disminuyen las tasas de natalidad en el este de Asia, Europa y América, combinado con el declive, menos frenético, en África, Medio Oriente y el sur de Asia, el equilibrio mundial del poder económico y geopolítico se desplaza. Considere esto: por cada bebé que nace hoy en los países desarrollados, más de nueve llegan al mundo en los mercados emergentes y los países en desarrollo. Dicho de otro modo: por cada bebé que nace en Estados Unidos, llegan 4.4 en China, 6.5 en India y 10.2 en África. Además, los avances en nutrición y en prevención de enfermedades en las regiones más pobres del mundo han permitido que un número cada vez mayor de bebés lleguen a la edad adulta y se conviertan, a su vez, en padres. Hace medio siglo, en países africanos como Kenia y Ghana, moría 25 por ciento de los niños menores de 14 años, hoy la cifra es menor de 10 por ciento.
Estos veloces cambios en las poblaciones del mundo no sólo responden a quién tiene más bebés, sino también a quiénes ven crecer más rápidamente sus expectativas de vida. Por ejemplo, en la década de 1950 quienes nacían en las regiones poco desarrolladas vivían un promedio de treinta años menos que en las más desarrolladas. Hoy en día esta diferencia es de 17 años. Entre 1950 y 2015 las tasas de mortalidad en Europa se redujeron únicamente 3 por ciento, mientras que la cifra para África fue de un descomunal 65 por ciento. Los países más pobres están alcanzando a los demás en términos de expectativas de vida, gracias a la reducción en mortalidad en todos los grupos demográficos.
Figura 3. Distribución regional de la población total (%)
Para valorar el impacto global de estos cambios demográficos observe la figura 3. Aquí se muestra el porcentaje de la población total mundial en distintas regiones entre 1950 y 2017, con los pronósticos para el año 2100 calculados por la ONU.
Concentre su atención en el año 2030. Para entonces el sur de Asia (incluyendo India) consolidará su posición como la primera región del mundo en términos de tamaño poblacional. África se convertirá en la segunda región, mientras que el este de Asia (incluyendo China) se verá relegada al tercer puesto. Europa, que en 1950 estuvo en segundo lugar, caerá hasta el sexto, detrás del sureste de Asia (Camboya, Indonesia, Filipinas y Tailandia, entre otros países) y América Latina.
La migración internacional podría mitigar parcialmente estos cambios históricos al redistribuir poblaciones de regiones del mundo con superávit hacia otras con déficits. De hecho, esto ha ocurrido así a lo largo de la historia, por ejemplo cuando muchos europeos del sur migraron al norte de Europa en las décadas de 1950 y 1960. Esta vez, sin embargo, la migración no será capaz de revertir las tendencias demográficas (véanse los datos de la figura 3). Lo digo porque demasiados gobiernos parecen muy decididos a construir muros, ya sea a la vieja usanza (con ladrillos) o mediante el despliegue de tecnologías como láseres y detectores químicos para monitorear los cruces.
Pero incluso si estos muros nunca llegan a construirse, u ocurren circunstancias que los vuelven inútiles, mis previsiones indican que la migración podría no tener un gran impacto en estas tendencias demográficas. Dados los niveles actuales de migración y crecimiento poblacional, África subsahariana (los 50 países africanos que no tienen frontera con el mar Mediterráneo) se convertirá en la región más poblada del planeta para 2030. Asumamos por un momento que la migración duplica su volumen durante los próximos 20 años; incluso así, esa cifra no haría más que demorar ese momento inevitable hasta 2033. Es decir, no descarrilaría las principales tendencias demográficas, sólo las pospondría unos tres años.
Las mujeres y los bebés, amos del mundo
Entonces, ¿qué causas subyacen en la desaceleración de la fertilidad global? Es una pregunta difícil de responder. Después de todo, concebir bebés requiere un método ampliamente conocido, fácil de usar y en extremo popular. Permítame comenzar con una historia sobre mi propio árbol genealógico. Una de mis tarabuelas tuvo 21 embarazos y dio a luz 19 bebés. Su primogénito nació cuando ella tenía 21 años, y el menor cuando había cumplido 42. Conforme el país fue desarrollándose y las mujeres obtuvieron mejor acceso a la educación las familias se redujeron hasta tener uno o dos hijos.
Lo que es importante entender es que en otras partes del mundo, incluyendo África, Medio Oriente y el sur de Asia, sigue habiendo millones de mujeres que dan a luz cinco, diez o más hijos a lo largo de su vida. Sin embargo, conforme avanza el tiempo el número promedio de hijos por mujer se reduce también en los países en desarrollo, y por las mismas razones por las que se desplomó en los países desarrollados hace dos generaciones. Hoy las mujeres tienen más oportunidades fuera del hogar, y para aprovecharlas permanecen en la escuela y en muchos casos continúan hasta la educación superior. Esto, a su vez, significa que posponen la crianza de sus hijos. En términos generales, el cambio en los papeles de las mujeres en la economía y la sociedad es el factor más importante de la caída en la fertilidad global. Con una frecuencia cada vez mayor son las mujeres quienes determinan qué ocurre en el mundo.
Pensemos en el caso de Estados Unidos, donde las prioridades de las mujeres han cambiado rápidamente. En la década de 1950 las mujeres estadunidenses se casaban a una edad de 20 años en promedio; los hombres, a los 21. Actualmente las edades son de 27 y 29 años, respectivamente. La edad promedio de las madres primerizas también se ha incrementado a 28 años. Buena parte de este cambio se debe a la extensión de la escolaridad. Hoy hay más mujeres que completan la enseñanza media superior, y que continúan a la universidad. En la década de 1950 cerca de 7 por ciento de las mujeres de entre 25 y 29 años tenían un título universitario, la mitad que los hombres. Actualmente la proporción de mujeres con títulos universitarios es de 40 por ciento, mientras que para los hombres la cifra es sólo de 32 por ciento.
Cada vez menos sexo
La evolución de las poblaciones humanas tiende a ser un proceso desordenado. Durante miles de años el crecimiento demográfico respondió a la disponibilidad de comida, las guerras, la propagación de las enfermedades y el impacto de los desastres naturales. Durante siglos, los filósofos, teólogos y científicos se han enfrentado a la pregunta de cuántos seres humanos puede mantener el planeta con los recursos disponibles. En 1798 Thomas Robert Malthus, un economista y demógrafo británico, advirtió sobre lo que se conocería como la “trampa malthusiana”, es decir nuestra tendencia a reproducirnos de más y agotar nuestros recursos. Durante la vida de Malthus la población global sumaba menos de 1,000 millones (comparada con los 7,500 millones de la actualidad). Malthus pensaba que los humanos son los peores enemigos de sí mismos a causa de sus impulsos sexuales desenfrenados. En su opinión, el crecimiento demográfico desbocado provocaría hambrunas y enfermedades, puesto que el suministro de alimentos sería incapaz de mantener el ritmo del crecimiento poblacional. Malthus y muchos de sus coetáneos temían que la especie humana estuviera al borde de la extinción por sobrepoblación. “El poder de la población”, escribió, “es tan superior al poder de la tierra para producir la subsistencia del hombre que la muerte prematura debe, de uno u otro modo, visitar a la raza humana.”
Hoy podemos decir, con la perspectiva que nos da ver hacia el pasado, que Malthus subestimó nuestra capacidad de invención e innovación, que ha conducido a espectaculares aumentos en el rendimiento de las cosechas. También minimizó las gigantescas posibilidades de expandir el suministro de alimentos mediante el comercio internacional, gracias a la aceleración y el abaratamiento de los transportes transoceánicos. Estuvo en lo correcto, sin embargo, en subrayar que la población y los alimentos son las dos caras de la misma moneda.
Aunque Malthus subestimó el posible impacto de la innovación sobre la producción y distribución de comida, omitió por completo las formas en las que la tecnología moderna reduciría nuestro apetito sexual. El vínculo entre ambas cosas es sorprendentemente simple: cuanto más formas de entretenimiento tenemos disponibles, menos sexo practicamos. La sociedad moderna ofrece un abanico de opciones de entretenimiento, desde la radio y la televisión hasta los videojuegos y las redes sociales. En algunos países desarrollados, incluyendo Estados Unidos, las tasas de actividad sexual se han reducido en las últimas décadas. Un meticuloso estudio publicado en Archives of Sexual Behavior encontró que “los adultos