Dr. Juan Moisés De La Serna

Conversaciones Con Mi Abuela Materna


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que es con quien mejor me llevo, aunque apenas nos podemos ver, pues vive en otra ciudad.

      Todos se han reunido hoy alrededor de mi mesa para celebrar mi cumpleaños, ese momento, que a pesar de ser insignificante, pues el sol sale y se pone como en el resto de los días, en éste se celebra la conmemoración de mi nacimiento; la venida a éste mundo, hace ya más de noventa años.

      Estaba pensando en la suerte que había tenido al poderlos tener a todos reunidos a pesar de sus muchas y múltiples obligaciones, mientras me levanté para ir a la cocina a por un vaso de agua.

      A pesar de mi gran familia, estoy acostumbrada a vivir sola en casa, pues la muchacha que me asiste únicamente viene unas horas para fregar, barrer y limpiar.

      Aunque a medio día siempre suele aparecer uno de mis hijos que a veces trae comida preparada, y tras comer conmigo se va para atender sus múltiples ocupaciones.

      Por la tarde, suelo quedar con alguna amiga, a la que voy a visitar a su casa o viene a la mía para charlar y tomar café.

      Así van sucediéndose los días sin que se produzca ningún sobresalto en mi vida, pero tampoco lo necesito.

      Ya tuve quince años y también treinta, y los viví y disfruté intensamente, y ahora tengo que adecuar mi modo de vida a mis posibilidades y a mi edad.

      Por suerte la memoria no me ha fallado todavía, es cierto, que a veces se me olvida en qué día vivo, incluso puede que en alguna ocasión no recuerde si he desayunado o no por la mañana, pero estos son aspectos sin trascendencia.

      Lo que de verdad es importante está intacto, los recuerdos de la vida, mi familia y las amistades que he tenido, aquellos lugares en los que he vivido o visitado, tantas y tantas actividades que he realizado, eso permanece y me hace sentir que he disfrutado de una vida plena.

      Las tardes lluviosas, en que no me decido a salir y cuando sé que mis amigas no van a poder venir, me gusta coger los portarretratos y mirar las fotos, repasando cada una de ellas, cerrando los ojos para volver a vivir lo que me sucedió en ese momento, recordando con quién estaba, cómo me sentía,… reviviendo las muchas experiencias positivas que me regalaron mis hijos, desde sus primeros pasos, pasando por sus juegos en la calle y sus nervios con las primeras parejas,… hasta ahora, en que cada uno vive en su casa con su familia.

      Todos y cada uno de esos insignificantes detalles que una madre va guardando en su corazón cual preciado tesoro y que, aunque parezcan una tontería, me alegran el día.

      Soy consciente que cada uno ya es mayor con sus ocupaciones y su vida, pero en el fondo quisiera que compartiesen más tiempo conmigo, aunque fuese sólo permaneciendo sentado junto a mí viendo la televisión.

      No creo que sea mucho pedir por tanto y tanto como que les he dado en esfuerzo y cariño. No es que me queje, pues sería muy egoísta por mi parte pedírselo, pero creo que de ésta forma las tardes se me harían menos largas.

      De entre todas aquellas fotos de familia, la que más me gusta mirar es el retrato de mi marido, el cual falleció hace más de quince años.

      Al principio no quise ni verlo en foto, por lo que destruí todas las que había en que apareciésemos juntos, pues tal era el dolor de su pérdida que no quería ni recordarle.

      Con el tiempo ese dolor se fue mitigando, cual rescoldos de una hoguera que se deja apagar, aunque no ha llegado a cicatrizar del todo, pues en algunos momentos, sobre todo cuando me encuentro a solas, a veces me entra una gran pena que me dan ganas de meterme en la cama y llorar durante horas.

      Las pocas fotos que sobrevivieron de aquellos primeros momentos de rabia y tristeza las guardé en un cajón que no abrí durante años, trascurrido los cuales, y a pesar de lo deteriorada que estaban algunas por el paso del tiempo, las coloqué en los portarretratos junto con el resto de mis recuerdos familiares.

      Una de ellas, en que aparecía mi marido sonriente, la enmarqué y la puse en la mesilla de noche, de ésta manera le tendría a mi lado cuando me fuese a acostar y así su recuerdo siempre permanecería conmigo.

      Pero de forma incomprensible para mí, poco a poco las fotos se convirtieron solamente en eso, en fotos, cual postal que recibes sobre lugares que no has visitado.

      Ellas ahora sólo contenían imágenes estáticas de un pasado, al cual podía acceder, cada vez con mayor dificultad, cerrando los ojos tratando de recuperar unos recuerdos que creía grabados a fuego en mi memoria, pero de ello ahora ni quedaba rastro de aquel calor.

      Era mucho lo vivido y me disgustaba pensar que llegaría un día en que no recordase aquello que había acumulado durante tantísimos años y que con tanto mimo y esfuerzo había mantenido en mi memoria.

      A veces me entraban ganas de empezar a hablar y hablar, contándole toda mi vida a alguien, para compartir mis experiencias con todos los matices que todavía alcanzaba a recordar, para que no se perdiese en el olvido, para que hubiese quien conociese aquello que había sido mi existencia pero tenía reparos en hacerlo, pues no quería que nadie cargase con mis penas, ya que cada cual ya tiene suficiente con su propia vida como para que además alguien tuviese que cargar con la de otro.

      Todo eso lo pensé de camino a la cocina desde el dormitorio, cuando llegué a la nevera, cogí la botella de agua y me dispuse a beberme un vaso, a pesar de que contravenía las recomendaciones de mi médico, el cual me había indicado en numerosas ocasiones que no tomase comidas ni bebidas frías, pero ¿quién me lo iba a impedir dentro de mi casa?, además para mí era una costumbre, ya eran muchos años haciéndolo, y si hasta este momento no me ha sentado mal no creo que me vaya a perjudicar ahora.

      Me serví un vaso y dejé de nuevo la botella en la nevera. Tras bebérmelo lentamente, dejé el vaso sobre la encimera e inicié mi camino de regreso a la cama, tanteando aquellas silenciosas paredes que habían sido testigos de mi vida entera desde que nos vinimos a vivir aquí mi marido y yo.

      Ha sido mi primera y única casa, desde que salí de vivir con mis padres y me casé. Aquí he tenido a uno de mis hijos en un improvisado paritorio, cuando por efectos de una reacción al estrés, de los problemas económicos que por aquel entonces sufríamos, se me adelantó el momento del alumbramiento.

      Aquí se produjo la pedida de mano de mi segundo hijo, cuando estábamos celebrando su cumpleaños y para sorpresa de todos se arrodilló y se lo pidió a la que era su novia desde hacía tres años.

      Habré pasado por este mismo pasillo tantas y tantas veces, cada día de mi vida, por lo menos un par, lo que me permite no chocar con el mobiliario el cual ha ido cambiando poco, a medida que el tiempo hacía mella en ellos.

      Llegando a la cama, me senté en el borde recordando lo emotivo que ha sido el día de hoy para mí, no sólo por haberse reunido toda la familia, pues hacía años que no lo conseguía, sino porque por fin he conocido a la última incorporación, mi nuevo bisnieto.

      Debido a su corta edad la madre, mi nieta, había decidido que no realizase ningún desplazamiento hasta ese día. Era su primer viaje y también la primera vez que le veía, era una cosita tan pequeña, tal y como mis hijos habían sido y míralos ahora, estaban hechos hombres de provecho.

      Además, y en ésta ocasión, había vuelto a comer pastel, eran ya algunos años que llevaba sin probarlo, desde aquella vez que tuve una subida de azúcar y me prohibieron que lo comiese.

      Pero era un día especial y todo era alegría y jolgorio entre mis hijos, sus esposas, mis nietos y bisnietos.

      Todos habían traído un regalo, por pequeño que fuese, eran objetos sin ninguna importancia para mí, pues tenía todo lo que necesitaba, que cada vez era menos.

      Lo que era realmente importante para mí es que se hubiesen acordado de la fecha de mi cumpleaños y que hubiesen decidido dejar de lado sus obligaciones diarias para hacer un hueco y compartir éste momento conmigo.

      Era mucha la emoción que había vivido ese día, extrañamente me sentía bien, aunque muy cansada.

      Estaba