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De mentes y dementes


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      Nada es más difícil que no engañarse a sí mismo.

      LUDWIG WITTGENSTEIN

      Los avances tecnológicos actuales, como la resonancia magnética, permiten a los científicos medir directamente la actividad cerebral. Esta capacidad también ha hecho posible retomar y reformular conceptos psicoanalíticos clave, esas fuerzas internas que escapan a nuestra conciencia y que influyen en nuestro comportamiento.

      De acuerdo con la teoría psicodinámica, existen procesos inconscientes que, de forma defensiva, tratan de mantener fuera de nuestra conciencia los pensamientos e impulsos que nos provocan ansiedad. Estos procesos incluyen represión, supresión y disociación.

      La supresión es una forma voluntaria de represión propuesta por Sigmund Freud en 1892. Se trata de un mecanismo que consiste en «sacar de la conciencia» los deseos, pensamientos, recuerdos, emociones y fantasías indeseables o incómodos. Por ejemplo, cuando una persona está pasando por un mal momento por la muerte de alguien o por una relación que ha terminado, puede tratar conscientemente de no pensar en ello para seguir adelante con su vida; o cuando alguien siente el impulso de decirle a su jefe lo que piensa de él y de su comportamiento infantil, mejor suprime la idea porque «necesita el curro».

      En ambos casos, el deseo consciente es coartado por la voluntad, también consciente, de evitar llevar a cabo la acción. No obstante, los impulsos siguen ahí y pueden exteriorizarse de otra forma: por ejemplo, desarrollando una tos nerviosa cuando se está junto al jefe en cuestión, o un deseo sexual no satisfecho, que puede desembocar en un «acto fallido» o un lapsus linguae.3

      En general, los pensamientos, los deseos y las memorias suprimidas pueden influir en nuestro comportamiento, en nuestros pensamientos conscientes y en nuestros sentimientos, y pueden expresarse mediante síntomas o, incluso, como enfermedades mentales.

      Aunque muchos afirman que el mecanismo de supresión es un mito psicoanalítico sin bases científicas, las últimas investigaciones no sugieren lo mismo. El psicólogo Michael C. Anderson, de la Universidad de St. Andrews, en Escocia, llevó a cabo un experimento de «pensar/no pensar» para explorar la base cerebral de la supresión de la memoria. Un grupo de voluntarios tuvo que memorizar 48 pares de palabras y, luego, ya con un escáner puesto, se les mostró la primera palabra y ellos tuvieron que recordar la palabra asociada —respuesta condicionada—, o bien, evitar que esta entrara en su pensamiento consciente —supresión condicionada—; se observó que suprimir voluntariamente la palabra asociada durante el experimento provocaba que después fuera más difícil recordarla, pero de manera diferente al olvido que ocurre con el tiempo —un olvido más enfático, más definitivo.

      EVIDENCIAS DE LA SUPRESIÓN

      Las imágenes del escáner mostraron que, al suprimir las palabras, los participantes utilizaban áreas en la corteza prefrontal para bloquear los procesos de los sectores del cerebro involucrados en la formación de recuerdos, en particular del hipocampo; esto es importante porque estudios anteriores revelaban que la capacidad de recordar era proporcional a la actividad de dicha parte del cerebro. Pero más importante aún fue descubrir que existe mayor actividad cerebral cuando se trata de suprimir un recuerdo que cuando se trata de revivirlo. La gente suele suprimir los recuerdos no deseados por medio de un esfuerzo voluntario, el cual puede ser rastreado en el sistema nervioso revelando una forma que solo Freud pudo imaginar —después de todo, él tenía formación neurocientífica—. Este vínculo entre la supresión y los mecanismos del cerebro relacionados con el control de nuestra conducta llevan al fenómenode lasupresión, del diván del psicoanalista al ámbito físico de la neurociencia.

      Una supresión de distinto tipo, conocida como «supresión visual perceptual», ocurre cuando un objeto —o parte de este— no es visto conscientemente aun cuando la imagen es claramente visible. Por ejemplo, en las figuras ambiguas, que se presentan aquí: el cubo, el vaso-cara o el pato-conejo. Los ojos ven las mismas líneas y figuras en la página, pero lo que uno «ve» en su cabeza va cambiando, por ejemplo, entre un pato, un conejo y otra vez un pato. Cuando uno ve al pato, el conejo queda suprimido de la mente y viceversa.

      VER O NO VER, ESA ES LA CUESTIÓN

      La disociación es otro estado controversial en el que los pensamientos, las emociones, las sensaciones o los recuerdos se separan del resto de la psique. Este fenómeno fue descubierto por el psiquiatra Pierre Janet,4 y es muy común en individuos sanos —por ejemplo, cuando uno no pone atención en la carretera por estar oyendo una canción, o cuando se lee un libro y, de pronto, uno «se va» en un pasaje y no recuerda ni qué leyó, o bien cuando uno va a alguna habitación a por algo y, al entrar, no se acuerda de a qué iba—. Sin embargo, hay formas más radicales de esta disociación, como el desorden de identidad disociativa —DID—, antes conocido como «desorden de personalidad múltiple», que involucra la presencia de dos o más estadios de identidad distintos y separados. Estos están caracterizados por respuestas emocionales, pensamientos, temperamentos, estados de ánimos e imágenes distintas de uno mismo que recurrente y alternadamente, toman el control del comportamiento y la conciencia. La ciencia considera que el did es el resultado de la fragmentación de la identidad, y no así de la proliferación de identidades distintas.

      El DID muchas veces está asociado a traumas severos y prolongados durante la infancia —como negligencia o abuso sexual—, y se desarrolla para tener una manera de sobrellevar una situación que rebasa al individuo por ser muy dolorosa o violenta para ser asimilada por un yo consciente. La persona, literalmente, «se va» psicológicamente para huir de una experiencia que le genera demasiada ansiedad y de la cual no puede huir físicamente.

      Estadios neurobiológicos del DID sostienen la validez del diagnóstico clínico y sugieren que un solo cerebro puede generar dos o más estados de conciencia, cada uno con su propio y único patrón en la forma de ver, pensar, comportarse y recordar. Indicadores fisiológicos, como cambios en las respuestas eléctricas de la piel —relacionadas con la sudoración—, el pulso, la respuesta a la medicación, las reacciones alérgicas y la función endocrina varían dependiendo de la personalidad en la que esté el paciente. Es como si dos personas distintas conviviesen en el mismo cerebro.

      Pero muchas veces, la diferencia entre las personalidades es tan severa como la noche y el día. Los especialistas Bruno Waldvogel, Axel Ullrich y Hans Strasburger de Munich, Alemania, cuentan el caso de una paciente con disociación que gradualmente recobró la vistadurante la terapia, después de15 años de ser diagnosticada como ciega. No había nada malo en sus ojos per se, pero ella afirmaba no poder ver, y el oftalmólogo corroboró esta versión. Sin embargo, durante el experimento, los médicos se dieron cuenta de que, cuando la paciente estaba en una personalidad, podía ver con normalidad, pero cuando tenía otra personalidad más joven y masculina —que podía ser invocada con solo llamarla por su nombre— volvía a ser invidente. Este fenómeno podría ser interpretado como simple histeria si no fuera por la actividad cerebral registrada en el electroencefalograma: este reveló que cuando la paciente adoptaba la personalidad «vidente», sus ondas cerebrales eran normales frente a la luz, pero la actividad se reducía de forma importante durante el estado de personalidad ciega. Este descubrimiento es primordial, ya que implica que el cerebro interviene en las primeras etapas del proceso del sistema visual, impidiendo que los estímulos visuales lleguen al córtex. ¿Cómo lo hace? No lo sabemos.

      La disociación parece ser entonces el resultado de la escisión de ciertas conexiones de distintas regiones cerebrales y, por tanto, se infiere que este tipo de desórdenes puede ser resultado de un fallo en la integración y coordinación de los circuitos neuronales que representan la imagen del yo.

      Los avances tecnológicos de la neurociencia revelan la neurobiología detrás del inconsciente dinámico que Freud, Janet y otros proyectaron. Para ello, mucho de lo que se había predicado basándose solo en «la cura del habla» tendrá que ser revisado, redefinido e, incluso, perfeccionado. También se buscará dar con nuevos métodos para comprobar estos procesos inconscientes de forma neurológica.5