contratarme?

      Él se encogió de hombros ligeramente.

      –Soy nuevo en esto.

      –¿Entonces se va inventando las reglas por el camino? –le preguntó.

      Él frunció el ceño y apretó la mandíbula.

      –¿Está cuestionando mis valores?

      Penny aspiró hondo.

      –Si mi trabajo depende de ello, no; pero estoy segura de que me entenderá, señor Lorenzetti.

      Para sorpresa suya, él se echó a reír.

      –Touché, Penny. ¿Puedo llamarte Penny?

      ¡Ah, Dios mío, qué bien sonaba su nombre en labios de Stephano Lorenzetti! Su marcado acento italiano le daba un toque sensual y misterioso, y tan romántico… Penny se dijo que haría bien en acostumbrarse cuanto antes.

      –Sí –concedió ella sin mirarlo.

      Para no mirarlo, Penny se fijó en el patio tras la cristalera abierta, en los colores del cielo al atardecer. El sol había desaparecido, pero sus efectos curiosos, extraños; al igual que la situación en la que ella se encontraba repentinamente.

      Stephano no sabía por qué sentía lo que sentía en ese momento. Su reacción le fastidiaba mucho porque no quería que la niñera le resultara tan atractiva. Él había tenido muchas novias en los años que había estado solo desde que lo dejara su mujer; pero con ninguna había ido en serio. Todas sabían que para él había sido un juego.

      Pero Penny no entraba en esa categoría. Para empezar era su empleada, y uno de sus lemas era no mezclar jamás los negocios con el placer. Además, le daba la impresión de que a ella no le iban los líos pasajeros. Aún no la había estudiado bien, pero parecía de esa clase de mujer que no se conformaría con otra cosa que no fuera una relación seria.

      Ella se uniría al hombre de sus sueños, y Stephano se dijo que sería un hombre afortunado, ya que Penny era sin duda el sueño de todo hombre. La señorita Keeling era guapa, inteligente, capaz, interesante… Se le ocurrían multitud de adjetivos para describirla, y no podía olvidarse de lo sexy y provocativa que le resultaba… Stephano dejó de pensar y se tomó el whisky de un trago.

      –Aquí hace un poco de calor, ¿no te parece? –dijo mientras se ponía de pie–. ¿Te importa si seguimos hablando fuera?

      ¡Fuera respiraría mejor! Y podría apartarse un poco más de ella.

      Penny sonrió con consentimiento y se puso de pie de un salto.

      –Tiene una casa y una finca maravillosas, señor Lorenzetti. Me encantaría pasear por sus jardines.

      –Stephano. Por favor, tutéame –sugirió él en tono suave.

      –Preferiría no hacerlo; es un poco demasiado informal para nuestra situación –respondió ella con prontitud.

      Stephano percibió que sus ojos cambiaron de color, del azul claro al amatista, a la suave luz del ocaso. De pronto le parecieron más dulces y vulnerables…

      ¡Pero no…! ¡No debía fijarse en nada de eso…!

      –No puedo permitir que me llames señor Lorenzetti cuando estamos a solas.

      –¿Y si lo llamo signor Lorenzetti? –preguntó ella con sorna.

      Éste se fijó en el brillo de sus ojos de nuevo. Tal vez ella no lo supiera, pero era tan guapa, tan coqueta y provocativa. Supuso que no era consciente de ello. Seguramente se quedaría horrorizada si supiera lo que él estaba pensando, y cómo estaba interpretando su comportamiento.

      –Háblame de ti –le pidió él, consciente de que tenía la voz ligeramente más ronca que de costumbre–. Sé muy poco de ti… salvo que tus referencias son inmejorables, y que no tienes novio –añadió mientras torcía los labios–. ¿Por ejemplo, dónde vives?

      –Comparto piso con otra persona en Notting Hill. O lo compartía, porque lo dejé hoy.

      –Entiendo. ¿Con una amiga o con un amigo? –preguntó, sin darse cuenta de su indiscreción.

      Además, ya le había dicho que no tenía novio.

      –¿Quiere meterse en mi vida privada, señor Lorenzetti?

      Su pregunta lo sorprendió, pero al ver el brillo en los ojos de Penny, la sorpresa dio paso al una sonrisa.

      –Soy una persona muy curiosa. ¿Tienes familia, Penny? Por supuesto, no me lo tienes que contar si no quieres. Pero siempre me gusta