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© Ingmar Bergman, 1991
Título original: Den goda viljan, publicado en 1991 por Norstedts Förlag
Publicado en acuerdo con Hedlund Agency y Casanovas & Lynch Literary Agency
© 2021 Marina Torres por la traducción original,revisada por Marina Torres, César Sánchez y Alberto Gª Marcos
© 2021 Manuel Marsol por las ilustraciones de cubierta
© 2021 Fulgencio Pimentel en español para todo el mundo
www.fulgenciopimentel.com
Primera edición: marzo de 2021
Editor: César Sánchez
Editores adjuntos: Joana Carro y Alberto Gª Marcos
Comunicación: Isabel Bellido
Los editores expresan su agradecimiento al Swedish Arts Council, que sufragó parcialmente el coste de la traducción.
ISBN de la edición en papel: 978-84-17617-56-1
ISBN de la edición digital: 978-84-17617-70-7
Prefacio
Los Åkerblom eran una familia muy amiga de fotografiarse. A la muerte de mis padres, heredé un buen número de álbumes; los primeros, de mediados del siglo xix; los últimos, de principios de los años sesenta. Hay sin duda una enorme magia en esas imágenes, sobre todo si se examinan con ayuda de una lupa gigantesca: rostros, rostros, manos, posturas, ropas, joyas, rostros, animales domésticos, vistas, luces, rostros, cortinas, cuadros, alfombras, flores de verano, abedules, ríos, peinados, granos malignos, pechos que despuntan, majestuosos bigotes, esto puede continuar ad infinitum, así que será mejor parar. Pero, sobre todo, los rostros. Me meto en las imágenes y toco a las personas, a las que recuerdo y a aquellas de las que no sé nada. Esto es casi más divertido que los viejos filmes mudos que han perdido sus textos explicativos. Yo me invento mis propias pautas.
Ya desde la autobiográfica Linterna mágica me ha venido rondando la idea de hacer una película sobre los años jóvenes de mis padres, sobre los comienzos de su matrimonio, sus esperanzas, sus fracasos y su buena voluntad. Miro las fotografías y siento una fuerte atracción hacia esas dos personas que en casi todos los aspectos son tan diferentes de los seres medio esquivos y de míticas dimensiones que dominaron mi niñez y mi juventud.
Puesto que el cine y la imagen son mi forma especial de expresarme, empecé a dibujar de modo bastante vago un modelo de acción basado en testimonios, documentos y, como ya he dicho, fotografías. En mi representación anduve por las calles de Upsala cuando Upsala era una pequeña ciudad universitaria, apartada y medio dormida. Estuve en Dufnäs, en Dalecarlia, cuando Våroms, la finca de veraneo de mis abuelos maternos, era todavía un paraíso especial e ilusorio alejado de las carreteras.
Escribí como estoy acostumbrado a hacerlo desde hace cincuenta años: de forma dramática, cinematográfica. En mi representación los actores pronunciaban sus réplicas en un escenario intensamente iluminado, rodeados de unos decorados algo difuminados pero maravillosamente claros. En el centro de esta notable puesta en escena se movían mi madre y mi padre, personalizados por Pernilla Östergren y Samuel Fröler.
No pretendo afirmar que haya sido siempre respetuoso con la verdad en mi narración. He exagerado, añadido, quitado y cambiado de orden. Pero, como suele ocurrir en este tipo de juegos, el juego ha resultado seguramente más claro que la realidad.
Como, sin el menor asomo de amargura, sabía que no iba a dirigir mi saga, fui más minucioso que de ordinario en mis descripciones, hasta en las de detalles bastante insignificantes, incluso en cosas que nunca podría registrar una cámara, salvo, tal vez, como sugerencias a los actores.
De esta manera se fue desarrollando la historia durante un verano en Fårö. Fui tocando con cuidado los rostros y los destinos de mis padres y me parece que aprendí mucho de mí mismo. Mucho que ha estado escondido bajo capas de represiones polvorientas y formulaciones conciliadoras carentes de sentido.
Este libro no se ha adaptado ni en una sola coma a la película. Se ha mantenido como fue escrito: las palabras se yerguen incontestables y ojalá vivan su propia vida, como una representación propia en la mente del lector.
Ingmar Bergman
Fårö, 25 de agosto de 1991
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Elijo un día de invierno primaveral a principios de abril de 1909. Henrik Bergman acaba de cumplir veintitrés años y estudia Teología en la Universidad de Upsala. En este momento va subiendo por la calle Östra Slottsgatan camino de Drottninggatan y el hotel Stad, donde va a encontrarse con su abuelo paterno. Aún queda nieve en la cuesta del castillo, pero el aguanieve corre por los arroyos y las nubes desfilan en procesión.
El hotel es un edificio alargado de dos plantas, agazapado bajo la catedral. Los grajos graznan alrededor de las torres y un pequeño tranvía azul va bajando la cuesta con cuidado. No se ve un alma. Es sábado por la mañana, los estudiantes duermen y los profesores preparan sus conferencias.
Sentado en la recepción hay un hombre entrado en años y de mirada distinguida, leyendo el periódico Upsala Nya. Hace esperar a Henry un conveniente número de instantes, dobla a continuación la página y dice con cortesía nasal que sí, que el abuelo del señor lo espera en la habitación 17, por la escalera de la izquierda. Seguidamente se ajusta los quevedos y vuelve a la lectura. Se oyen ruidos y voces de mujer en la cocina. Un olor acre a cigarro apagado y a arenque frito se funde con el humo de una poderosa estufa de carbón que retumba en un rincón.
El impulso de Henrik es huir, pero las piernas lo suben por la crujiente y alfombrada escalera de madera y lo conducen a través del pasillo amarillento hasta la puerta 17. Junto al umbral están las botas recién lustradas del abuelo. Henrik respira profundamente antes de llamar. Una voz sonora, bastante clara, dice pasa, pasa, está abierto.
La habitación es grande, con tres ventanas que dan al patio empedrado, a las cuadras y a los todavía desnudos olmos. En la pared larga hay dos camas con los cabeceros de caoba. En la pared de enfrente campea el lavabo con la palangana, las jarras y unas toallas bordadas en rojo. El mobiliario se completa con un tresillo y una mesa redonda sobre la que hay una bandeja de desayuno. Sobre las tablas nudosas del suelo se extiende una gastada alfombra de incierta procedencia oriental. En el empapelado marrón y de suave dibujo de las paredes cuelgan grabados de cobre con motivos de caza.
Fredrik Bergman se levanta trabajosamente del sillón y va al encuentro de su nieto. Es un hombre alto, más alto que el muchacho, fuerte y huesudo, de nariz grande, pelo gris y corto, patillas, pero sin barba ni bigote. Tras la montura de oro de las gafas miran los ojos azul oscuro con los cercos un poco enrojecidos. Extiende una mano fuerte con