que permite conocer mejor las vidas de Indalecio Prieto y José Antonio Aguirre. Ellos fueron los padres fundadores de la Euskadi autónoma que nació en la coyuntura trágica de la Guerra Civil y los líderes más carismáticos de sus respectivos partidos en el siglo XX. Su alianza de 1936 ha sido de longue durée, pues ha llegado hasta nuestros días. En efecto, el PNV y el PSOE (o PSE desde 1977) constituyeron la base fundamental de todos los Gobiernos de los lehendakaris Aguirre (1936-1960) y Leizaola (1960-1979) en el dilatado exilio durante el franquismo. También lo fueron en la Transición con la preautonomía: el Consejo General Vasco (1978-1980), presidido primero por el socialista Ramón Rubial y después por el nacionalista Carlos Garaikoetxea, así como en los Gobiernos de Ardanza (1987-1998) con el Pacto de Ajuria Enea. Y desde 2016 el Gobierno de Urkullu se sustenta de nuevo en la coalición PNV-PSE. Por consiguiente, durante 55 de los 81 años transcurridos desde 1936 hasta 2017, los sucesivos Gobiernos vascos han estado formados principalmente por esos dos partidos, que representan las culturas políticas más arraigadas en Euskadi desde que surgieron a finales del siglo XIX al calor de la revolución industrial vizcaína. El hecho de que hoy en día el PNV y el PSE gobiernen en coalición las instituciones de la Comunidad Autónoma vasca es una prueba de que el legado político pactista de Aguirre y Prieto continúa vigente en la Euskadi del siglo XXI.
JOSÉ LUIS DE LA GRANJA Y LUIS SALA GONZÁLEZ
Leioa, diciembre de 2017
LOS PADRES FUNDADORES DE EUSKADI
Cabe hacer un paralelismo entre las vidas del socialista Indalecio Prieto y del nacionalista José Antonio Aguirre1a pesar de ser de distinta generación: el primero, nacido en 1883, era 21 años mayor que el segundo, y a pesar de su muy diverso origen social y geográfico: Prieto perteneció a una familia asturiana empobrecida por la muerte de su padre, que emigró de Oviedo a Bilbao en 1891, mientras que Aguirre nació en 1904 en el seno de una familia acomodada (su padre fue abogado), propietaria de la empresa Chocolates Bilbaínos.
Sus trayectorias vitales convergieron en Bilbao, la ciudad de nacimiento de Aguirre y en la cual vivió Prieto desde los siete años, sintiéndose bilbaíno de adopción. Sus carreras profesionales estuvieron vinculadas a la villa del Nervión: en el caso de Aguirre, además de ser futbolista del Athletic, en ella radicó su empresa familiar y ejerció la abogacía; por su parte, Prieto fue periodista, director y luego propietario del diario bilbaíno El Liberal. Políticamente, la relación de Prieto con Bilbao fue mucho más intensa que la de Aguirre, pues este fue alcalde de Guecho y diputado por Navarra y por Vizcaya-provincia en la Segunda República, mientras que Prieto fue diputado provincial de Vizcaya por Bilbao (1911-1915), concejal y teniente de alcalde del Ayuntamiento bilbaíno (1916-1918), diputado a Cortes por el distrito de Bilbao en la Monarquía de la Restauración (1918-1923) y por la circunscripción de Vizcaya-capital durante toda la República (1931-1936). En cambio, en la Guerra Civil, Prieto fue ministro en los Gobiernos de Largo Caballero y de Negrín, ubicados en Madrid, Valencia y Barcelona, mientras que Aguirre fue el lehendakari del primer Gobierno vasco, cuya sede estuvo en Bilbao durante nueve meses, desde octubre de 1936 hasta junio de 1937.
A partir de la derrota republicana en la Guerra Civil, ambos políticos se vieron forzados a vivir largo tiempo en el destierro, donde fallecieron en los países en los que más tiempo residieron: Aguirre, en Francia en marzo de 1960, y Prieto, en México en febrero de 1962. Tras su alejamiento político durante los años de la Segunda Guerra Mundial, volvieron a aproximarse en la posguerra mundial con el objetivo de derrocar la Dictadura de Franco y restablecer la democracia en España y la autonomía en Euskadi; pero no lograron dicho objetivo, ni pudieron regresar al País Vasco, al sobrevivirles el dictador y su régimen. Por encima de sus divergencias ideológicas, acabaron siendo amigos, como demostró el emotivo artículo necrológico que Prieto dedicó a Aguirre, a raíz de su muerte en París, titulado «José Antonio y su optimismo» y publicado en El Socialista de Toulouse el 14 de abril de 1960: en él afirmaba: «la fuerza mágica de José Antonio Aguirre era su inquebrantable optimismo», y concluía con estas palabras: «Todos acaban de sufrir una pérdida irreparable»2. Lo mismo sucedió dos años más tarde, cuando se produjo el fallecimiento de Prieto, quien fue elogiado por la prensa del nacionalismo vasco en el exilio: «Ambos representaron un papel importante en la política vasca de los últimos treinta años, algunas veces coincidente, bastantes veces contrario. Al fin, la guerra, el exilio y la muerte los unió definitivamente en la Historia»3.
A lo largo de la Restauración y la República, Indalecio Prieto había sido la bête noire del nacionalismo4, al que derrotó en seis de las siete elecciones generales en las que se presentó a diputado por Bilbao y para el que significó la encarnación del españolismo en Euskadi5. Ahora bien, el españolismo de Prieto fue compatible con su vasquismo, que le llevaba a elogiar los Fueros, interpretándolos en clave liberal, y a defender la autonomía para el País Vasco siempre que respetase las libertades individuales y la República democrática, objetivo de su coalición republicano-socialista, constante de su vida política. Así lo demostró al ser el principal artífice del Estatuto vasco de 1936 y, como tal, el padre fundador de la Euskadi autónoma en la Guerra Civil, junto con José Antonio Aguirre. Vamos a examinar su relación política durante el quinquenio republicano, en el transcurso del cual ambos líderes pasaron de ser enemigos en 1931 a ser aliados en la Guerra Civil: la autonomía vasca dentro de la democracia española fue el programa común que les unió en 1936.
1. LA SEGUNDA REPÚBLICA (1931-1936)
1.1. Prieto y Aguirre no se encontraron en el Pacto de San Sebastián
En la coyuntura de transición y cambio político que fue la dictablanda del general Berenguer, entre el final de la dictadura de Primo de Rivera en enero de 1930 y la caída de la Monarquía de Alfonso XIII en abril de 1931, Indalecio Prieto se convirtió en la punta de lanza del proceso revolucionario contra la Monarquía y por la República con su famoso dilema de «Con el rey o contra el rey», que obligó a posicionarse a todas las fuerzas políticas. La excepción fue el PNV, que optó por mantenerse neutral: ni sostuvo a la Monarquía en crisis, como hizo la Lliga de Francesc Cambó, ni hizo nada por traer la República, rechazando la invitación de Prieto a integrarse en el Bloque antimonárquico. Este fue reconstituido en el País Vasco en 1930, bastantes meses antes de que la Comisión Ejecutiva del PSOE aprobase volver a aliarse con los partidos republicanos. Por eso, la presencia de Prieto en el Pacto de San Sebastián, celebrado el 17 de agosto, fue a título personal y no como representante del Partido Socialista, como él mismo reconoció6. La esencia de dicho pacto consistió en el acuerdo alcanzado entre los líderes republicanos españoles y los catalanistas de centro-izquierda para que, en contrapartida al apoyo de estos últimos al cambio de régimen en España, la República otorgase la autonomía a Cataluña. La posibilidad de que dicha solución autonómica pudiese aplicarse también al País Vasco fue aceptada por Prieto con la condición de que fuese dentro del espíritu liberal y democrático de la República española, que para él representaba un bien superior a la autonomía vasca. El problema era que el PNV no había asistido al Pacto de San Sebastián, ni se había sumado al bloque antimonárquico que proclamó la Segunda República el 14 de abril de 1931, porque entonces «socialistas y nacionalistas eran como el diablo y el agua bendita: no se podían ver», en gráfica expresión del dirigente jelkide Manuel Irujo7.
Prieto reconoció la existencia de una cuestión vasca, pendiente de resolver desde la Monarquía liberal, cuya solución requería la autonomía dentro de la democracia republicana. La dificultad estribaba en que las izquierdas vascas que él lideraba creían que la autonomía beneficiaría a su mayor rival, el PNV, que no era una fuerza laica y pro-republicana, como la Esquerra catalana, sino clerical y derechista, tal y como lo corroboró poco después de la instauración de la República al aliarse con su mayor enemigo, el carlismo, en las elecciones a Cortes Constituyentes, llevando como programa el Estatuto de Estella.
1.2. Enemigos acérrimos por causa del Estatuto de Estella (1931)
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