todos estos esfuerzos y establecían las líneas políticas según las cuales un fragmento del pasado había de ser conservado, rectificado otro, y otro borrado de la existencia.
El Departamento de Registro, después de todo, no era más que una simple rama del Ministerio de la Verdad, cuya principal tarea no era reconstruir el pasado, sino proporcionarles a los ciudadanos de Oceanía periódicos, películas, libros de texto, programas de telepantalla, comedias, novelas, con toda clase de información, instrucción o entretenimiento. Fabricaban desde una estatua a un slogan, de un poema lírico a un tratado de biología y desde la cartilla de los niños hasta el diccionario de neolengua...Y el Ministerio no sólo tenía que atender a las múltiples necesidades del Partido, sino repetir toda la operación en un nivel más bajo a beneficio del proletariado.
Había toda una cadena de secciones separadas que se ocupaban de la literatura, la música, el teatro y, en general, de todos los entretenimientos para los proletarios. Allí se producían periódicos que no contenían más que informaciones deportivas, sucesos y astrología, noveluchas sensacionalistas, películas que rezumaban sexo y canciones sentimentales compuestas por medios exclusivamente mecánicos en una especie de calidoscopio llamado versificador, Existía incluso una sección conocida en neolengua como Pornosec, encargada de producir pornografía de clase ínfima y que era enviada en paquetes sellados que ningún miembro del Partido, aparte de los que trabajaban en la sección, podía abrir.
Habían salido tres mensajes por el tubo neumático mientras Winston trabajaba, pero se trataba de asuntos corrientes y los había despachado antes de ser interrumpido por los Dos Minutos de Odio. Cuando el odio terminó, Winston volvió a su cabina, sacó del estante el diccionario de neolengua, apartó a un lado el hablescribe, limpió sus anteojos y se dedicó a su principal cometido de la mañana.
El mayor placer de Winston era su trabajo. La mayor parte consistía en una aburrida rutina, pero también incluía labores tan difíciles e intrincadas que uno se perdía en ellas como en las profundidades de un problema de matemáticas: delicadas labores de falsificación en las que sólo era posible guiarse por su conocimiento de los principios del Ingsoc y el cálculo de lo que el Partido quería que uno dijera. Winston servía para esto. En una ocasión le encargaron incluso la rectificación de los editoriales del Times, que estaban escritos totalmente en neolengua.
Desenrolló el mensaje que antes había dejado a un lado como más difícil. Decía: “times 3.12.83 referente ordendía gh doblemásnobueno refs nopersonas reescribir completo someter antesarchivar”.
En antiguo idioma quedaba así: “La información sobre la orden del día del Gran Hermano en el Times del 3 de diciembre de 1983 es absolutamente insatisfactoria y se refiere a las personas inexistentes. Volverlo a escribir por completo y someter el borrador a la autoridad superior antes de archivar”.
Winston leyó el artículo ofensivo. La orden del día del Gran Hermano se dedicaba a alabar el trabajo de una organización conocida por FFCC, que proporcionaba cigarrillos y otras cosas a los marineros de las fortalezas flotantes. Cierto camarada Withers, destacado miembro del Partido Interior, había sido agraciado con una mención especial y le habían concedido una condecoración, la Orden del Mérito Conspicuo, de segunda clase.
Tres meses después, la FFCC había sido disuelta sin que se supieran los motivos. Podía pensarse que Withers y sus asociados habían caído en desgracia, pero no había información alguna sobre el asunto en la prensa ni en la telepantalla. Era lo corriente, ya que muy raras veces se procesaba ni se denunciaba públicamente a los delincuentes políticos. Las grandes “purgas” que afectaban a millares de personas, con procesos públicos de traidores y criminales del pensamiento que confesaban abyectamente sus crímenes para ser luego ejecutados, constituían espectáculos especiales que se daban sólo una vez cada dos años. Lo habitual era que las personas caídas en desgracia simplemente desapareciesen y no se volviera a oír hablar de ellas. Nunca se tenía la menor noticia de lo que pudiera haberles ocurrido. En algunos casos, ni siquiera habían muerto. Aparte de sus padres, unas treinta personas conocidas por Winston habían desaparecido en una u otra ocasión.
Mientras pensaba en todo esto, Winston se daba golpecitos en la nariz con un sujetador de papeles. En la cabina de enfrente, el camarada Tillotson seguía misteriosamente inclinado sobre su hablescribe. Levantó la cabeza un momento. Otra vez, los destellos hostiles de las gafas. Winston se preguntó si el camarada Tillotson estaría encargado del mismo trabajo que él. Era perfectamente posible. Una tarea tan difícil y complicada no podía estar a cargo de una sola persona. Por otra parte, encargarla a un grupo sería admitir abiertamente que se estaba realizando una falsificación. Muv probablemente, una docena de personas trabajaban al mismo tiempo en distintas versiones rivales para inventar lo que el Gran Hermano había dicho “efectivamente”. Y, después, algún cerebro privilegiado del Partido Interior elegiría esta o aquella versión, la redactaría definitivamente a su manera y pondría en movimiento el complejo proceso de confrontaciones necesarias. Luego, la mentira elegida pasaría a los registros permanentes y se convertiría en la verdad.
Winston no sabía por qué había caído Withers en desgracia. Quizás fuera por corrupción o incompetencia. O quizás el Gran Hermano se hubiera librado de un subordinado demasiado popular. También pudiera ser que Withers o alguno relacionado con él hubiera sido acusado de tendencias heréticas. O quizás –y esto era lo más probable– hubiese ocurrido aquello sencillamente porque las “purgas” y las vaporizaciones eran parte necesaria de la mecánica gubernamental. El único indicio real era el contenido en las palabras “refs nopersonas”, con lo que se indicaba que Withers estaba ya muerto. Pero no siempre se podía presumir que un individuo hubiera muerto por el hecho de haber desaparecido. A veces los soltaban y los dejaban en libertad durante uno o dos años antes de ser ejecutados. De vez en cuando, algún individuo a quien se creía muerto desde hacía mucho tiempo, reaparecía como un fantasma en algún proceso sensacional donde comprometía a centenares de otras personas con sus testimonios antes de desaparecer, esta vez para siempre. Sin embargo, en el caso de Withers, estaba claro que lo habían matado. Era ya una nopersona. No existía: nunca había existido. Winston decidió que no bastaría con cambiar el sentido del discurso del Gran Hermano. Era mejor hacer que se refiriese a un asunto sin relación alguna con el auténtico.
Podía trasladar el discurso al tema habitual de los traidores y los criminales del pensamiento, pero esto resultaba demasiado claro; y por otra parte, inventar una victoria en el frente o algún triunfo de superproducción en el noveno plan trienal, podía complicar demasiado los registros. Lo que se necesitaba era una fantasía pura. De pronto se le ocurrió inventar que un cierto camarada O´Gilvy había muerto recientemente en la guerra en circunstancias heroicas. En ciertas ocasiones, el Gran Hermano dedicaba su orden del día a conmemorar a algunos miembros ordinarios del Partido cuya vida y muerte ponía como ejemplo digno de ser emulado por todos. Hoy conmemoraría al camarada O´Gilvy. Desde luego, no existía el tal O´Gilvy, pero unas cuantas líneas de texto y un par de fotografías falsificadas bastarían para darle vida.
Winston reflexionó un momento, se acercó luego al hablescribe y empezó a dictar en el estilo habitual del Gran Hermano: un estilo a la vez militar y pedante, y fácil de imitar por el truco de hacer preguntas y contestárselas él mismo en seguida. (Por ejemplo: “¿Qué nos enseña este hecho, camaradas? Nos enseña la lección –que es también uno de los principios fundamentales de Ingsoc– que”, etc., etc.)
A la edad de tres años, el camarada O´Gilvy había rechazado todos los juguetes excepto un tambor, una ametralladora y un autogiro. A los seis años –uno antes de lo reglamentario por concesión especial– se había alistado en los Espías; a los nueve años, era ya jefe de tropa. A los once había denunciado a su tío a la Policía del Pensamiento después de oír una conversación donde el adulto había mostrado sus tendencias criminales. A los diecisiete fue organizador en su distrito de la Liga juvenil Anti-Sex. A los diecinueve había inventado una granada de mano que fue adoptada por el Ministerio de la Paz y que, en su primera prueba, mató a treinta y un prisioneros eurasiáticos. A los veintitrés murió en acción de guerra. Perseguido por cazas enemigos de propulsión a chorro mientras volaba sobre el Océano Índico portador de mensajes secretos, se había arrojado al mar con las