pero ahora tenía los mismos sentimientos para con todos los A.A. y la Comunidad en su totalidad. No tengo palabras para decirles lo que esta experiencia significaba para mí. Era de una inmensa importancia. Encontré allí una verdadera Hermandad. Me encontré con mis semejantes, mi gente, mi familia. Yo les pertenecía a ellos y ellos me pertenecían a mí. Toda barrera, todo concepto de raza, credo o nacionalidad desapareció de mi mente. Y pasé por esta tremenda experiencia transformadora en el lapso de unas pocas horas.
“Asistí a todas las reuniones que pude. Oí a esos médicos hablar del apoyo y la aprobación de su profesión para con nosotros. Fui a una reunión de Al-Anon y me di cuenta por primera vez de que A.A. es para toda la familia. Las sesiones temáticas centradas en prisiones e instituciones de salud mental me dejaron convencido de que yo había sido un caso poco serio, y de que no había casi ningún desastre alcohólico en el que A.A. no pudiera ayudar. En otras reuniones vi que A.A. había estado enfrentando y solucionando muchos problemas que yo no sabía que teníamos; problemas en las ciudades grandes y en todas partes del mundo. Vi que, como comunidad, todavía teníamos fallos y defectos que corregir, pero estaba seguro de que allanaríamos nuestras dificultades actuales como habíamos hecho con las del pasado.
“El viernes por la noche oí contar la historia de los comienzos de A.A. — cuánta gente, amigos no alcohólicos así como compañeros de A.A., se había necesitado para hacer el trabajo. En cuántas ocasiones podríamos habernos salido del camino para acabar destrozados, pero nunca derrapamos en una curva y siempre dimos el viraje oportuno. Un Poder superior sin duda había estado al volante.
“El sábado por la noche me sentí nuevamente preocupado al oír a Bill decirnos que él y el Dr. Bob se habían estado preguntando, desde 1939 hasta 1945, si los A.A. iban a poder sobrevivir unidos, dados los problemas de los grupos y miembros y de los nuevos comienzos en países de ultramar. Me dio una sacudida la noticia de que el libro de A.A. y la Sede habían sido en una época motivos de la más intensa discordia. Puede que algo similar suceda en el futuro. Pero me tranquilicé al oír comentar que estos alborotos y penas del pasado habían sido buenos para nosotros y que si no hubiéramos pasado por esas experiencias, no se habrían formulado las Doce Tradiciones. Y me sentí aún mejor cuando me enteré de que, para el año 1950, la mayor parte de esas tribulaciones eran ya cosa del pasado y que las Doce Tradiciones habían sido adoptadas unánimemente por la Convención Internacional de Cleveland en 1950, cuando el Dr. Bob hizo su último acto de presencia y habló con gran confianza en el futuro de A.A.
“El domingo por la mañana, el último día de la Convención, yo estaba pensando todavía en estas Doce Tradiciones. Consideraba cada una como un ejercicio de humildad que nos puede proteger en nuestros asuntos diarios de A.A. y nos pueden defender contra nosotros mismos. Si A.A. realmente se comportara conforme con las Doce Tradiciones, nunca nos veríamos desgarrados por la política, la religión, el dinero, o por veteranos que se creyeran más importantes que los demás. Si no había nadie de entre nosotros que intentara imponerse a la vista del público, nadie podría explotar a A.A. por su propio beneficio. Por primera vez vi el anonimato de A.A. tal como es en realidad. No es simplemente algo que nos salve de la vergüenza y el estigma alcohólico; su razón de ser es la de evitar que nuestros tontos egos se lancen desbocados en busca de dinero y fama a expensas de A.A. Significa de hecho el sacrificio personal y del grupo para el bien de la totalidad de A.A. En ese mismo momento resolví memorizar las Doce Tradiciones, como había memorizado los Doce Pasos. Si todos los A.A. hicieran lo mismo y absorbieran estos principios, los borrachos podrían seguir unidos para siempre.
“Vi cómo se fue llenando a tope el Auditorio Kiel. Miles de mis nuevos amigos llegaban en tropel para participar en la reunión final. Vi al Padre Ed sentarse tranquilamente en un asiento al otro lado del pasillo. Al verlo me acordé de nuestra maravillosa sesión matutina acerca del aspecto espiritual del programa. En esa sesión algo me sucedió que nunca olvidaré.
“Siempre había algunos prejuicios en contra de la iglesia y los clérigos y sus conceptos de Dios. Al igual que otros muchos A.A., mis ideas de Dios aún eran muy vagas.
“Pero al oír hablar al Padre Ed y al Dr. Sam, caí en la cuenta de que la mayoría de los principios espirituales de A.A. nos llegaron por conducto de los clérigos. Sin esos clérigos, A.A. nunca habría podido empezar. Mientras yo estaba alimentando rencores contra la religión, el Padre Ed y el Dr. Sam se estaban esforzando al máximo para nosotros. Esa fue una nueva revelación. De repente me di cuenta de que ya era hora de amarlos a ellos, de la misma forma que me habían amado a mí y a mis compañeros.
“Cuando me di cuenta de poder hacerlo, comencé a tener una sensación de calidez. Se empezó a apoderar de mí la convicción de que el amor es algo extremadamente personal. Luego me vino la idea de que era posible que mi Creador me conociera y me amara. Así que ahora yo podría empezar a amarlo a Él. Esa fue una de las experiencias más impresionantes que pasé en St. Louis, y debía de haber otros muchos que pasaron por la misma experiencia.
“Por fin se abrió nuestra última reunión, con un silencio cargado de fe segura y esperanza. Sabíamos que la nuestra era una comunidad del espíritu y que allí presente estaba la gracia de Dios”.
Aunque esas palabras son ficticias, narradas por nuestro personaje compuesto, el Sr. Fulano de Tal, representan, no obstante, gran parte del espíritu y de la verdad que muchos compañeros de A.A. abrigaban en sus corazones a medida que la Convención de St. Louis iba acercándose a su clausura.
Desde el escenario del Auditorio Kiel vi una multitud de caras, las de todas los reunidos allí y me sentí profundamente conmovido por la maravilla de todo lo acontecido en los increíbles veinte años que se estaban aproximando a su clímax. Si ese auditorio hubiera sido cien veces más grande, no habría sido suficiente para dar cabida a todos los miembros de A.A. y sus familias y amigos.
¿Quién podría contar los sufrimientos que conocimos y quién podría apreciar lo liberados y alegres que nos habíamos sentido estos últimos años?¿Quién podría prever las vastas consecuencias que las obras de Dios por medio de A.A. ya habían puesto en marcha? Y ¿quién podría penetrar el misterio aún más profundo de nuestra liberación masiva de la esclavitud, una liberación de la más desesperada y funesta obsesión que desde hacía siglos ha tenido cautivados los cuerpos y las mentes de hombres y mujeres como nosotros?
Puede que sea posible explicar las experiencias espirituales, tales como nosotros las hemos conocido, pero yo a menudo he tratado de explicar la mía propia y sólo he logrado contar la historia de la experiencia. Yo sé como me hizo sentir y los resultados que ha conllevado, pero me doy cuenta de que nunca lograré entender su más profundo cómo y porqué.
Los A.A. probamos una vieja fórmula, una fórmula que hoy en día está bastante fuera de moda, y nos dio los resultados deseados. “Admitimos que éramos impotentes — que nuestras vidas se habían vuelto ingobernables” y “decidimos poner nuestras voluntades y nuestras vidas al cuidado de Dios como nosotros Lo concebimos”. Cada uno de nosotros que ha podido adoptar y mantener en forma adecuada esta actitud humilde de admisión y esta decisión radical se ha encontrado libre de obsesión y ha empezado a desarrollarse y vivir una vida milagrosamente diferente, física, mental y espiritualmente.
Se me cruzó por la mente un recuerdo del Dr. Foster Kennedy. Hace años este renombrado médico pidió que un amigo de A.A. del campo de la psiquiatría se presentara ante la sección de Neurología de la Academia de Medicina de Nueva York para explicar A.A. Visto que varios médicos nos habían dado el visto bueno ante el público, algunos en el artículo publicado en The Saturday Evening Post en 1941, yo no veía ningún problema en hacerlo. Sin embargo, todos nuestros amigos médicos rechazaron esa inusitada oportunidad.
En efecto, esto fue lo que nos dijeron: “Vemos aunadas en A.A. un número y variedad inusitada de fuerzas sociales y psicológicas trabajando en el problema del alcoholismo. No obstante, aún tomando en cuenta esta nueva ventaja, no podemos explicar la rapidez con la que se producen los resultados. A.A. logra en un espacio de semanas o meses lo que se supone que se debería tardar años en lograr. No solamente se para de beber en seco, sino que, al cabo de varias semanas o meses, se ven grandes cambios en la motivación del