Pablo Morosi

Sabato


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la excepción del pago de aranceles a los alumnos con mejores promedios.

      El estudio y desarrollo de las ciencias exactas y naturales, incluyendo la experimentación con nuevas tecnologías y conocimientos científicos, era uno de los pilares centrales del proyecto de universidad que en 1905 había concebido el por entonces ministro de Justicia e Instrucción Pública, Joaquín Víctor González, quien, además, impulsó la creación del Instituto de Física, como un centro de formación de excelencia, alentando la incorporación de un grupo de catedráticos e investigadores europeos de jerarquía para integrar su staff. Entre los contratados que cruzaron el océano Atlántico estaban los alemanes Emil Hermann Bose y su esposa Margrete (luego Margarita) Heiberg, Walther Nernst y Richard Gans, quien dirigió el Instituto en dos temporadas, entre 1911 y 1925 y entre 1940 y 1950. En una serie de cartas intercambiadas por Gans y Walther Gerlach, que dirigía el Instituto de Física de la Universidad de Berlín, se revela que el presupuesto de ambas instituciones era similar. Esa impronta explica, centralmente, el interés de Albert Einstein por conocer personalmente la experiencia del Instituto platense, que visitó el 2 abril de 1925.

      La escasa cantidad de alumnos en los cursos de grado generaba un trato cercano, casi familiar, de parte de docentes de gran reputación, muchos de ellos verdaderos precursores en la historia de la física y la astronomía, como el ya citado Loedel Palumbo, los hermanos Teófilo y Héctor Benito Isnardi, Ramón Godofredo Loyarte o José Bernardo Collo, quien dirigió el Departamento de Física durante casi cuarenta años.

      En la etapa final de sus estudios secundarios, Sabato había sentido el impulso de comenzar a escribir. Desde su llegada a La Plata lo hizo secretamente, durante las noches, cuidándose de que nadie lo descubriera. Su máxima osadía fue participar, usando pseudónimo, de una publicación estudiantil cuyos números se perdieron en la borrasca del olvido. Allí publicó un relato sarcástico sobre las desventuras de un rey imaginario. Cuando ingresó a la facultad mantuvo esa inclinación, pero tuvo que extremar los recaudos: no estaba bien visto en el ambiente académico en el que ahora se movía que un hombre de ciencia perdiera su tiempo con la literatura.

      Para entonces ya se había producido la llegada a La Plata de Arturo, su hermano menor, que, siguiendo sus pasos, cursó el bachillerato en el Colegio Nacional. Entre tanto, Juan se había recibido e iniciado una experiencia de posgrado en la Universidad Técnica de Dresde, Alemania, donde viviría durante varios años perfeccionándose en ingeniería eléctrica. Entonces, algunos de sus escritos secretos, que solo se había atrevido a compartir con Juan, viajaban por correo a suelo teutón.

      Llegó al comunismo en un contexto mundial de gran descrédito del sistema capitalista a partir del estallido de la bolsa de Wall Street, en octubre de 1929. Adhirió con fervor a luchas contra la inequidad social derivada del impacto de la crisis internacional, que perjudicó a nuestro país por la abrupta caída del precio de los productos agropecuarios. La fuerte retracción del mercado interno alimentó un creciente clima de tensión entre los sectores obreros y el gobierno del caudillo radical Hipólito Yrigoyen.

      El primer paso del joven Sabato hacia el marxismo consistió en su adhesión al flamante Partido Universitario de Izquierda (PUI), una agrupación conformada en la UNLP que intentó cohesionar a las diferentes vertientes de la izquierda en un frente estudiantil. No obstante, el sector en el que estaba Sabato emigró rápidamente al Partido Comunista Argentino (PCA).

      El escenario se complicó aún más cuando, el 6 de septiembre de 1930, el teniente general José Félix Uriburu derrocó a Yrigoyen, inaugurando un ciclo de inestabilidad política que se prolongaría por más de medio siglo. Uriburu lanzó una furibunda represión contra los grupos disidentes considerados “elementos nocivos para el orden público”, entre los que se incluía a radicales, comunistas, socialistas y anarquistas, a los que sometió a persecuciones y arrestos arbitrarios. El régimen procedió a retirar la personería jurídica al PCA, además de clausurar sus periódicos y locales partidarios. Si bien el principal objetivo de esta política eran los sindicatos, también alcanzó con fuerza al activismo en las universidades. La UNLP fue intervenida, se dispusieron cesantías y se clausuró la actividad de los órganos de gobierno, así como la de los centros de estudiantes en todas las facultades. Al poner en evidencia la fragilidad de la autonomía universitaria, aquellas medidas significaron una verdadera prueba de fuego para la sostenibilidad de los postulados reformistas.

      Las detenciones y allanamientos arreciaron a partir de la creación de la Sección Especial para la Represión del Comunismo (SERC) de la Policía de la Capital. La temible SERC fue concebida por el titular de la Subprefectura de Seguridad de la fuerza, teniente coronel Carlos Hilario Rodríguez, y tuvo entre sus responsables a Leopoldo Lugones (hijo), alias “Polo”, quien pasó tristemente a la historia como el inventor de la picana eléctrica. La sección actuaba con gran virulencia, por lo que muchos de los miembros del PCA vivían ocultos o circulaban con documentación falsa. Ernesto, que por entonces había adoptado el apodo de Ferri, sintió en carne propia aquel asedio. Un día el departamento donde se hallaba escondido fue sorpresivamente allanado y tuvo que huir saltando por una ventana hacia el techo de una casa lindera.

      En 1931 Sabato participó del relanzamiento de Insurrexit, un grupo estudiantil con fuerte respaldo de la intelectualidad del Partido Comunista que había nacido en 1919 como primer nucleamiento estudiantil de izquierda con impronta libertaria, y que había durado dos años. En esta nueva encarnación, aglutinó a destacados referentes del marxismo vernáculo y operó como cantera de nuevos militantes, muchos de los cuales ingresaban a sus filas sin tener filiación comunista. Su líder más visible fue Héctor Pablo Agosti, por entonces estudiante en la carrera de Filosofía y Letras de la UBA.

      Insurrexit llegó a tener terminales en La Plata, Córdoba, Santa Fe y Tucumán. Entre sus militantes platenses estaban los hermanos Saúl y Carlos Serafín Bianchi, Néstor Jáuregui, Félix Aguilar, José Katz y Emilio Simón Gershanik, en su mayoría provenientes del anarquismo, como el propio Sabato. También formaron parte de la agrupación su hermano Arturo –que llegó a liderar al grupo en La Plata– y sus grandes compañeros de entonces, Miguel Itzigsohn y Rogelio Julio Frigerio, que en esa época estudiaba derecho y expresaba su simpatía por el trotskismo.

      Itzigsohn fue una de las primeras personas con quienes Sabato compartió sus escritos secretos. Juntos se divertían con un perro de la calle al que bautizaron “Margotín” y al que luego transformaron en un personaje llamado el “doctor Margotín”, artífice del particular “humor margotínico” y protagonista de inéditas y disparatadas historias. Ese perro aparecería mencionado en su libro Uno y el Universo.