Plato

Obras Completas de Platón


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no es la gran mesura, sino la gran velocidad, la que es verdaderamente bella.

      CÁRMIDES. —Sí.

      SÓCRATES. —Luego, mi querido Cármides, en todo lo que concierne al alma, la agilidad y la velocidad, ¿parecen más bellas que la lentitud y la mesura?

      CÁRMIDES. —Es muy probable.

      SÓCRATES. —De donde se sigue, razonando como hasta aquí, que la sabiduría no es la mesura, ni una vida mesurada es una vida sabia, siendo la sabiduría inseparable de la belleza. Porque no hay medio de negarlo; las acciones mesuradas nunca, o salvas bien pocas excepciones, nos parecen, en el curso de la vida, más bellas que las que se realizan con energía y rapidez. Y aun cuando, querido mío, las acciones más bellas por la mesura que por la fuerza y la rapidez fuesen más numerosas que las otras, no por esto se tendría derecho a decir, que la sabiduría consiste más bien en obrar con mesura, que con fuerza y rapidez, ya sea andando, ya leyendo, ya haciendo cualquier otra cosa; ni que una vida mesurada es más sabia que una vida sin mesura, porque al cabo hemos reconocido, que la sabiduría se refiere a la belleza, y hemos reconocido también que la rapidez no es menos bella que la mesura.

      CÁRMIDES. —Lo que dices, Sócrates, me parece de hecho justo.

      SÓCRATES. —Pues bien, mi querido Cármides, fíjate atentamente en ti mismo; considera en lo que te has convertido bajo el imperio de la sabiduría; y cuál debe ser ésta, para haberte hecho sabio; y, condensando en seguida tus ideas, di claramente y como hombre de corazón lo que es la sabiduría en tu opinión.

      Él, después de haber reflexionado y examinado resueltamente la cosa en sí mismo, dijo:

      CÁRMIDES. —Me parece, que lo propio de la sabiduría es producir el rubor, hacer al hombre modesto y vergonzoso; la sabiduría es, pues, el pudor.

      SÓCRATES. —Sea; ¿no confesaste antes que la sabiduría era una cosa bella?

      CÁRMIDES. —Sin duda.

      SÓCRATES. —¿Y los hombres sabios son buenos igualmente?

      CÁRMIDES. —Sí.

      SÓCRATES. —¿Es buena una cosa que no produce lo bueno?

      CÁRMIDES. —No, ciertamente.

      SÓCRATES. —La sabiduría no es solo una cosa bella, sino una cosa buena.

      CÁRMIDES. —Así me parece.

      SÓCRATES. —Pero qué, ¿no crees que Homero ha tenido razón en decir: el pudor no es bueno al indigente?[6]

      CÁRMIDES. —Verdaderamente sí.

      SÓCRATES. —Pero entonces el pudor ¿es bueno y no es bueno a la vez?

      CÁRMIDES. —Así parece.

      SÓCRATES. —Pero la sabiduría es buena, puesto que hace buenos a los que la poseen, sin hacerlos jamás malos.

      CÁRMIDES. —A mi parecer, es como dices.

      SÓCRATES. —Luego la sabiduría no es pudor, puesto que es esencialmente buena, y que el pudor tan pronto es bueno, tan pronto malo.

      CÁRMIDES. —Bien dicho, Sócrates, a mi parecer. Pero veamos, si te place, esta otra definición de la sabiduría. Me acordé hace un momento haber oído decir que la sabiduría consiste en hacer lo que nos es propio. Examina, pues, si el autor de estas palabras te parece que ha hablado bien.

      SÓCRATES. —¡Picaruelo! ¿Es Critias o algún otro filósofo el que te ha sugerido esa idea?

      CRITIAS. —Algún otro, ciertamente, porque a mí no lo ha oído.

      CÁRMIDES. —¡Ah!, ¿qué importa, Sócrates, de quién lo he oído?

      SÓCRATES. —De ninguna manera importa, porque, por regla general, no hay que examinar quién ha dicho esto o aquello, sino si está bien dicho.

      CÁRMIDES. —Perfectamente.

      SÓCRATES. —Pero ¡por Zeus!, si descubrimos lo que esto significa, no me sorprenderé poco; es un verdadero enigma.

      CÁRMIDES. —¿Por qué?

      SÓCRATES. —Porque no ha reflexionado en el sentido de las palabras el que ha dicho que la sabiduría consiste en hacer lo que nos es propio. Veamos; ¿piensas que el maestro de escuela no hace nada cuando lee o escribe?

      CÁRMIDES. —Nada de eso.

      SÓCRATES. —¿Pero crees que se limita a leer o a escribir su propio nombre?, ¿no os instruye a vosotros, jóvenes, no os hace escribir los nombres de vuestros enemigos lo mismo que los vuestros y los de vuestros amigos?

      CÁRMIDES. —Así es la verdad.

      SÓCRATES. —¿Y obrando de esa manera erais unos insensatos?

      CÁRMIDES. —Nada de eso.

      SÓCRATES. —Sin embargo, vosotros no hacíais solo lo que os era propio, si es que leer y escribir es hacer alguna cosa.

      CÁRMIDES. —Ciertamente es hacer alguna cosa.

      SÓCRATES. —Y curar, querido mío, construir, tejer y ejecutar cualquier obra en cualquier arte, es sin duda alguna cosa.

      CÁRMIDES. —Ciertamente.

      SÓCRATES. —Pero qué, ¿te parecería bien administrada la ciudad, en la que la ley ordenase a cada ciudadano tejer y lavar sus ropas, hacer su calzado, su vendaje, sus frascos de perfumes y todo lo demás, de suerte que sin echar mano a lo que no le perteneciera, amoldase e hiciese por sí mismo todo lo que le fuese propio?

      CÁRMIDES. —Ése no es mi dictamen.

      SÓCRATES. —Sin embargo, si fuese gobernada sabiamente, ¿sería bien administrada?

      CÁRMIDES. —Necesariamente.

      SÓCRATES. —¿Luego la sabiduría no consiste en hacer todas estas cosas, ni en hacer lo que nos es propio?

      CÁRMIDES. —No, evidentemente.

      SÓCRATES. —Luego hablaba enigmáticamente, como yo dije antes, el que decía que la sabiduría consiste en hacer lo que nos es propio; porque no podía ser tan sencillo que lo entendiera como nosotros. ¿O quizá estas palabras son de un insensato?

      CÁRMIDES. —Nada de eso; son de un hombre que me parecía de hecho un sabio.

      SÓCRATES. —Nada más cierto entonces que ha querido proponerte un enigma, porque es muy difícil en verdad saber lo que significan estas palabras: hacer lo que nos es propio.

      CÁRMIDES. —Quizá.

      SÓCRATES. —Veamos, ¿qué es hacer lo que nos es propio? ¿Puedes decírmelo?

      CÁRMIDES. —Yo no sé nada, ¡por Zeus! Pero no sería imposible que el que ha hablado de esta manera se comprendiese a sí mismo.

      Al decir esto, se sonreía y dirigía sus miradas hacia Critias, que estaba visiblemente en brasas hacía rato. Deseoso de aparecer ventajosamente delante de Cármides y de todos los que allí estaban, se había contenido hasta entonces, haciendo un sacrificio; pero en este momento no era ya dueño de sí mismo. Entonces vi en claro que no me había engañado, conjeturando que Critias era el autor de la última respuesta de Cármides con motivo de la sabiduría. En cuanto a éste, poco empeñado en defender esta definición, y queriendo dejarlo a cargo del que la había inventado, aguijoneaba a Critias, afectando mirarle como un hombre reducido al silencio. Éste, no pudiendo sufrir más, y no menos colérico contra el joven que un poeta contra el actor que desempeña mal su papel, dirigiéndole una mirada, exclamó:

      CRITIAS. —¿Crees, Cármides, que porque tú no sabes lo que pensaba aquel que ha dicho que la sabiduría consiste en hacer lo que nos es propio, crees, repito, que él no lo supiera?

      SÓCRATES. —¡Ah!, mi querido Critias, ¿es extraño que tan tierno joven ignore estas cosas? Tú, por el contrario, estás en edad de saberlas,