débiles y heridos, y al mismo tiempo entregados a la misericordia de Dios.
Es necesario bajar y no subir.
Es siempre abajo, en el corazón de nuestra debilidad, donde Dios nos espera. Por eso el discípulo que quiere seguir a Jesús debe también él bajar y aceptar su debilidad. Mientras nos opongamos a nuestra debilidad o la neguemos, Dios no puede actuar en nosotros.
Muchas veces nos apoyamos en nuestra energía natural, en nuestro temperamento voluntarioso, e intentamos subir la escalera de la perfección a partir de nuestra generosidad; todo eso puede durar un cierto tiempo, pero no es el camino de la santidad evangélica. Tenemos que rebajarnos y descender a nuestra pobreza para que el poder de Dios se derrame en nuestra debilidad.
NUESTRA PERLA PRECIOSA
En el fondo, el fariseo y el publicano combaten en cada uno de nosotros. El fariseo representa el camino de una perfección natural, y el publicano, los pasos por un camino propiamente cristiano, que es el de la conversión a través de la bajada a nuestra miseria.
No hay otro camino fuera de esa pequeña vía del descenso a la debilidad, que nos hará descubrir nuestra pobreza como la perla preciosa por la cual tenemos el coraje de vender todas nuestras riquezas para poseerla.
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