ejemplo inspirador de una persona llena de ideales es la Madre Angélica. Rita Rizzo nació en Canton, Ohio, en 1923. Tuvo una infancia dura. De niña vivía en una zona que estaba bajo el control de la mafia siciliana. Su padre maltrataba a su mujer y abandonó a las dos cuando Rita aún era pequeña. La vida de madre e hija se caracterizó por la pobreza, la soledad y la tristeza. Incluso en la comunidad católica no encontraron apoyo y comprensión, ya que la madre fue estigmatizada por estar divorciada. Su madre empezó a sufrir enfermedades mentales y dejó de trabajar. Rita tuvo que trabajar desde los once años para sostener a su madre y a sí misma.
De adolescente le ocurrieron algunas cosas misteriosas que cambiaron radicalmente su vida. Por ejemplo, un día corría hacia el tranvía pero no se percató de un coche que llegaba a alta velocidad. Paralizada por el miedo sintió de repente que dos manos la levantaban. El conductor del tranvía comentó después que nunca había visto a nadie saltar tan alto. Después de unos acontecimientos semejantes, Rita decidió tomarse en serio su relación con Dios y finalmente descubrió su vocación a la vida religiosa. Se hizo monja franciscana del Santísimo Sacramento en 1944, con el nombre de María Angélica de la Anunciación.
En 1962 fundó un monasterio en Alabama. Diez años después, comenzó a escribir libritos sobre la fe que inspiraron a miles de personas. Un día visitó un canal de televisión de la iglesia baptista. Se quedó impresionada por la cantidad de personas a las que se podían evangelizar a través de la televisión y decidió poner en marcha su propio canal. Poco a poco, después de mucha oposición, dificultades y contratiempos, logró fundar la EWTN (Red de Televisión de la Palabra Eterna). Cuando falleció en 2016, la EWTN era la red televisiva de carácter religioso más grande del mundo. Hoy en día el canal llega a 250 millones de personas. Todo gracias a los ideales, la fe y la perseverancia de una monja que tuvo todo menos una vida fácil.
Cuanto más auténtico, profundo y bello sea un ideal, tanta más felicidad se puede alcanzar. Y no hay nada más auténtico, profundo y bello que el amor verdadero. La frase: All you need is love, es la verdad más importante en la vida de un hombre. No necesariamente porque John Lennon lo cantara, sino porque Dios grabó esa verdad en el corazón de cada hombre. Es nuestra vocación más profunda. Pero el amor auténtico no es solo un sentimiento, una pasión, un impulso. Es entrega radical. Es lucha y sufrimiento. Es vivir para el otro.
El apóstol Pablo escribió un hermoso himno sobre el amor en su primera carta a los corintios. Vale la pena meditarla tranquilamente:
Aunque hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo caridad, sería como el bronce que resuena o un golpear de platillos. Y aunque tuviera el don de profecía y conociera todos los misterios y toda la ciencia, y aunque tuviera tanta fe como para trasladar montañas, si no tengo caridad, no sería nada. Y aunque repartiera todos mis bienes, y entregara mi cuerpo para dejarme quemar, si no tengo caridad, de nada me aprovecharía. La caridad es paciente, la caridad es amable; no es envidiosa, no obra con soberbia, no se jacta, no es ambiciosa, no busca lo suyo, no se irrita, no toma en cuenta el mal, no se alegra por la injusticia, se complace en la verdad; todo lo aguanta, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. La caridad nunca acaba[2].
Lo que san Pablo nos dice es que la vida no vale nada si no se basa en el amor. Puedes hacer los viajes por el mundo más impresionantes, ser el más popular en tu ambiente social, tener la mejor carrera profesional, tener a tu lado a la persona más increíble del mundo... Si todo esto no te hace amar más, entonces estás perdiendo el tiempo. Y con amor no me refiero a un like que le das a la foto de alguien en las redes sociales, ni al sentimiento placentero que puedes tener cuando haces un proyecto interesante. El amor implica esfuerzo, sacrificio, generosidad. El amor es apertura a la verdad.
¿Por qué pongo tanto énfasis en esto? Porque en la sociedad actual mucha gente (¡también muchos cristianos!) se deja llevar por una idea equivocada, y es que el camino hacia la felicidad es fácil y cómodo y que es bueno pensar mucho en uno mismo. En otras palabras, que una vida tranquila y enfocada a uno mismo es suficiente para ser feliz. ¡Y eso no es verdad! El camino a la felicidad pasa por la cruz, por el olvido de sí, por la entrega. En los siguientes capítulos me detendré más en esta idea. Pero, por ahora, me gustaría compartir contigo la siguiente cita del Padre Lovasik sobre el amor y la santidad:
Los santos han sido santos porque fueron felices cuando costaba ser feliz, pacientes cuando costaba ser paciente, callados cuando necesitaban hablar y afables cuando sentían la tentación de chillar. Siguieron adelante cuando querían detenerse. La santidad no es sino otra palabra para designar el olvido y la renuncia de uno mismo[3].
Quiero animarte a que pienses en los ideales que tienes en la vida. ¿A dónde quieres ir con tu vida? ¿Te conformas con una vida fácil y mediocre o quieres luchar por alcanzar ideales grandes? ¿Quieres ser una persona que quiere ir flotando cómodamente en el flujo de la masa mediocre, o eres alguien que está dispuesto a nadar a contracorriente? Aparca por ahora la pregunta de cómo alcanzar esos ideales. Nos detendremos en esa pregunta en los siguientes capítulos. Lo que es importante en primer lugar es saber si tienes deseos de grandeza; si quieres amar con toda tu alma y todo tu cuerpo.
Igual la siguiente cita del filósofo español José Ortega y Gasset puede ayudarte a reflexionar sobre esto:
Y es indudable que la división más radical que cabe hacer de la humanidad es ésta, en dos clases de criaturas: las que se exigen mucho y acumulan sobre sí mismas dificultades y deberes, y las que no se exigen nada especial, sino que para ellas vivir es ser en cada instante lo que ya son, sin esfuerzo de perfección sobre sí mismas, boyas que van a la deriva[4].
Una persona con grandes ideales, una persona que no se limita a lo que su pereza le dicta o lo que otros puedan pensar de él, sino que busca amor verdadero y sincero en su vida, es una persona capaz de descubrir a Cristo. Un antiguo himno católico dice: “Ubi caritas et amor, Deus ibi est”. Traducido significa: “Donde reina la caridad y el amor, ahí está Dios”.
Un cristiano con ideales auténticos pisa la misma tierra que los demás. Anhela la misma felicidad y tiene bonitas ambiciones humanas: amigos leales, una buena carrera profesional, un matrimonio y una vida familiar llenos de amor, impacto en la sociedad, descubrir el mundo... Lo que distingue a un cristiano es que trata de descubrir el rostro de una persona detrás de todos estos ideales y esa persona es Cristo. Todas estas ambiciones humanas no son fines en sí mismas, sino que alcanzan su verdadero sentido en el amor eterno de Dios. El Espíritu Santo usa todo lo bello que el corazón del hombre desea para encontrarnos y para que podamos gozar de su Amor. Cuando una persona es egoísta, mediocre y desconfiada, deja poco espacio a Dios para que le encuentre. En cambio, si una persona busca el verdadero amor en todos sus ideales, abre su corazón al amor eterno de Cristo.
El apóstol Pablo escribió que antes de la creación del mundo, Dios nos eligió para una vida de auténtica felicidad en Cristo[5]. Todos los hombres tienen este anhelo, aunque muchos no lo saben. San Agustín expresó poéticamente esta idea en sus Confesiones: «Nos creaste para ti y nuestro corazón andará siempre inquieto mientras que no descanse en ti»[6]. Una persona con carácter es una persona que toma la responsabilidad sobre el destino de su vida. Es alguien que está decidido a descubrir el amor de Dios en su vida y a enfocar su propia existencia completamente a Él. Es alguien que pone todos los medios para empapar su vida terrenal con su identidad divina.
El ideal más auténtico que una persona puede tener en la tierra es el Amor de Dios, porque ha sido creado para ese ideal.
[1] Fulton J. Sheen, Paz Interior (Barcelona, 1955), capítulo 13.
[2] 1 Corintios 13, 1-8.
[3] Lawrence G. Lovasik, El poder oculto de la amabilidad (Madrid, 2015), capítulo 1.
[4] José Ortega y Gasset, La rebelión de las masas (Madrid, 1976), p. 69.